{"id":11435,"date":"2001-12-01T00:00:00","date_gmt":"2001-12-01T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11435"},"modified":"2003-04-06T00:00:00","modified_gmt":"2003-04-06T00:00:00","slug":"la_otra_cara_del_pico_de_orizaba","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2001\/la_otra_cara_del_pico_de_orizaba\/","title":{"rendered":"LA OTRA CARA DEL PICO DE ORIZABA"},"content":{"rendered":"
Saludos a todos en este foro [Xtremers], mi nombre es Yuri Contreras Cedi. Tengo algunos años en este “ambiente” de montaña y escalada. Respondiendo a una invitación de Rodulfo Araujo en el Congreso de la Federación y más como una obligación moral de compartir mis experiencias buenas y malas, hoy inicio una serie de colaboraciones en las cuales espero encuentren información que pueda ser provecho para ustedes.
Iniciaré con un relato duro, poco agradable, pero con mucha enseñanza. Ocurrió en diciembre del 2000. Ahora que empieza la temporada en los volcanes, creo importante recordar que las montañas no solamente tienen caras norte, sur, este y oeste. Pueden tener una cara que nadie desearía conocer. La imprudencia, la ignorancia, el exceso de confianza pueden hacer que te encuentres escalando en esta cara.
Espero que este relato despierte en ti la conciencia de estar bien preparado para subir o para ayudar a los demás montañistas en determinado momento. Si crees que porque compraste tu equipo muy “nice” y das tus opiniones en este o varios foros o porque haz subido 20 veces el Pico crees que no se te puede aparecer el diablo, te tengo una mala noticia. Pero basta de rollos y mejor iniciemos. <\/p>\n
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La noche del 9 de diciembre no pudo cubrir con su negro manto la inmensidad de la montaña más alta de México, el Pico de Orizaba. Más alto que el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl, mantiene una sensación de soledad y aislamiento al subir por sus laderas. La luna casi llena hacía resplandecer el hielo del glaciar de Jamapa, un brillante espejo que desvanecía el manto de estrellas bajo el cual dormían unos sesenta escaladores repartidos en distintos lugares de la montaña con un sueño común: lograr la cumbre al día siguiente. Para dos de ellos sería su último sueño. No es de interés común explicar los detalles técnicos de los accidentes o las estadísticas de los mismos, pero cuando en un deporte se tiene la muerte tan cerca y desgraciadamente como en esta experiencia se convive con ella, los valores y las necesidades nuevamente toman su debida dimensión y esa reflexión la quiero compartir con ustedes.
Sábado 8 de diciembre, 23.00 hrs. <\/b>
Apilados con el mismo orden que las sardinas llevan en una lata nos encontrábamos instalados en el domo gris de nuestra tienda. Al fondo, Víctor Jaime luchaba por calentar sus pies, pero el saco de dormir de pluma de ganso hecho para resistir menos 20 grados centígrados a veces parecía insuficiente en lograr ese objetivo. Junto a él, don Héctor García Zaragoza luchaba por conciliar un sueño reparador que repusiera el desgaste de subir con el exceso de peso que provoca llevar un campamento a mitad de la montaña (4,900 metros); sin embargo la falta de oxígeno hacía de la noche una insomne pesadilla. En estricto orden seguía yo, colocando la cuerda, mochila y demás pertrechos en mi espalda para poder dormir un poco sentado, eso facilitaría la respiración y el paso de la sopa de pasta que habíamos comido cuatro horas antes. Junto a la puerta, Mario Oñate dormía como los benditos. Atribuyo que pueda conciliar tan fácil el sueño a que sigue soltero y sin hijos.
Domingo 9 de diciembre, 05.30<\/b>
El duermevela se alargó hasta el amanecer que recibimos sin poder sacar las narices del saco de dormir, el plan era levantarse a las seis, calentar un poco de agua para café o té y salir al ataque final a las siete, pero el frío congeló los planes y, como suele suceder en la montaña, sonaron las alarmas y nadie dijo nada: el famoso juego de “si no se mueve el de a lado yo tampoco”. Ya con crampones puestos y en las primeras lengüetas de hielo, Víctor decididamente se detuvo y optó por regresar. No insistí mucho en que continuara porque cuando uno no quiere jugar tenis y se le insiste, lo único que puede pasar es que juegues mal, pero aquí si uno no está muy convencido la caída es inminente. Afortunadamente nuestra tienda de campaña serviría como pequeña tribuna desde donde Víctor observaría nuestra ascensión.
Lentamente nos fuimos perdiendo en la inmensidad del hielo, tres horas y media para llegar al cráter del volcán. Don Héctor, a sus 64 años, realizó una buena ascensión hasta el labio del cráter y se quedo ahí mientras Mario y yo tardamos otros 30 minutos en llegar a la parte más alta, donde tomamos las fotos de rigor y en donde cuenta la leyenda se ve el mar de la costa de Veracruz, en el Golfo de México. Entre ambos puntos había un grupo de montañistas que ruidosamente se fotografiaban y se abrazaban. Entre ellos estarían seguramente Paulino y Ricardo.
EL ACCIDENTE<\/b>
Al bajar de la cumbre la perspectiva de la inclinación cambia. Aunado al cansancio de los músculos que hacen un esfuerzo extra, hacen de la bajada una de las partes más peligrosas de la expedición. Como había mucha gente bajando nos desviamos hacia la izquierda de la ruta para bajar en línea más recta y sin que nos cayeran pedazos de hielo.
En dirección a nuestra tienda, nos encontramos con un escalador que nos indicó “Cayeron dos, cayeron por allá”. Y poco después, al llegar con Víctor, nos dijo: “Yo los vi caer, estaba dentro de la tienda descansando cuando escuché gritos, me asomé y los vi caer de lo más alto, eran dos, patinaron toda esa lengüeta de nieve, pegaron contra esas rocas y los volaron a esas rocas de allá arriba”.
La explicación la hacía con el asombro de quien hubiera tenido una pesadilla. Víctor repetía el suceso una y otra vez. Ya habían subido dos personas a buscar en ese lugar, otras cuatro personas buscaban en las rocas aledañas donde generalmente van a dar los que se resbalan del glaciar. Nada. Don Héctor, Mario y yo, agotados, bebimos lo poco que nos quedaba de bebida energética y descansamos un momento. Al poco tiempo escuchamos la estridente voz de un connotado guía de montaña: Andrés Delgado. Se comunicaba por un radio dando indicaciones y le grité para que supiera que yo estaba por ahí. Se veía invadido por esa angustia que dan las desgracias.
Â?Se cayeron dos, ya los localizaron mis asistentes, uno ya “palmó” y el otro esta herido pero consciente. Â?Iba al lugar del accidente. Â?Quédate con un radio y te digo las condiciones del herido y me asistes Â?me dijo.
En ese tiempo estuvimos en contacto con Israel, el guía asistente que los encontró. Las indicaciones de primeros auxilios al sobreviviente fueron ejecutadas rápidamente, para la caída de 300 metros que había experimentado aparentemente no estaba tan mal. Su nombre era Paulino, 34 años, 85 kilos o más, traumas múltiples a decir del guía pero estaba consciente y respondía a preguntas. Víctor y don Héctor poco podían hacer. Involucrarse en un rescate es un riesgo mayor que ascender a la cumbre, así que bajaron.
Casi pasó una hora y media antes de que Andrés pudiera llegar, estaban en un lugar poco accesible y peligroso. Lo primero que escuché de Andrés fue: “Necesitamos un helicóptero”. La comunicación hacia nosotros y hacia el otro radio que tenia su esposa y asistente en la base de la montaña se intensificó. Conmigo aclaramos y recalcamos las medidas de primeros auxilios y los pocos medicamentos con los que contábamos.
Los accidentados estaban amarrados por una cuerda y el sobreviviente había caído de espaldas en una roca, el cuerpo del otro escalador pendía del otro extremo de la cuerda, así estuvo “jalado” de su cintura (por medio del arnés) como por hora y media hasta que lo encontraron. Paulino preguntaba por su amigo Ricardo. Se le había dicho que estaba bien y lo estaban bajando. Al otro extremo de la cuerda, Ricardo tenía partido el cráneo. Andrés insistía:
�Necesitamos un helicóptero, ¿qué pasó con él?
Campo Base: �Los del helicóptero particular, quieren 50 mil en efectivo para despegar y después otros 40, pero alguien tiene que poner el dinero en efectivo.
Â?Espera… Oye dice Paulino que te comuniques a un teléfono celular. Es del jefe del Sindicato de Chicles Adams, donde trabaja, que él puede pagar.
�Van hablar a ese teléfono, pero el piloto quiere el dinero en efectivo.
Yuri: �Andrés, ¿a qué altura está?
�A 5,200 metros. Lo empezamos a bajar; ya se metió el sol y el frío esta pegando duro. Está dentro de dos sacos de dormir en una camilla con cuerdas.
Mario: �¿Cuánto tiempo van a tardar?
Â?No sé… mucho. Sólo somos cuatro. El terreno esta complicado.
Mario: �Yuri, yo y otro chaval de Jalapa que se detuvo ayudar vamos para allá.
�Necesitamos un helicóptero, lo seguimos bajando.
La tarde y el frío. Empezamos a subir al lugar del accidente. Yo sabía que el dichoso helicóptero era tan solo un sueño. Nadie subía para ayudarnos y todos los que estábamos involucrados en el rescate estábamos desgastados, todos habíamos llegado a la cumbre. Pero había que sacar fuerza de lo más profundo: si no éramos nosotros, nadie haría nada.
Después de una extenuante hora y media, llegamos a un filo de roca con pendiente de 30 grados que se conoce como el Filo del Chichimeco. Divide lo que es el glaciar de Jamapa del glaciar oriental. Poca gente cae en ese lugar y desgraciadamente estos dos muchachos, ambos del estado de Puebla, cayeron casi desde el cráter y a la izquierda, un lugar que no es ruta para bajar. Es una franja de 100 metros de ancho donde caminar es un constante vaivén porque ese filo está lleno de roca suelta. Los cuatro aguerridos guías lo habían podido deslizar desde lo alto pero no habían podido cruzar esa podrida franja de roca. Vimos unos brazos que se levantaban: eran Andrés y sus asistentes que se encontraban al fondo del canal.
Â?Paulino, ya llega el doctor, tranquilo.
Lo miré por primera vez, el ojo derecho completamente cerrado, había una herida en cráneo que ya no sangraba (por lo menos el frío había servido para algo), a las preguntas respondía con respuestas vagas y quedas pero acertadas. Me acerqué a tomar los signos vitales y me di cuenta que, aunque consciente, estaba en estado de shock, frío como un cubo a pesar de los sacos. Su pulso débil no me tranquilizaban. Pero, ¿cómo esperar que estuviera de otra manera si yo mismo sentía un frío que congelaba? <\/div>\n

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Domingo 10 de diciembre 19.00<\/b>
Un muerto, un herido en estado de Shock, siete escaladores agotados, todos a 5 mil metros de altura sumergidos en un canal de hielo, golpeados por un constante viento helado, la luna era al parecer nuestra única aliada, con su resplandor nos evitaba estar sumergidos solo con la luz de las linternas.
Paulino protestaba y sacaba sus grandes manos queriendo quitarse las múltiples cuerdas que lo sujetaban. Entre él y la superficie helada dos pequeñas colchonetas de espuma acompañaban el viaje. Había que sacarlo del hielo, cruzar esa maldita franja inclinada de roca podrida y movediza, había que intentarlo. Andrés, Mario, otro escalador y yo, pasamos unos lazos a través de las cuerdas que lo enrollaban y lo cargamos. El cuerpo de Paulino colgaba entre nosotros inerte y doblado como víbora muerta en las manos. Apenas salimos del hielo tropezábamos a cada paso, otro guía se encargaba de proteger a Paulino con una cuerda conectada directamente a su cintura.
Poco avanzamos entre el pútrido roquerío, las cuerdas cedían ante el peso del herido y sus 80 o 90 kilos nos jalaban a nosotros mismos. Sus quejidos eran constantes y nuestras imprecaciones desquiciantes porque, aún sincronizados, no avanzábamos nada. Paulino nos manoteaba y quería salirse de las bolsas. Era claro que tenía ya un grado importante de edema cerebral ya sea por el traumatismo en la cabeza o por el estado de shock en su conjunto combinado con la altura.
Paramos, calentamos bebida energética y se la dimos. Pedimos nuevamente ayuda a los de la base de la montaña. Había llegado una ambulancia al refugio pero todos los que llegaron esperaban recibir a los heridos en la puerta de la ambulancia, nadie subía. Como perros de plaza se daban vueltas mordiéndose la cola, todos disfrazados de montañistas pero sin la menor intención de subir ayudar. Así, Paulino no tenía ninguna esperanza.
Los que estábamos arriba llegamos a la misma conclusión: sin una camilla rígida y con nuestro agotamiento no podíamos hacer nada, sólo nos despeñaríamos junto con él. Así que no teníamos otra opción que prepáralo para que pasara la noche solo mientras nosotros íbamos por una camilla y gente de refuerzo. Colocamos piedras alrededor para que lo cubrieran del viento, lo empaquetamos en los sacos de dormir, le dimos más bebida caliente y no nos cansamos de repetirle que tenía que aguantar, que regresaríamos con una camilla y más gente. Lo pertrechamos y bajamos como pudimos. Andrés y su equipo hasta la base de la montaña, nosotros a nuestra tienda, al inicio del glaciar.
Mario y yo llegamos agotados. Ya no teníamos comida pero compartimos unos polvorones y media botella de bebida energética; quedaban dos chocolates así que los guardaríamos para el día siguiente. Sin hablar nos metimos a los sacos y llorando en silencio me quedé dormido.
Â?Dr. Yuri… Yuri ya llegamos…
Dios gracias, oía la voz de mi buen amigo el doctor Gerardo Reyes, experimentado escalador que es dueño de la hostería y transporte más prestigiado al volcán, vive casi al pie del volcán y ha participado en innumerables rescates. El viento golpeaba sin cesar la tienda.
�Gerardo quítese los fierros (piolet y crampones) y pasen.
Gerardo: �Mira lo que me haces hacer Dr. Yuri, nos enteramos por tus amigos y subimos a las 23 horas; llegamos al refugio la una y aquí estamos Carolo, Paco y yo. Atrás, muy atrás, vienen tres de la Cruz Roja con la camilla, muy lento, la camilla les da muchos problemas, ¿dónde están los heridos?
Lo puse al corriente pero no podíamos hacer nada hasta que llegara la camilla. Calentamos un té que todos compartimos y apenas llegó la camilla salimos. Otra vez para arriba. “Ahora si lo vamos a bajar”. Seis personas “frescas”, nosotros dos para indicarles dónde lo habíamos dejado y la famosa camilla para transportar al herido.
En una serpenteante fila nos sumergimos en el podrido pedregal. Mis piernas daban lo suficiente para seguirse moviendo pero no con mucha rapidez. Mario se adelantó con Gerardo y al rato vi a lo lejos a mis dos amigos parados junto al saco de dormir. Apresuré el paso. Cuando me acerqué vi a Paulino con medio cuerpo fuera del saco de dormir, su cabeza al oriente, los pies al sur y la voz de Gerardo: “Se fue”.
Llegaron todos. Lágrimas, imprecaciones… una nube de muerte y frustración nos envolvió a todos. Mucho trabajo, ningún resultado, muchas preguntas, pocas respuestas. De estar en la cumbre de México, un tropezón, un jalón de cuerda y en pocos segundos todo cambió irreversiblemente. Ya nada en sus familias será igual.<\/div>\n

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CONCLUSIONES<\/b>
Esta terrible experiencia deja mucho que pensar. Es fácil caer en la tentación de escribir sermones teóricos de lo que se debe hacer y no hacer, postular dogmas y reglas absolutas en la montaña, si bien es cierto que hay una teoría y es básico conocerla, no admito que nadie se considere un dios e intente imponer a los demás su particular visión de cómo subir montañas. Escribiré tan solo unas conclusiones basadas en mi propia experiencia como médico y alpinista.
Empecemos por un correo que leí por ahí al poco tiempo de haber publicado este artículo en el foro Xtremers, decía algo así como “Le das el pésame a los familiares de las personas que murieron”. En la mayoría de los casos los familiares de los accidentados no tienen la menor idea de cuales fueron los montañistas que estuvieron involucrados en el rescate, siempre hay un vocero improvisado, a veces el adecuado, otras, un imbécil esférico (por donde se le vea es imbécil), como en este caso. Se les dijo a los familiares y la prensa que: el fuerte viento “empujó” a los montañistas al precipicio y que a pesar del esfuerzo del grupo de rescate de la Cruz Roja (que no participaron) no se pudieron salvar.
Nadie le dijo al vocero que no había viento ese día, nadie le dijo que la Cruz Roja no había pasado de Piedra Grande en espera de que “los de arriba” bajaran a los heridos hasta su ambulancia. Nadie le dijo tampoco que los helicópteros se envían cuando los escaladores están heridos y que ya no son necesarios cuando están muertos; nadie le dijo que los escaladores suben predominantemente el Pico el domingo, cuando el piloto del helicóptero está en su día libre, tal vez habría que subir entre semana cuando haya alguien pueda contestar los llamados de auxilio.
Diciembre del 2000, el cuerpo de rescate para el Pico tenía su similar con el cuerpo de rescate del Monte Blanco del siglo XIX, es decir: solo sobreviven los accidentados no graves. Muchos, a esta altura de la narración, pueden estar molestos por lo que he escrito (“La verdad no te hace libre, solo impopular”), pero tú, que estás leyendo esto, puedes ser la única posibilidad de que otro compañero de montaña pueda sobrevivir a un accidente, si tienes las nociones elementales de atención de un accidente y llevas en tu mochila 300 gramos de botiquín. Puede que salves la vida de alguien. Mientras no tengamos un cuerpo de rescate medianamente decente la seguridad en la montaña la tendremos que preservar nosotros mismos.
Empezaré a analizar el accidente de la manera que lo hace el librillo que reporta los accidentes del American Alpine Club todos los años (Accidents in north american mountaineering):
CAUSAS DEL ACCIDENTE<\/b>
Fuera de ruta, excederse en sus habilidades, resbalarse en hielo, uso inadecuado del equipo.
ANÃ?LISIS<\/b>
Los dos escaladores estaban en proceso de descenso, bordearon el cráter del Pico hasta la aguja de hielo y de ahí bajaron recto por lo que se consideraba la ruta normal. Esto era cierto hasta algunos años, a partir de mediados de la década de los 90, las características de la nieve en el Pico ha cambiado. El sobrecalentamiento global de la Tierra ha hecho que la considerada ruta normal sea poco transitable y muy peligrosa por las placas de hielo que resultan de la exposición constante al sol sin las nevadas que antes se acostumbraban, anteriormente se llegaba a la aguja de hielo caminando hacia la izquierda del glaciar y de ahí se bordeaba el cráter hasta alcanzar la cumbre. Hoy en día, la ruta a cambiado drásticamente hacia la derecha, teniendo que “atacar” el glaciar casi de manera directa. La ruta es más inclinada y aunque la mayoría de los montañistas no tienen objeción en seguirla (sobre todo si hay buena huella) en la bajada (como los gatos), la pendiente crea una desconfianza que hace que los escaladores se peguen a la aguja de hielo y por ende a las placas de hielo en donde difícilmente entran las puntas de los crampones.
Sin embargo, hay montañistas que empiezan la bajada y al darse cuenta de las condiciones intentan subir y escapan de estas placas de hielo. En este caso, de fuente directa (otros escaladores que estaban junto a los accidentados), los vieron bajar corriendo y encordados. Estaban seguros de tener las habilidades para intentar bajar de esa manera y al primer resbalón de uno de ellos lo único que propicio con la cuerda fue “arrastrar” a la muerte a su otro compañero.
A pesar de que ambos habían subido con anterioridad el Pico, menospreciaron las condiciones y creyeron ese antiguo mito de que la cuerda es como la de Aladino (en caso de caída se detiene sola). La única manera de que la cuerda sirva para detener una caída es que esté asegurada a un anclaje, un tornillo de hielo, un anclaje con el piolet en “t”, un “muerto”, etc. Y asegurar con una placa o lo que es más común en terreno alpino el nudo dinámico. Claro que hay pendientes largas como la del Pico en donde no estamos convencidos en colocar anclajes mientras subimos, ante lo cual solo queda de dos sopas:
Te quitas la cuerda y cada escalador es capaz de realizar su autodetención o utilizar una cuerda muy corta y asegurar con mucho a dos escaladores (de preferencia �y así lo hago yo� sólo a uno) con una separación de dos metros y siempre con la cuerda tensa. Aquellos que se hayan caído en un la pendiente de un glaciar con hielo duro y mochila de peso normal puede entender lo indispensable de saber actuar con rapidez en la autodetención y esto se logra con experiencia previa, es decir: practicando. Tan solo así. Algunos piensan (aunque no lo dicen) que por el hecho de comprar un piolet (como la cuerda) tienen asegurada la autodetención y lo único que tienen asegurado es que se piquen un ojo. Así que la explicación de este tipo de accidentes no tiene mucha ciencia, se producen en la Ignorancia de la ruta y la utilización del equipo. Si a esto si le añades el menosprecio a la montaña, ya tienes tu pan de muerto.
¿QU� HACER?
Primero: leer<\/b>
El hilo negro ya esta escrito, el agua tibia inventada, no te dejes llevar por “lo que me dijo mi profe”. Lee, esa es una de las netas del montañismo y escalada para tener un riesgo medido. Hay libros suficientes para aventar para arriba en español a precio accesible y muy didácticos. El tomar cursos es la manera de reforzar de una manera practica y experimental lo que leíste. El que estés en este foro te da un gran avance contra el 80% de los que andan subiendo el Pico de Orizaba esta temporada, por lo menos tienes el interés de leer y aprender.
Segundo: prevenir<\/b>
La mejor medicina es la preventiva. Lo mismo en la montaña, el minimizar riesgos te coloca en una situación de mayor seguridad en la montaña.
a) Antes de ir a la montaña: Revisa la ruta por la cual quieres subir, platica con otros que han hecho la ruta, determina el nivel técnico de la ruta y compárala honestamente con tu capacidad técnica, determina quienes pueden ser tus compañeros ideales. Revisa que tengas el equipo personal necesario así como el equipo que compartes ( estufas, clavos etc.)
b) Cuando vas camino a la montaña: Revisa el pronóstico meteorológico, registra tu cordada o has saber la ruta que planeas subir a alguna persona que esté pendiente de ustedes (ahora el teléfono celular es una maravilla).
c) Durante el ascenso: mantén a tu cordada junta para poder estar en comunicación con ella reagrupada en determinadas partes del camino, especifica una hora para regresar aún si no has llegado a la cumbre.
d) Durante el descenso: Localiza las partes en donde alguno de tu equipo pueda resbalar y toma las medidas preventivas para ello, no dejes que nadie de tu grupo se adelante hasta que hayan llegado a una zona 100% segura (yo diría el auto)
Tercero: el accidente<\/b>
Hay que tener una rápida respuesta al mismo, tradicionalmente se indican siete pasos.<\/p>\n
    \n
  1. Hacerse cargo de la situación, el guía del grupo toma las decisiones sobre la seguridad del grupo y las acciones para la estabilización y evacuación del grupo.\n
  2. Proteger al herido y al grupo de terreno peligroso.\n
  3. Iniciar primeros auxilios.\n
  4. Tratamiento del Shock\n
  5. Checa otras lesiones.\n
  6. Hacer un plan de evacuación\n
  7. Iniciar la evacuación.<\/ol>\n

    Terminaré como me dijo mi maestro de cardiología hace 18 años: “Si está con un paciente que sufre un paro cardiaco y sólo está usted con él, no salga corriendo a pedir ayuda porque la única oportunidad de que ese paciente viva se va con usted”.<\/div>\n

    <\/p>\n

    <\/div>\n

    <\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

    Iniciaré con un relato duro, poco agradable, pero con mucha enseñanza. Ocurrió en diciembre del 2000. Ahora que empieza la temporada en los volcanes, creo importante recordar que las montañas no solamente tienen caras norte, sur, este y oeste. Pueden tener una cara que nadie desearía conocer. La imprudencia, la ignorancia, el exceso de confianza pueden hacer que te encuentres escalando en esta cara. <\/div>\n

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