{"id":11492,"date":"2000-06-15T00:00:00","date_gmt":"2000-06-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11492"},"modified":"2003-04-15T00:00:00","modified_gmt":"2003-04-15T00:00:00","slug":"una_vision_desde_el_interior","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2000\/una_vision_desde_el_interior\/","title":{"rendered":"UNA VISIÓN DESDE EL INTERIOR"},"content":{"rendered":"
EL ASCENSO VERTICAL<\/b>
Cuando llegamos al tiro, después de casi 45 minutos, eran las 00:40. Arturo y Víctor eran los responsables de hacer las maniobras en este lugar. Me pidieron que yo subiera y junto con Manuel y otra persona, debíamos hacernos cargo del polipasto. Al llegar arriba vi que Manuel y Betty estaban dormitando pero como ya nos habían oído, comenzaban a despabilarse. Mientras tanto subió otro compañero. Arturo y Víctor ascendieron y se instalaron en el repartidor (parte del sistema usado para subir una camilla). Abajo, Lorenzo revisaba los anclajes de la camilla y apretaba las cintas para poder subirla. Cuando todo estuvo listo se inició el ascenso del herido. Al llegar arriba, se conectó la cuerda del polipasto y nosotros comenzamos a jalarla hasta que quedó fuera del tiro. La llevamos un poco más adelante, donde había más espacio. Ahí Betty revisó de nuevo a Martín.
Había muchas cuerdas en el tiro para agilizar el ascenso de los espeleólogos. Los más cansados comenzaron a adelantarse para salir a la superficie. Nos dio gusto ver que José Antonio Soriano aparecía en el lugar. Más atrás venían Ramón Espinasa y más gente de la SMES. En este momento sucedieron varias cosas. Por un lado, viendo que llegaban refuerzos, Lorenzo y yo planeamos quedarnos a desarmar todo lo que ahí había y luego salir a descansar.
Betty solicitó el botiquín pues necesitaba un medicamento. Así que todos empezamos a buscarlo pero no lo encontramos. Bajo el tiro todavía había gente del IPN, pero ellos no tampoco lo tenían. De los que estábamos arriba nadie sabía donde estaba. Aparentemente una de las personas que se había adelantado se lo llevó. Esto complicó mucho las cosas.
La situación parecía muy seria. Manuel nos dijo que Martín estaba muy agitado, presentaba una arritmia o taquicardia, también nos dijo que debíamos sacarlo lo antes posible. Le pidió a Arturo y Víctor que se adelantaran y fueran armando los tiros que faltaban. Además debían mandar un mensaje a la superficie pidiendo que entrara más gente a ayudar. Como Ramón y los demás aún no llegaban, Lorenzo y yo dejamos la desarmada para otra ocasión y continuamos cargando la camilla.
REFUERZOS<\/b>
Al poco rato aparecieron Ramón, Jesús Reyes y otros compañeros de la SMES. Todos los que iban llegando siempre presentaron una actitud de ayuda, preguntando “¿Qué hago?”, “¿Qué necesitan?”. Y si bien a veces había varias personas participando y opinando, el ambiente era motivador, de trabajo y avanzábamos bastante rápido. Yo ya estaba bastante cansado y me dolían mucho las manos (debí llevar guantes). Dejé que los recién llegados cargaran. Iba detrás de ellos, cargando mi gordito y el de otra persona. En un par de ocasiones intervine cargando un poco, pero cada vez menos.
El trayecto hasta el siguiente tiro fue bastante rápido. Ahí se detuvo la camilla en lo que se alistaban las cuerdas para subir a Martín. Yo pensaba que ya era hora de que yo mismo saliera de ahí. Dado que ya había suficiente gente ayudando y seguían llegando más, pensé en subir primero e irme hasta la superficie.
En la parte de arriba me encontré a Memo, quien era el encargado de este tiro. Me comentó que los que iban a ayudarle habían salido a la superficie, en distintos momentos, para mandar mensajes. Así que pospuse mi salida y me quedé para ayudar. Después de un rato llegó Manuel, que también se veía bastante cansado, por lo cual él se hizo cargo del polipasto y yo del contrabalance.
Memo y yo nos instalamos en el repartidor. Cuando la camilla estuvo amarrada a la cuerda empezó la maniobra de ascenso. La cuerda subía hasta una polea y volvía a bajar. Coloqué mi puño y croll en ésta y comencé a pedalear hasta que se tensó el sistema y tuvimos todo el peso de la camilla. En este momento quité mi cabo de seguro del repartidor y empecé a bajar.
Teniendo mi peso de un lado y el de la camilla del otro, las fuerzas más o menos se igualan. Memo comenzó a jalar la cuerda de la camilla y yo también. En este momento caí en la cuenta de que la camilla y el herido juntos pesaban cerca de 100 kilos, mucho más que yo. Los que estaban abajo también se dieron cuenta y comenzaron a jalar la cuerda donde yo estaba colgado.
Poco a poco la camilla fue subiendo y yo bajaba. Soriano subía por otra cuerda, guiando la camilla. Cuando ésta llegó hasta arriba y se conectó el polipasto fue necesario que yo me quitara de la cuerda. Pero primero Lorenzo tejió su marimba en ésta y junto con dos personas más, soportaron el peso. Yo me pasé a la cuerda por donde acababa de subir Soriano y empecé a subir otra vez. Arriba estaban Manuel, Soriano y otra persona, tratando de mover la camilla, así que me uní a ellos y aún colgado de la cuerda la desplazamos. El espacio era reducido y no cabían muchas personas.
EL PASO DE LOS 90<\/b>
Acomodada la camilla lo mejor posible, Manuel comentó que se iba a adelantar para ir desbloqueando el “Paso de los 90”, ya que era el siguiente paso más estrecho después del sifón. Yo fui con él, junto con otros más que también estaban cansados. Al llegar al Paso de los 90 aproveché para cambiar mi carburo. Luego le ayudé a Manuel, quien estaba golpeando con un mazo y un cincel una enorme formación, un gur, que bloqueaba el paso y forma lo que se conoce como el Paso de los 90. Después de un rato dejé que Manuel continuara y yo seguí mi camino a la superficie.
En algún momento me encontré con un par de paramédicos que traían un botiquín de repuesto, luego vi a Javier Martínez, quien traía un mensaje de la superficie. También me encontré a Elke Schilling y otros compañeros quienes traían agua y sándwiches para todos. Fue muy agradable comer algo en ese momento pues llevábamos muchas horas sin probar nada.
Al llegar a la base del tiro de 16 metros escuché voces arriba. Eran Jorge González “Billy”, José Montiel y otras dos personas que no conocía. Dado que había tres cuerdas nos pusimos de acuerdo sobre cual iba a usar yo para subir. Comencé el penoso ascenso, me dolían mucho las manos. En algún momento pasó Montiel y me hice a un lado, ya que las cuerdas estaban demasiado juntas. Pasando la mitad comenzó a bajar otra persona, pero tuvo tiempo para pedir que le sacaran fotos.
Yo iba llegando al final del tiro cuando se descolgó el siguiente. Le pidió a Billy que le tomara más fotos. Yo no podía salir del tiro ya que no había espacio y esperé un rato hasta que terminó la sesión fotográfica. Cuando empezó a bajar, yo estaba debajo de él y le indiqué que mi pie estaba justo debajo del suyo, que tuviera cuidado. Es probable que no tuviera mucha práctica en descensos ya que no quitaba los ojos de la marimba y la cuerda. Simplemente me pisó y siguió bajando muy despacio.
Finalmente logré salir del tiro y encontré a Billy. Me comentó que tenía instrucciones de quedarse ahí hasta que llegara la camilla. Yo seguí mi camino hasta la superficie. Antes de salir me encontré con Gerardo Rodríguez, Daniel Sánchez y Elizabeth Gutiérrez, iban entrando como relevos para ayudar. Al salir me encontré con Arturo y Víctor, que estaban terminando de armar el tiro de la entrada. Luego apareció Juan y lo puse al tanto de lo que pasaba. Entre otras cosas les avisé que en unas tres horas Martín iba a salir de la cueva. En ese momento eran las 04:45. Cené y tomé mucho agua. Luego me fui a dormir.
SALIDA<\/b>
Los aplausos y gritos de alegría me despertaron a la ocho de la mañana. Ya estaban afuera. Me tranquilizó mucho saber que ya todo había terminado. Con el pasar de la mañana cada quien fue recogiendo sus cosas y se levantó el campamento. Los del IPN fueron los últimos en irse. Los de la UNAM nos fuimos hacia los autos y vimos cómo pasaba una grúa llevándose una ambulancia de la Cruz Roja. Como no funcionó y la otra ambulancia quedó atascada en el lodo, al herido se lo llevaron hasta el D. F. en la ambulancia del Socorro Alpino de México.
Ahora, casi tres semanas después y para agrado de todos Martín se recupera favorablemente.<\/div>\n

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EL INICIO<\/b>
A las 3:30 de la mañana no es fácil distinguir dónde terminan los sueños y comienza la realidad. A esa hora Juan Montaño me comunicó que había ocurrido un accidente en La Joya, hasta el fondo, en el último tiro, el más grande. Sin saber bien de qué me estaba hablando encendí la luz y traté de despertar. Yo había tenido una semana muy pesada y en realidad hacía apenas dos horas que me había dormido. Juan estaba preparando sus cosas para salir lo antes posible.
En un principio me costó trabajo creer lo que me decía. Uno espera que estas cosas nunca sucedan. Incluso se me ocurrió la idea de que podría ser un simulacro, dado que en el grupo de la UNAM se había estado hablando mucho de que ya era hora realizar uno. Pero la seriedad en la voz de Juan era una clara señal, esto era en serio.
Estando un poco más despierto pude formular un par de preguntas sobre lo que había pasado y quién más estaba listo para salir. Lo primero que vino a mi mente fue que debía levantarme, preparar mis cosas y salir con Juan y los demás. Pero también recordé el simulacro que hicimos en la misma Joya durante el curso de rescate y lo cansado que había sido. Decidí que lo más prudente sería descansar bien y salir en la mañana con el resto del grupo. Tardé mucho en conciliar el sueño, me la pasé pensando en lo que acababa de escuchar.
A las 8:30 le hablé a Arturo Robles, quien ya se había enterado del accidente. Mi intención era saber quienes estaban en la ciudad y de alguna forma organizarnos para irnos juntos. También hablé con Lorenzo Ortiz y quedamos de vernos a las 11 en la UNAM.
En la UNAM esperamos un rato. Teníamos que resolver la manera de irnos, buscar carburo y esperar a algunos compañeros que tenían asuntos que resolver antes de partir. Finalmente, a la 13:30, salimos rumbo al Resumidero La Joya, cerca de Taxco, Guerrero. �bamos Víctor Chávez, Javier Martínez, Arturo Robles, Lorenzo Ortiz y yo. Los que faltaban se irían mas tarde.
CAMPAMENTO BASE<\/b>
A grandes rasgos, el Resumidero La Joya es una caverna de unos 3 kilómetros de largo y unos 250 metros de desnivel. Es prácticamente horizontal, aunque cuenta con 5 tiros verticales. El más pequeño se encuentra en la entrada (5 metros) y el más largo (donde ocurrió el accidente) es el último, con 60 metros fraccionados en varios descensos. Para llegar a él hay que recorrer un gran número de pozas, meandros, gateras, pasos estrechos, desescaladas, tres tiros interiores (16, 8 y 10 metros) y un sifón.
A las 16:30 llegamos a La Joya. En un principio pensamos que no había mucha gente ya que no se veían carros, sólo la camioneta de Juan y la del grupo Urión. Conforme caminábamos a la entrada de la caverna vimos que en los terrenos de más abajo había cerca de cinco vehículos de la cruz roja y otros que no conocía. Encontramos a varias personas acampando cerca de la entrada y más adelante vimos a Juan Montaño, a Guillermo Gutiérrez (Memo) y a Marisol Monterrubio. También estaban ahí un grupo numeroso de personas del IPN, de Urión, de la SMES, la cruz roja y otros que no conocía.
En un principio nos pareció que las cosas no estaban muy claras. Fuimos a ver a Juan quien nos puso al tanto de la situación. A las 21:30 del sábado Martín Alvarado, del grupo del IPN, había caído en el último tiro, aproximadamente unos 40 metros. El diagnóstico provisional era que tenía fractura en un tobillo, pelvis y costillas. La causa del accidente que se manejó en ese momento fue que Martín se había asustado por alguna razón y soltó la cuerda, perdiendo el control de su dressler (descensor). También nos enteramos que Manuel Casanova y Beatriz �lvarez (Betty), quien es médica, estaban con él, junto con unos compañeros del IPN y uno o dos paramédicos.
Además, nos informaron que durante la mañana se había designado a Sergio Santana como coordinador dentro de la caverna y a Juan Montaño como coordinador externo. Cuando llegamos Santana se encontraba descansando. �l había llegado desde muy temprano y ya había bajado hasta el fondo, pero cuando hubo descansado nos platicó su plan. Sólo entendimos que él iba a entrar a las 17:00 con un grupo y que nosotros debíamos ir después de ellos. El siguiente grupo, SMES, iba a entrar a las 20:00. (Más tarde se cambió la hora y se les programó para la medianoche.)
Nos quedamos platicando sobre lo que debíamos hacer. Poco a poco fuimos aclarando la situación y llegamos a la conclusión de que todos los que tomamos el curso de rescate debíamos concentrarnos en armar los tiros y dejarlos listos para subir la camilla. Santana nos pidió que no nos cansáramos. La idea era que los que conocíamos las técnicas de rescate debíamos estar listos para cuando llegara la camilla. También nos indicó que fuéramos armando los tiros conforme fuera llegando Martín. Una vez izada la camilla, debíamos quitar las cuerdas, rebasar al herido y preparar el siguiente tiro, usando el mismo material. Esto considerando que los primeros cuatro tiros ya estaban prácticamente listos para colocar todo el material necesario.
Con todas estas indicaciones en mente nos dispusimos a instalar nuestras tiendas, equiparnos y seleccionar las cuerdas y el material de armado. El hecho de que todos nosotros conociéramos La Joya razonablemente bien y que ya hubiéramos hecho una práctica en esta misma caverna, nos daba una cierta seguridad. En la práctica del rescate se sacó al “herido” desde el sifón, sin pasarlo, y tardamos cerca de 7 horas y media. En esta ocasión debíamos armar el último tiro y pasar el sifón.
Especulamos un rato sobre la longitud de la cuerda que debíamos usar. El último tiro representaba un reto para todos. Debíamos llegar ahí con todo lo necesario y decidir en el lugar cómo armarlo. Nos llevamos varios cabos cortos para hacer los repartidores; unas cuatro cuerdas (la más larga de 70 metros), unas 20 plaquetas con sus correspondientes maillones, cuatro o cinco puños, cuatro poleas pequeñas y cuatro grandes, cinco anillas, un taladro, martillos y manerales, spits y mosquetones con y sin seguro.
ENTRADA<\/b>
Nos repartimos el equipo y empezamos a entrar. Santana entró unos 40 min. antes con un grupo de la cruz roja, quienes llevaban la camilla de la UNAM. Aparentemente ya había una camilla dentro, pero no era adecuada y se debía sustituir por la que llevaban en ese momento. Juan estaba en la entrada anotando en su bitácora quienes entraban y a qué hora. Se nos dijo que no trabajáramos más de ocho horas. Al cumplirse ese plazo uno tenía que regresar a la superficie para descansar. Cuando entré vi mi reloj y marcaba las 18:00 en punto. �bamos Marisol, Arturo, Javier, Víctor, Memo, Lorenzo y yo.
Los cuatro primeros se adelantaron y los tres últimos nos detuvimos en el segundo tiro, de 16 metros, para arreglar el armado. Uno de los tornillos estaba flojo y el mosquetón del anclaje principal (sólo un punto) hacía palanca en un borde de la pared, además de que el nudo de la cuerda rozaba. Sabiendo que mucha gente iba a pasar por aquí era importante armar todos los tiros lo mejor posible. Lo arreglamos y continuamos nuestro descenso por la caverna y rápidamente alcanzamos a Santana y a los compañeros que bajaban la camilla.
En 40 minutos llegamos al cuarto tiro, el del comedor. Ahí, alguien que venía subiendo nos comentó que Manuel Casanova ya se las había arreglado para subir al herido por el último tiro y que ya venían en camino. Esto nos alegró mucho e hizo que cambiáramos los planes.
En realidad ya no era necesario que los siete estuviéramos ahí esperando a que llegara la camilla con el herido. Mientras los demás irían armando los dos tiro centrales, Lorenzo y yo regresamos y encontramos a los que bajaban la camilla especializada. La idea era llevarla hasta el sifón. Ahí debíamos dejarla y regresar para apoyar a nuestros compañeros. A mí me pareció que eso no iba a ser posible ya que estando ahí seríamos más útiles si ayudábamos a trasportar al herido.
Bajamos muy rápido. En el camino nos cruzamos con alguien que nos confirmó que ya venían en camino. Lorenzo y yo llegamos primero al sifón y ahí esperamos a los demás que resultaron ser unos compañeros del IPN y de la Cruz Roja, además de Santana. En total siete personas.
PLANES<\/b>
Aquí Santana nos planteó su plan. En primer lugar él iba a tratar de ampliar lo más posible el paso del sifón, que en ese momento, por suerte, no estaba lleno de agua. En realidad era una gatera muy inundada con un claro de aire de unos 10 a 15 centímetros en la parte mas reducida. Lo complicado ahí iba a ser una formación bastante grande que obstruiría el paso de la camilla y se encontraba prácticamente a la mitad del paso.
En segundo lugar, todos los que estábamos ahí debíamos sustituir a los que venían cargando la camilla. Y que en unas 6 a 7 horas llegaría nuestro reemplazo, que serían los que iban a entrar a la media noche. En ese momento eran cerca de las 19:30. A mí me pareció que seis personas éramos pocas para sustituir a ocho o nueve, sobre todo sabiendo que debíamos cargar la camilla 6 o 7 horas. Se lo hice saber a Santana y me aseguró que no iba a haber ningún problema. Nuestro reemplazo entraría a la media noche.<\/div>\n

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VERSIÃ?N DEL ACCIDENTE<\/b>
Mientras descansábamos un momento y terminábamos de organizarnos, Ricardo Arias, del IPN, nos platicó su versión del accidente: Martín estaba en la maniobra de paso de fraccionamiento. Su cabo de seguro estaba puesto en el fraccionamiento y estaba tejiendo su descensor. Su cabo de seguro, un cordino de 6.5 mm, se rompió, tomando por sorpresa a Martín, quien ya no pudo controlar su descenso. Durante esa noche y los días siguientes escucharía cerca de seis versiones distintas. Lo mejor es esperar que el mismo Martín nos aclare que pasó.
ENCUENTRO<\/b>
Cruzamos el sifón, pero sin la camilla, el cambio se haría en este lugar. Primero pasó Lorenzo, luego yo. Avanzábamos muy rápido. Yo tenía la impresión de que la camilla iba a estar mas cerca, pero la realidad fue que estaba todavía muy lejos. Finalmente escuché voces y vi luces. Encontré a Betty, que se veía cansada, pero contenta de vernos. Le comenté que había mucha gente fuera y dentro de la cueva. Me parece que eso la tranquilizó mucho.
Luego vi a Manuel, quien también se alegró de vernos, y noté que él estaba coordinando el desplazamiento. Todos nos saludaron con alegría, ahora sabían que ya venía más gente en camino. La ayuda había llegado. Yo esperaba que los que venían detrás de mí llegaran en cualquier momento, pero no lo hicieron, aparecieron cuando ya estábamos cerca del sifón. Así que sólo llegamos a ayudar dos de los seis que veníamos.
Inmediatamente nos pusimos a trabajar y nos integramos al grupo que transportaba a Martín. La dinámica para desplazar a la camilla me pareció un tanto extraña al principio: En vez de cargar la camilla la iban arrastrando. Luego entendí por qué se hacia así: en esa zona hay muchas rampas de arena y pequeñas pozas. La camilla estaba amarrada a una cuerda y entre dos o tres personas la jalaban y los demás hacían lo mismo con las asas disponibles.
El cansancio y las pocas asas los obligaba a arrastrar la camilla, ya sea por la arena e incluso en algunas pozas. La camilla que se usaba en ese momento era flexible. Se enrolla para trasportarla. Martín estaba envuelto como taco dentro de ella, junto con un par de mantas térmicas y en la espalda llevaba un colchón de aire. Era claro por qué debíamos cambiar la camilla: ésta no era adecuada ni cómoda, tanto para Martín, que sentía todas las piedras sobre las cuales pasaba, como para los socorristas, ya que no tenía suficientes asas para levantarla. Martín no llevaba casco, pero la camilla rodeaba también su cabeza y lo protegía un poco.
Gracias a un colchón de aire, la camilla flotaba muy bien en el agua pero siempre había dos o tres personas debajo de ella, cuidándola y guiándola. Al parecer nuestra presencia y nuestra ayuda motivaron al grupo, porque después de un rato varios comentaron que estábamos avanzando mucho más rápido que antes.
Varios compañeros ya llevaban muchas horas dentro de la cueva, algunos desde que ocurrió el accidente. En su mayoría eran del IPN, amigos y compañeros de Martín. Además había uno o dos paramédicos. Varias veces se les dijo a los que ya llevaban mucho tiempo ahí que salieran a la superficie para descansar. Yo mismo se lo dije a uno de ellos y su respuesta fue muy clara, “¡Nos quedamos con él hasta que salga!”
Mientras cargábamos noté que fue un error llevar mi gordito, pues sólo me estorbaba. Pero también me di cuenta que era necesario porque traía agua y algo de comida. Todos sudábamos mucho y teníamos sed. No habíamos considerado que alguien debía traer agua para todos.
Ya llevábamos un buen rato avanzando cuando apareció Santana y los otros compañeros. Se habían quedado para despejar el sifón. Cuando estuvimos más cerca de este paso, Manuel y Santana se adelantaron para ir estudiando el terreno y planear como pasarlo. Estoy seguro que todos, incluyendo a Martín, pensábamos que éste iba a ser uno de los movimientos más difíciles. Nadie sabía a ciencia cierta qué se debía hacer. Hasta llevábamos una manguera de 3 metros para que Martín respirara si debíamos sumergirlo. Aunque nos movíamos relativamente rápido, se me hizo eterno el trayecto hasta el sifón, quizá un par de horas.
EL SIFÃ?N<\/b>
Entonces Manuel tomó el control de la situación y organizó a la gente. Lo primero que nos dijo fue que una vez que la camilla comenzara a avanzar, no habría marcha atrás. Siempre debía ir hacia adelante. El plan en realidad era muy sencillo, unas cuatro personas iban a estar del otro lado del sifón, tres de ellos iban a ayudar jalando la cuerda amarrada a la camilla y el otro, que en este caso fui yo, iba a guiar a la camilla una vez que estuviera cerca. Más o menos a la mitad del sifón, que mide unos cuatro o cinco metros, hay un hueco donde uno puede pararse y ahí debía colocarse una persona con una buena luz, para que alumbrara esa zona. �ste era el punto más peligroso ya que era la parte más estrecha e inundada. Un amigo de Martín iba a estar ahí para darle ánimos. Lorenzo iba a acompañar a la camilla durante todo el trayecto.
Antes de comenzar se discutió sobre la posibilidad de usar la manguera. Algunos no pensamos que fuera buena idea ya que su longitud era mucha y el aire no se renovaría. Se pensó en cortarla, y al final se decidió esperar a estar en el paso estrecho para ver si era necesario usarla y en cuyo caso ver donde se debía cortar.
Primero pasó quien iluminaría el camino, luego tres compañeros del IPN que iban a jalar la cuerda y finalmente yo pasé al último. Nos llevamos un extremo de la manguera por si se usaba. Yo no lograba ver hasta el otro lado, aunque por las conversaciones entendí que estaban acomodando la camilla. En este momento se dejaron libres las manos de Martín, quien las llevaba sujetas dentro. Se pensó que de esta manera él mismo podría taparse la nariz en caso de ser sumergido o sujetar la manguera en caso de usarla.
Cuando todos estuvimos en nuestros puestos y Martín estaba en la entrada del sifón, de dio la señal de avance. La camilla flotaba en el agua, debido al colchón de aire. La primera parte, aunque algo angosta, no representó mucho problema pero al llegar a la parte más estrecha quedó claro que la camilla no podía pasar flotando. Iba a ser necesario sumergirla. La cuestión era entonces si se usaba la manguera o no. Lorenzo le preguntó a Martín si podía retener la respiración. Pasaron un par de minutos antes de definir la maniobra. Martín aceptó hacer una apnea y no usaría la manguera. Nosotros debíamos jalar cuando nos avisaran.
Nos dieron la señal, Martín respiró con fuerza y se sumergió la camilla. Cinco segundos después escuchamos, con alegría, los gritos “¡Ya pasó, ya pasó!”. Martín volvió a respirar y también confirmó que ya estaba del otro lado. El obstáculo era una formación ancha que en su parte central se hundía en el agua. No era muy larga, unos 25 cm.
La segunda parte del sifón fue mucho más sencilla aunque también algo delicada, era un paso muy estrecho y tuvimos que ladear un poco la camilla. Poco a poco vimos cómo salía. Martín se veía muy despierto en ese momento. Jalamos la camilla y la cargamos hasta una playa de arena, cerca de ahí. Era bastante amplia y adecuada para hacer el cambio de camilla. En este momento eran cerca de las 22:30.
CANSANCIO<\/b>
Betty y un paramédico aprovecharon para revisar a Martín. Los demás buscamos donde sentarnos para descansar, tomar agua y comer algo. Después de un rato empezamos las maniobras para hacer el cambio de camilla. En este momento le pregunte a Betty si le poníamos un casco a Martín, pero dijo que no. El cambio fue muy bueno para todos, ya que podíamos participar ocho personas en el trasporte y resultaba mucho más ligera que antes. Manuel y Betty decidieron adelantarse hasta el tiro del comedor. Ellos llevaban muchas horas dentro y necesitaban descansar.
Seguimos avanzando, al principio íbamos a buena velocidad, pero con el tiempo empezaron a sentirse los efectos del cansancio. Ã?ramos cerca de 14 personas, de las cuales no todos cargaban e iban atrás, caminando muy despacio. Cada vez avanzábamos menos. Si antes nos parábamos cada 30 metros, después lo hacíamos cada 10 y luego cada 5 y luego cada 2… en los pasos estrechos con escaladas. Para avanzar en las escaladas teníamos que esperar un rato a que la gente se adelantara un poco. Las pausas se alargaban cada vez más. Me dio tiempo, en dos ocasiones, de adelantarme un buen tramo para dejar mi gordito y regresar para reemprender la marcha. Hubo un par de pasos estrechos y escaladas que nos frenaron aún más, pero seguíamos avanzando.
Llegó un momento en que decidí adelantarme hasta el tiro del comedor y pedir ayuda. Yo sabía que ahí debía haber dos o tres personas esperándonos, para hacer las maniobras en el tiro. Antes de llegar a la parte que se conoce como El Comedor hay una pequeña pared de menos de dos metros. Ahí encontré a una persona que pretendía desescalarla, pero no podía, a pesar de ser muy sencillo. Me pareció que lo más prudente sería que no bajara y le comenté que ya no tardábamos y que sería mejor si nos esperaba ahí.
Yo seguí hasta que llegué a la base del tiro y le pedí a mis compañeros que se encontraban arriba que nos fueran a ayudar. Regresé inmediatamente con los demás y les comenté que ya venía más ayuda. Poco después llegaron Arturo y Víctor. Su apoyo se sintió de inmediato y empezamos a avanzar mucho más rápido.<\/div>\n

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Eric Molino Minero Re ofrece aquí lo que quizá es la más completa versión de lo que fue el rescate del Resumidero La Joya, en el estado de Guerrero, desde el punto de vista de los rescatistas.<\/div>\n

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