{"id":11448,"date":"2000-02-01T00:00:00","date_gmt":"2000-02-01T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11448"},"modified":"2012-03-12T19:18:16","modified_gmt":"2012-03-13T01:18:16","slug":"artesonraju","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2000\/artesonraju\/","title":{"rendered":"Artesonraju"},"content":{"rendered":"
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Hielo o nieve o agua… Ya no sab\u00eda si nadaba o escalaba. De cualquier manera, segu\u00edamos hacia arriba los tres, hacia la cumbre del Artesonraju, una monta\u00f1a de 6,025 metros de altitud un poco perdida entre esos cientos de kil\u00f3metros de nevados (de “-rajus”, como dicen en quechua) de la Cordillera Blanca del Per\u00fa. S\u00ed, en el coraz\u00f3n de los Andes.<\/p>\n

Durante d\u00edas esperamos en el campamento a que el cielo dejara de sembrar sus gruesas l\u00e1grimas de nieve sobre la cordillera. D\u00edas. Se dice f\u00e1cil. Pero, ¿qu\u00e9 pueden hacer tres hombres en cuatro metros cuadrados durante d\u00edas? Los libros se nos agotaron, el ajedrez lleg\u00f3 a ser mon\u00f3tono y, lo m\u00e1s importante, la comida se terminaba. Hasta que una madrugada el cielo se limpi\u00f3 de nubes y se cubri\u00f3 de un manto de estrellas tiritantes de fr\u00edo. Era la se\u00f1al que esper\u00e1bamos.<\/p>\n

Equipados en unos minutos con la ligereza que da el saber que s\u00f3lo cont\u00e1bamos con unas cuantas horas de esa bonanza meteorol\u00f3gica, comenzamos el ascenso, con la modorra de la medianoche trasnochada en los ojos y la ansiedad de la cumbre reflejada en la imaginaci\u00f3n.<\/p>\n

El hielo se quebraba bajo nuestro peso y dej\u00e1bamos en \u00e9l s\u00f3lo las puntas diminutas de los crampones como marca de nuestro paso. Pero hab\u00eda otro crujir m\u00e1s impresionante, m\u00e1s respetable: el del hielo del glaciar que, r\u00edo s\u00f3lido al fin, se desmenuzaba en grietas de profundidad inc\u00f3gnita, azul y oscura.<\/p>\n

Por eso la cuerda. Era ese delgado hilo de nylon el que nos aseguraba el ascenso y descenso en la monta\u00f1a, el que nos un\u00eda unos a otros tanto f\u00edsica como… ¿C\u00f3mo decirlo? Veamos: sin necesidad de palabras, sin gritos, sin gestos casi, nos entend\u00edamos a distancia. Cada uno de nosotros sab\u00edamos lo que el otro necesitaba y lo que estaba haciendo pese a no verlo. ¿Hilo de la imaginaci\u00f3n? Quiz\u00e1, pero todo resultaba cierto. Nos un\u00eda, de una manera inexplicable, a un compa\u00f1ero, a un buen compa\u00f1ero a quien hab\u00edamos confiado la propia vida desde tiempo atr\u00e1s, al hacer los planes de escalada.<\/p>\n

Por eso, cuando me adentr\u00e9 en esa muralla de hielo y nieve de 70º de inclinaci\u00f3n, sab\u00eda que mis compa\u00f1eros estar\u00edan pendientes de mis movimientos. Sub\u00ed metros y m\u00e1s metros con el viento a cuestas.<\/p>\n

Entonces se nos dejaron venir las nubes. De a poquito. Unas, desgajadas de la cumbre del Taullirraju, esa monta\u00f1a que ara\u00f1aba el cielo con sus crestas rocosas; otras, sub\u00edan desde el valle por la quebrada. Lo que ese encuentro de aires (uno caliente y el otro fr\u00edo) traer\u00eda como consecuencia, lo imagin\u00e1bamos f\u00e1cilmente. Y como no quer\u00edamos que la tormenta nos sorprendiera en las vertiginosas paredes del Artesonraju, escalamos m\u00e1s de prisa, hacia la cumbre de la “Joroba”, un mont\u00edculo de una altura mayor que el Popocat\u00e9petl, entre el Nevado Par\u00f3n y nuestra monta\u00f1a. S\u00ed: nuestra desde que planeamos subir a su cumbre.<\/p>\n

Y ah\u00ed est\u00e1bamos: pegados a esa pared de hielo que el sol hab\u00eda derretido poco a poco. A Rodolfo no lo hab\u00eda visto desde antes del amanecer. \u00c9l era el \u00faltimo de la cuerda y yo el primero. S\u00f3lo No\u00e9 ten\u00eda contacto con nosotros. Pero yo no recordaba esto. Sub\u00eda y mi mente s\u00f3lo estaba puesta en avanzar… y no caer. El sol hab\u00eda amasado la nieve y \u00e9sta estaba tan floja y era tan profunda que dejaba un surco en ese mar blanco rodeado de nubes. El piolet y mi brazo completo entraban como si nada.<\/p>\n

A las seis de la tarde (18 horas de estar escalando) un trueno nos cimbr\u00f3. Un trueno de rocas inmensas que caen de las alturas, de nieve que se desliza en desbandada buscando el centro de la tierra, de caos en los cielos y en las nieves, confundidos todos, monta\u00f1a y hombres. Pas\u00f3 a la distancia justa para dejarnos esa desaz\u00f3n interminable de llegar lo m\u00e1s r\u00e1pido posible. Y vuelta a hundirse en la nieve, a meter los brazos hasta donde fuera posible, a tratar de hacer de esa nieve un buen apoyo para subir un paso m\u00e1s y alejarnos definitivamente de los aludes.<\/p>\n

Cuando llegu\u00e9 a la cumbre de la Joroba, era tarde. La arista que nos separaba de la cima del Artesonraju ten\u00eda cornisas de un lado y del otro. Un zigzag muy a\u00e9reo y que deb\u00eda tomarse con mucho cuidado. Pero hab\u00eda que detenerse. El primero que lleg\u00f3 a m\u00ed fue Rodolfo y en cuanto estuvo a un paso de m\u00ed, se tir\u00f3 a la nieve y dijo: “¡Ya no!”. Las cimas cercanas se sorprendieron de ese grito de angustia mientras un hombre se hincaba y lloraba por bajar. Hab\u00eda estado tantas muchas horas solo y en la vertical. No hab\u00eda aguantado.<\/p>\n

De acuerdo: ya no, pero primero deb\u00edamos hacer una cueva en la nieve. ¿D\u00f3nde? En el muro de hielo que estaba debajo de nosotros, as\u00ed que hicimos un rapel ny yo estaba dispuesto a hacer una aut\u00e9ntica cueva en el hielo, pero en cuanto Rodolfo me termin\u00f3 es primer rapel y lleg\u00f3 conmigo, pude ver lo asustado que estaba en su rostro. De esa forma no podr\u00edamos llegar a la cima al otro d\u00eda. Ni pensar en abandonarlo.<\/p>\n

“Es dif\u00edcil decir «no», pero es tiempo”.<\/p>\n

La cima… Un mundo de sue\u00f1os que cuajan en un min\u00fasculo espacio donde caben apenas tres hombres. O uno. Y debajo, valles, monta\u00f1as, un mundo de hablar quechua y, un poco m\u00e1s lejos, los mares… ¿Cu\u00e1ntas cosas hay bajo los pies de un hombre que ha llegado a la cima de una monta\u00f1a despu\u00e9s de haber batallado durante horas o d\u00edas en la pendiente? La sensaci\u00f3n es la misma cuando uno est\u00e1 rodeado de nubes y ya no encuentra m\u00e1s que subir. O quiz\u00e1 esta \u00faltima imagen, \u00e9sa que nos toc\u00f3 vivir, sea m\u00e1s fant\u00e1stica por irreal.<\/p>\n

Esa es la cima, pero es apenas la mitad del camino, pues falta el descenso: ese delicado asunto de tener que regresar al mundo de los mortales con vida para so\u00f1ar nuevamente y volver a caminar hacia ese punto luminoso que uno se ha trazado. O hacia otro.<\/p>\n

Y bueno: bajamos. En medio de la noche, nos colg\u00e1bamos de las cuerdas puestas a las estacas de aluminio que pon\u00edamos. Yo descend\u00eda primero y luego No\u00e9 dejaba bajar hasta m\u00ed a Rodolfo, el m\u00e1s afectado por el fr\u00edo, el cansancio y el miedo tremolando en su voz, mientras yo volv\u00eda a golpear una y otra vez dentro del hielo una nueva estaca de aluminio. Y cantaba. Cualquier canci\u00f3n era buena para no dejar doblegarse a quien estaba a punto de hacerlo. Y segu\u00ed colocando los rapeles para llegar a nuestro campamento. No importaba. En el campamento dejar\u00edamos a Rodolfo y No\u00e9 y yo subir\u00edamos despu\u00e9s de descansar un d\u00eda.<\/p>\n

A las dos de la ma\u00f1ana tuvimos que detenernos. Llev\u00e1bamos 26 horas con actividad y Rodolfo se tropezaba continuamente. Nos refugiamos en una grieta y dormimos tres horas para seguir hasta el campamento. Encontramos algo desolador: nos hab\u00edan robado la comida y gran parte del dinero. No habr\u00eda otra tentativa a la monta\u00f1a: nos hab\u00edan quitado m\u00e1s que objetos, m\u00e1s que alimentos.<\/p>\n

¿Otras cimas? S\u00ed: hab\u00eda tantas como sue\u00f1os en nuestras mentes y ya desde el fondo de la quebrada de Santa Cruz, cuando volte\u00e1bamos a ver al Artesonraju en las alturas asoleadas o cubiertas de nubes, so\u00f1\u00e1bamos esa cumbre como algo que ya hab\u00eda sido nuestro.<\/p>\n

Un mes despu\u00e9s, un grupo de seis monta\u00f1istas universitarios, dirigidos por Enrique Miranda, llegaron a la cima del Artesonraju siguiendo la ruta que nosotros hab\u00edamos dejado equipada con nuestras estacas. Los informes que les proporcionamos en un restaurante de Huaraz les ayudaron a evitar todos los rodeos en que nosotros hab\u00edamos ca\u00eddo. Se convirti\u00f3 as\u00ed en el primer ascenso mexicano a la monta\u00f1a.<\/p>\n

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El hielo se quebraba bajo nuestro peso y dejábamos en él sólo las puntas diminutas de los crampones como marca de nuestro paso. Pero había otro crujir más impresionante, más respetable: el del hielo del glaciar que, río sólido al fin, se desmenuzaba en grietas de profundidad incógnita, azul y oscura. <\/div>\n

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