{"id":11449,"date":"1999-12-15T00:00:00","date_gmt":"1999-12-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11449"},"modified":"2012-03-12T19:01:22","modified_gmt":"2012-03-13T01:01:22","slug":"la_montana_y_el_hombre-2","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/1999\/la_montana_y_el_hombre-2\/","title":{"rendered":"La monta\u00f1a y el hombre"},"content":{"rendered":"\n\n
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La aventura no est\u00e1 en las cosas: est\u00e1 en nosotros.<\/i><\/p>\n

Robert Tezenas du Montcel: Ce monde qui n’est pas le nôtre<\/i><\/p>\n<\/td>\n<\/tr>\n<\/table>\n

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La singular aventura a que los Alpes nos invitan no es de las que se narran f\u00e1cilmente. Lo que puede tener algunas veces de espectacular no es lo esencial. Como todas las grandes aventuras humanas, es ante todo un combate consigo mismo y una prueba que superar; una victoria que obtener sobre nosotros mismos tanto como sobre lo que se nos resiste; una ense\u00f1anza que obtener y que aplicar. Es un itinerario interior, muy largo, que acompa\u00f1a y gu\u00eda al alpinista sobre los caminos dif\u00edciles de la monta\u00f1a y los de la vida.<\/p>\n

Mundo extra\u00f1o y maravilloso, que nos exige muchas virtudes a menudo contradictorias: la audacia y la prudencia; el orgullo de ser hombre y la humildad de no ser m\u00e1s que eso; el amor de la acci\u00f3n pura y la consciencia de la inmensa vanidad de la acci\u00f3n ?sin embargo, necesaria?; la m\u00e1s completa libertad y la m\u00e1s estricta disciplina; la solidaridad y la responsabilidad humanas llevadas , si es preciso, hasta el sacrificio, en ese gran ejercicio de la soledad. Pero estas contradicciones se resuelven por s\u00ed mismas y la monta\u00f1a, en su silencio, responde a todas las cuestiones. S\u00f3lo hay que saber interrogarla y, como ella, saber callar.<\/p>\n

“Y me atrevo a escribir aqu\u00ed… que incluso las piedras, incluso esos grandes seres de tierra, piedra y hielo, que se llaman monta\u00f1as, son capaces de devolver amor por amor, porque todo no es m\u00e1s que un juego perpetuo de ecos.” [Samivel, Pr\u00e9face de l’Opera de Pics].<\/p>\n

Monta\u00f1as, mi alegr\u00eda… donde, sin embargo, no hay m\u00e1s que sufrimiento y esfuerzo, pero de donde, milagrosamente, mana nuestra felicidad en mayor pureza. El secreto de la vida est\u00e1 en vosotras.<\/p>\n

"¡Deteng\u00e1monos un poco m\u00e1s!… ¡Es tan bello reposar en la cumbre, y durante unos momentos en la vida, so\u00f1ar en medio de las nubes!” [Guido Rey]<\/p>\n

Pero, ¿No se puede tambi\u00e9n so\u00f1ar con la cima cuando ya se ha abandonado? La ascensi\u00f3n que nos conduce hasta ella no es m\u00e1s que un instante de violenta plenitud. Pero la ascensi\u00f3n no se acaba con el retorno al valle. Su precioso recuerdo no deja de perpetuarla y enriquecerla: con un poco de aplicaci\u00f3n, se la puede hacer durar toda una vida. La verdadera cima est\u00e1 en nosotros, por encima de todo. Pertenece a quien la busca y jam\u00e1s le podr\u00e1 ser arrebatada.<\/p>\n

La monta\u00f1a acompa\u00f1a al hombre, marcha en el sentido m\u00e1s secreto de su vida, e incluso cuando \u00e9sta la supera, la perpet\u00faa. Quienes han amado la monta\u00f1a por encima de todo, hasta el punto de vivir s\u00f3lo para ella e incluso morir, no han vivido ni han muerto, pues, en vano, porque ella ilumin\u00f3 enteramente su existencia con la luz m\u00e1s pura y le dio un sentido. Su esp\u00edritu vela por nosotros en los amplios espacios desnudos de la altitud que les eran familiares. “Las puertas de la monta\u00f1a ?escribi\u00f3 Ruskin? me abren una nueva vida que no tendr\u00e1 fin.”<\/p>\n

\u00bfRecord\u00e1is, compa\u00f1eros m\u00edos? Ten\u00edamos veinte a\u00f1os; dispon\u00edamos de todas las frescas fuerzas de nuestra juventud; el asombro; el gusto por el peligro y el juego, el m\u00e1s puro de todos. Entonces nos encontr\u00e1bamos, all\u00e1 arriba…<\/p>\n

Otros nos hab\u00edan mostrado la v\u00eda, esa l\u00ednea simple y neta que une la realidad con el sue\u00f1o y no deja de elevarse hacia la lejana cima en el cielo. Ellos pasaron y nosotros pasamos tambi\u00e9n, pero sin dejar de ser fieles a nosotros mismos ni a nuestra pasi\u00f3n.<\/p>\n

Conservamos el recuerdo de unos ampl\u00edsimos espacios, tan plenamente abandonados al vac\u00edo y a su soledad que parec\u00edan pertenecernos de verdad; el del aire, alternativamente sofocante y helado, cuyo soplo nos azotaba y nos vivificaba al mismo tiempo; y el de una claridad tan viva que hiere la mirada, pero cuyo reflejo no nos ha abandonado jam\u00e1s…<\/p>\n

Recuerdo tambi\u00e9n los ecos secretos del silencio; la transparencia helada del vac\u00edo cristalino. Ese mundo se recoge en m\u00ed, m\u00e1s presente que el real, m\u00e1s vivo que la vida misma. Y me llena. Y me rodea. Y me protege.<\/p>\n

La monta\u00f1a, donde todo es fuente. La monta\u00f1a, fuente de las fuentes.<\/p>\n

Aprendamos a marchar, lentamente, hacia esa fuente…<\/p>\n

\n Tomado de: Georges Sonnier. La monta\u00f1a y el hombre<\/i>. Editorial R.M., Barcelona, 1970. ISBN: 84-7204-048-8 p. 248-249.<\/p>\n<\/div>\n

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La montaña acompaña al hombre, marcha en el sentido más secreto de su vida, e incluso cuando ésta la supera, la perpetúa. Quienes han amado la montaña por encima de todo, hasta el punto de vivir sólo para ella e incluso morir, no han vivido ni han muerto, pues, en vano, porque ella iluminó enteramente su existencia con la luz más pura y le dio un sentido.<\/i><\/div>\n

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