{"id":11522,"date":"2003-05-01T00:00:00","date_gmt":"2003-05-01T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11522"},"modified":"2003-04-29T00:00:00","modified_gmt":"2003-04-29T00:00:00","slug":"tierra_de_selva","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2003\/tierra_de_selva\/","title":{"rendered":"TIERRA DE SELVA"},"content":{"rendered":"
Es un solo canto… Claro y diáfano. Es el clarín. Pero sólo lo hemos escuchado hasta acá, lejos de todo. Hemos caminado por horas y hasta el camino desapareció. Ã?ngel Fernández, nuestro guía, se guía por su extraordinaria memoria y abre camino con su pequeño machete que más parece un cuchillo grande.
Nos dirigíamos hacia la sierra más alta, que era donde la selva era más natural. De repente, �ngel se detuvo y dijo: �A partir de aquí nadie ha pasado antes�. Volteé para todos lados. Era un sitio como cualquiera otro en la zona donde habíamos andado, pero él lo reconocía sin ninguna duda y el cómo lo hacía era algo que no entendíamos.<\/p>\n

Estábamos en la selva, en busca de rutas de escape para una exploración de mucho mayor escala que teníamos planeada para meses después. Era una selva y una sierra, que nadie había cruzado antes, según nos decía la gente y, por supuesto, no era cosa de meterse para quedar atrapado. Por eso esta breve prospección.
En la sierra, conocida como �zona núcleo�, habitaban los serranos<\/i>, un grupo indígena que se mantenía siempre al margen de las comunidades de la �zona de amortiguamiento�. Pero con todo, su última comunidad estaba lejos de donde andábamos.
LA RED ECOTURÃ?STICA<\/b>
Habíamos llegado a la comunidad de Las Margaritas, a la orilla del gran lago de Catemaco. Ahí, algunas personas de la Red Comunitaria de Ecoturismo de los Tuxtlas nos habían puesto en contacto con Ã?ngel, un hombre de 55 años con la sonrisa siempre en la cara y las maldiciones en los labios. Pronto aprendimos que el Â?hijo de su pinche madre, cabrón…Â? era tan común en él como respirar y sólo nos quedaba reírnos por sus ocurrencias y anécdotas pintadas siempre con ese estribillo. Después de todo, la gente de la zona es conocida por el uso de este tipo de interjecciones.
La Red es una organización de comunidades que han descubierto que el ecoturismo es una fuente de divisas y que están trabajando para lograr atraer mayor cantidad de turistas bajo programas interesantes de observación de aves, senderos interpretativos y campamentos naturales. Pese a ser interesante el sesgo de �autosuficiencia sustentable� que tenía la Red, a mí no me atraía particularmente pasearme con un grupo guiado y me sentía un poco atrapado entre tanta cortesía. Lo que deseábamos era ir a la sierra, esa que parecía tan pequeña desde el lago. Después de todo, por más alto que fuéramos, nunca llegaríamos a los dos mil metros de altitud.
PRIMERA SIERRA<\/b>
Así que después de un par de días estábamos caminando en la parte alta de la primera sierra, algo así como una introducción a lo que sería la sierra alta, la de selva, porque ahí caminábamos en una zona libre de todo árbol que había comenzado a talarse hacía varias décadas hasta quedar sólo un pastizal enorme donde pace el ganado. Sin protección del dosel de la desaparecida selva, el sol es un auténtico crisol de todo lo que toca, incluidos nosotros. Una hora después, cuando alcanzamos la seguridad de la sombra de la vegetación que comenzaba a ser selva, nos preguntábamos cómo había sido todo aquello antes.
Yo trabajé aquí desde hace 30 años. Cortábamos los palos [árboles] para nuestro patrón. Yo siempre trabajé con él y a veces me �prestaba� a otro. Algunas veces trabajé hasta por un año �prestado�, pero siempre cortando palos. Nos pasábamos una semana, dos semanas y hasta un mes aquí y luego íbamos a nuestras casas a ver a las familias. <\/i>
Era difícil de comprender. Nosotros habíamos cruzado aquello en poco más de dos horas cuando antes ellos, los que conocían bien la selva, lo hacían en casi un día. Habíamos subido en un 4 por 4 hasta la parte alta, y luego caminado hacia el fondo de una cañada. �ngel nos había hablado de sus estancias en la selva.
A veces, cuando terminábamos de trabajar, yo agarraba mi 22 y me iba al monte. Agarraba un tepezcuintle o un faisán [ocofaisán] y regresaba. Así teníamos carne. Una vez se nos perdió un hijo de su pinche madre, cabrón, que se fue hasta allá arriba… <\/i>
LA CIUDAD OLVIDADA<\/b>
Cuando llegamos al fondo de la cañada, la selva, aunque alterada, comenzaba a ser lo que esperábamos: árboles altos y frondosos, helechos de todos tipos, cantos de aves y un ancho río donde terminamos sumergidos un rato. Después del calor de la marcha, eso era un auténtico regocijo, con agua clara y fresca que detendría toda nuestra sed.
Dejamos las mochilas en algún lado para subir del otro lado del río y comenzamos a subir con lo mínimo. El camino pronto desapareció de nuestra vista, pero no de la de �ngel, que iba en una dirección en la que había menos vegetación. De repente se detuvo y nos dijo:
�Aquí encontré una calavera de piedra. Era de este tamaño �e hizo el tamaño con sus manos, aproximadamente del de una cabeza de tamaño normal�. Yo me la iba a llevar pero pesaba mucho y andaba tras un tepezcuintle. Luego regresé adonde dormíamos y les dije de la calavera. Uno me dijo que se la regalara y ese hijo de su pinche madre, cabrón, no me dejó en paz hasta que regresé por ella y se la di. Era bonita y no sé qué habrá hecho con ella.
Tiempo después (�ngel no podía precisar cuánto) llevó a tres mujeres que estudiaban �antroporqueología� (en realidad lo murmuraba tan ininteligiblemente que no se sabía si era antropología o arqueología) y escarbaron en un montoncito de tierra y con �un ganchito� fueron sacando pedazos de cerámica que se llevaron.
Esa calavera de piedra y esa cerámica abría una perspectiva que no esperábamos en los Tuxtlas. ¿Una zona de vestigios arqueológicos? Pronto nos llevó a una zona aproximadamente plana. Estaba cubierta de selva pero se veían claramente �cerritos� que no eran naturales. Los nahuas denominaban a esos cerros momoxtles<\/i> y en muchos lugares indicaban el lugar donde una pirámide había sido enterrada por los propios indios al percatarse que los conquistadores españoles destruían cada una que encontraban a su paso, de tal manera que se podía seguir una larga serie de momoxtles<\/i> por días enteros.
Pues bien: estábamos en una zona similar. Se podía ver con claridad la distribución de los momoxtles<\/i> que en conjunto habrán formado una ciudad de dimensiones regulares, pero enorme para la zona que era entonces: selva alta. Pero por mucho que estuve indagando en la zona �y �ngel me ayudó mucho al indicarme algunos sitios�, no pude hacerme una idea de su organización. Por supuesto, busqué el juego de pelota, que �ngel describía de manera vaga como �un agujero como un patio y cerritos a los lados�. Pero no pudimos hallarla.
En el estado en que estábamos, nos era imposible hacernos una idea de lo que había sido esa ciudad. Claro: estábamos en la zona olmeca y en la selva todavía abundan jaguares y pumas, jilgueros y clarines, nauyacas y tapires. Lejos de la costa e incluso de la Laguna de Catemaco, era difícil encontrar contestar a la pregunta de qué hacía ahí. Nos regresamos con nuestras dudas y cargados de sed.<\/div>\n

<\/p>\n

LAS TRES AGUAS<\/b>
�ngel nos deparaba otra sorpresa. Cuando bajábamos de la zona de momoxtles<\/i> por la vereda que habíamos encontrado, se detuvo de repente, se abrió camino con su machete y, cuando creíamos que estaba perdiendo la cordura porque hacia donde iba no había nada, se agachó y separó con sus manos anchas la vegetación de un pequeño agujero; después cortó una hoja grande y la metió para sacar agua. Se me antojaba absurdo beber de ahí cuando estábamos a dos minutos del río. Entonces nos invitó a beber del �agua agria�.
Se trataba de agua mineralizada. Beberla en plena selva era una sorpresa y una delicia. Nos restauraba las sales perdidas con el sudor. Nos hartamos y pensamos en regresar con nuestros bidones para beber más de ella, pero �ngel tenía otros planes.
Volvió a desviarse de la vereda y se adentró en otra zona. Cruzamos arroyitos una vez y otra hasta que se dio por satisfecho y dijo: �Esta es el agua de azufre�. Estábamos a menos de 300 metros en línea recta del manantial de agua mineralizada y lo que teníamos enfrente era agua de azufre, también un manantial. Después nos hizo dar otra ligera desviación y llevamos al �agua caliente�.
Así que en una zona muy reducida teníamos tres tipos de aguas. La presencia de sólo una de estas aguas sería de un valor enorme para quienes desearan vivir en la selva (según nuestros paladares, la de mayor peso era la mineralizada porque satiçsfacía con creces la sed… ¡en plena selva!), pero tener las tres era algo poco común. Mentalmente comencé a llamar a las Â?ruinasÂ? como Sitio de las Tres Aguas<\/i>.
SELVA Y CASCADAS<\/b>
Al día siguiente, nos desplazamos a otro campamento. Para nuestra delicia, también tenía agua agria pero encontramos una tienda de campaña sola y un �tendido� donde había pasado la noche el guía. ¿Quiénes serían? Dejamos nuestras mochilas y nos internamos en la selva. Esta vez no había duda: se trataba de selva. El día anterior yo había tenido la sospecha de que �ngel se orientaba más que nada por el viejo método de ensayo-error y que así había terminado por encontrar el Sitio de las Tres Aguas<\/i>, pero esta vez no había una sola característica en el terreno que ayudase a orientarse y sería muy fácil extraviarse.
Pronto, mis sospechas se vieron derrumbadas: �ngel era un hombre conocedor de la zona que la conocía como la palma de su mano. Los 30 años de haber trabajado, cazado y vivido en la selva le daban el mejor conocimiento de cada lugar. Por eso podía decir tranquilamente: �A partir de aquí nadie ha pasado antes.�
Nos llevó a un lugar y otro, siempre en la búsqueda de cascadas y de los ríos más importantes. Era preciso conocerlos y tenerlos en cuenta para la futura exploración. Machete en mano, �ngel se movía con una agilidad asombrosa, como si tuviera 20 años y el machete y su rifle 22 no le pesaran.
En pocas horas, habíamos dejado atrás cualquier vereda y nos abríamos paso cortando plantas y más plantas. Para nuestra sensibilidad de citadinos preocupados por una selva que se está perdiendo, cortar tanta planta para sólo pasar cuatro personas por una sola vez estaba injustificada pero �ngel tenía otra forma de pensar y aunque estuviéramos detenidos platicando, paseaba su machete por el aire y una planta caía. De nada servía decirle porque �así es como se viaja en la selva�. Sólo una vez protesté con fuerza: �ngel atacaba un helecho arborescente de tres metros de alto para tumbarlo completamente. Su respuesta fue: �Tengo hambre y el corazón se come�.
La cascada más alta que vimos medía unos 12 metros pero más que su altura, nos interesaba el agua que nos refrescó cuando nos metimos a ella. Y luego, de vuelta a caminar. Poco antes de oscurecer, estábamos de regreso en el campamento. Ya estaban ahí los de la tienda �abandonada�: Noé Castellanos y Jorge Neyra, que iban con Valentín Azamar y Jesús, dos de los miembros de la Red. Habíamos planeado hacer este viaje juntos pero por algunas razones sólo nos encontramos ese último día y precisamente en el campamento, cuando las incursiones habían terminado. En su viaje habían encontrado manadas de monos. Lo que
TIERRA DE PLATA<\/b>
Cuando bajábamos a la cañada, durante el primer día, �ngel nos había hablado de una mina de plata. Estaba unos cuantos metros por encima del amplio camino por donde bajábamos y decidimos dejarla para el regreso.
La mina había sido descubierta por un ingeniero que trabajaba para el gobierno y que usó los recursos que le daba su trabajo para localizarla, pero nunca la denunció sino hasta que lo hizo por su cuenta. Gastó todo lo que tenía en colocar la infraestructura propia de una mina: hacer el socavón principal, abrir el camino, colocar máquinas y un molino. Pero cuando ya tenía todo, jamás encontró a otro socio que quisiera compartir los riesgos y ganancias de una mina de plata y pirita. La gente prefería el oro verde que se cortaba en gran cantidad entonces.
Subí hasta la mina. Era un socavón bajo y estaba inundado por unos 15 centímetros de agua en la entrada, lo que me quitó las ganas de explorarla más adentro. Del socavón dejaban caer las rocas extraídas que eran recogidas en el camino y llevadas a un molino pero el proceso de extracción lo hacían en otro lado. �ngel recuerda que salía un camión lleno de �piedra molida� a la que nadie hacía caso en la abundancia de la madera fina.
LA SIERRA<\/b>
Habíamos pasado unos días en la sierra. Habíamos probado la selva y el agua rancia… El agua rancia… Y los mosquitos nos habían probado a nosotros. Habíamos hecho incursiones que, además de darnos una idea de lo que era la zona que pretendíamos explorar, nos había abierto los ojos a todo lo que podríamos encontrar si lo hacíamos con profundidad. Nos resistíamos a dejar ese lugar con agua agria, el griterío de pájaros y los largos silencios. Yo sentía que debía quedarme para buscar más. Pero inmediatamente saltaba la pregunta: Â?¿Más qué?Â? Entonces se hacía urgente el regreso a la ciudad para investigar, meterse a los libros de arqueología, de historia, de botánica o de antropología para tener una perspectiva de lo que podríamos encontrar.
Después de todo, cualquier exploración es siempre eso: una búsqueda incesante que inicia y termina en el escritorio, pero que sólo es parte de otra exploración.<\/div>\n

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El siguiente texto fue escrito por Noé Castellanos, quien, junto con Jorge Neyra, Valentín y Jesús (estos últimos de la Red Comunitaria de Ecoturismo de los Tuxtlas), hicieran una incursión a la parte alta de la sierra y encontraron monos.
FILO TENDIDO<\/b>
Despertamos en el campamento donde se establecen los cazadores que se internan en la selva.
Â?Dejen sus cosas, nadie se las roba aquí Â?nos dijo Jesús, algo obvio si nos encontráramos solos, pero el día anterior habíamos detectado presencia de otras personas, Â?serranosÂ?, según nos dijo, provenientes seguramente de “México Nuevo”, primer ejido en la zona núcleo. Y así fue: los encontramos con varias <\/i>gruesas de palma Â?CamedorÂ? y Â?Cola de PezÂ? que hacía poco habían cortado en el monte.
Les pregunté si su labor era muy difícil. �Sólo hasta que hay que subir hasta la montaña se hace más cansada.� Estas dos especies de palma en particular han sido explotadas fuertemente para construcción.
Vereda marcada. Eso es todo lo que puedo referir de este camino que en un principio comenzó clara, erosionada en su centro por efecto del pisoteo. Hasta que se convirtió en un camino apenas perceptible al ojo, luego un rastro visible si se observaba la vegetación quebrada, la hojarasca movida, con porciones desacomodadas. Pero en algún momento se perdió por completo. Estábamos en un claro y nosotros nos dirigíamos a lo que llaman Filo Tendido<\/i>.
En realidad no se trataba de un claro en toda la extensión de la palabra pues por encima a unos treinta metros de altura teníamos el dosel. Fue entonces que me percaté de que en verdad estaba en la selva, en el bosque tropical perenifolio. En la escuela me hablaron de dos estructuras de la vegetación: el dosel o las copas de los árboles y el sotobosque o las plantas que crecen a la sombra de este, y esta fue la primer vez que corroboré que es verdad, lo veía claramente. Me emocioné mucho, pero aún faltaba lo mejor. Valentín me advirtió entonces de tener especial cuidado pues en espacios como estos es más fácil encontrar a la Nauyaca asoleándose en los haces del sol que penetran dispersos en el bosque. Estábamos en lo que llaman <\/i>Filo Tendido.
<\/i>LOS MONOS<\/b>
El objetivo de ir a <\/i>Filo Tendido era el de observar monos que habitan esta parte de la sierra. No los hallábamos. Jesús nos indicó que más arriba era posible encontrarlos o llegar hasta una arista de la cordillera desde donde se observa El Bastonal, el rancho por donde entramos a la selva un día antes.
Nos encaminamos cuesta arriba. Valentín y Jesús caminaban muy rápido y me preocupó no aguantar su paso. Mantenía un paso sereno pero continuo tratando de no perder el ruido de sus pisadas. En esta parte de la selva, en dos metros dejas de ver a tu compañero y si no eres capaz de seguir el rastro (el camino ya no existe) hay que comenzar a vociferar como ave. Es curioso, pero éste es el sonido que escuché entre la gente que vimos en el camino y entre ellos para ubicarse.
Nuevamente en un espacio abierto por debajo del dosel escuché ruidos semejantes a pujidos. Pregunté a Valentín si sabía que eran y con un ademán me indicó que subiera la mirada.
Me quedé absorto, se trataba de un grupo de monos saraguato o aullador, unos cuatro machos y una hembra con cría. En un claro gesto de defensa, sus gritos se dejaron escuchar al vernos directamente alarmando a todo el grupo. Me sentía un extraño invadiendo la paz de un hermano pero a la vez sentía una ansiedad increíble de ser espectador de este regalo. Los gritos eran más fuertes, con los binoculares me encontraba frente a sus miradas que me retaban a salir de ahí, a dejarlos en paz. Y lo hicimos. De todas formas estaban muy alto para lograr una buena foto comentó Jorge.
Y sin pasar más tiempo, recibimos otro premio: monos araña.
Mientras Jorge fotografiaba un árbol de dimensiones colosales llamado localmente encino, Jesús nos señaló monos araña que estaban pasando a espaldas nuestras. Es increíble la rapidez con que se mueven por las ramas. Los seguimos, literalmente corriendo. Varios machos, tal vez quince con varias hembras con cría. Llegamos a una cuesta muy empinada donde sólo les vimos brincar cuesta abajo sobre el dosel.
Llegamos a la cumbre del monte en que estábamos. Lo supe al ver a mis compañeros sentados sobre la vegetación. Literalmente llegué aventando el morral pues por un momento creí que había dado mi mejor esfuerzo. Luego de veinte minutos de reposo emprendimos el regreso. No habíamos desayunado aún y ya era más de mediodía.
Mientras me movía de un lugar a otro cuidando no caer o agarrarme de un chocho (<\/i>Asthrocaryum mexicanum, palma con el tallo provisto de espinas largas y agudas) pensaba en lo afortunado que había sido al poder contemplar este espectáculo, al darme cuenta de mi terquedad por llegar hasta la meta y de soportar el cansancio. Todo eso desapareció al ver los monos, al darme cuenta de que no soy el único en este mundo con forma de humano, de saber que existen hermanos libres. De seguir en el camino que una vez tracé y del cual creí estar desviado.<\/i><\/div>\n

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La región de los Tuxtlas, en el estado de Veracruz, es famosa por sus brujos, curanderos y su selva. Lo que se conoce como <\/a><\/p>\n","protected":false},"author":1001,"featured_media":0,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"jetpack_post_was_ever_published":false,"_jetpack_newsletter_access":""},"categories":[1007],"tags":[],"jetpack_featured_media_url":"","jetpack_shortlink":"https:\/\/wp.me\/p51GhY-2ZQ","_links":{"self":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/11522"}],"collection":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/users\/1001"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=11522"}],"version-history":[{"count":0,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/11522\/revisions"}],"wp:attachment":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=11522"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=11522"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=11522"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}}