{"id":11403,"date":"2000-06-15T00:00:00","date_gmt":"2000-06-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11403"},"modified":"2003-04-02T00:00:00","modified_gmt":"2003-04-02T00:00:00","slug":"una_ofrenda_para_los_dioses","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2000\/una_ofrenda_para_los_dioses\/","title":{"rendered":"UNA OFRENDA PARA LOS DIOSES"},"content":{"rendered":"
Ã?bamos ya de retirada y no regresarÃamos sino hasta tres meses después, pero con un aliciente mayor: ¿existirÃa realmente esa fabulosa cueva? <\/p>\n
Era el 4 de noviembre de 1984 en la Colonia Plan del Fierro, habitada sólo por seis familias, un lugar aislado y dirÃase inhabitable de no ser porque ahà viven personas que se han forjado con los rigores del desierto. Es el Valle de Tehuacán, en el estado de Puebla y muy cercano al de Oaxaca. Esperábamos nuestro transporte, que se habÃa retrasado ya hora y media y mientras tanto, habÃamos establecido una plática con el hombre de más edad, algo asà como el patriarca de la pequeña comunidad. Todo habÃa comenzado por la pregunta acerca del tiempo en que habÃan abierto la carretera hasta ahÃ. Ellos la habÃan abierto con sus brazos, con su sudor y su poco tiempo libre porque querÃan que llegase el progreso. Ellos fueron, hace pocos años, sin más presupuesto que su energÃa. Entonces, ¿cómo hacÃan antes para viajar a Tehuacán, la ciudad más cercana?<\/p>\n
A pie o en mula, entre los cerros. “TenÃamos que irnos temprano de aquÃ, comprábamos la mercancÃa y regresábamos al atardecer. Ya le digo. Por allá arriba en los cerros, camino a Tehuacán, hay hartas cuevas. Hay una que llaman… Bueno, no recuerdo. Pero allà dentro hay de esas que parecen puntas de flechas y jarras donde comÃan los antiguos y pinturas en la pared. Hasta huesos de los antiguos hay. Yo creo que enterraron a alguien hace mucho tiempo allÃ.” <\/p>\n
Nuestro transporte llegó rodando entre nubes de polvo bajo el sol perpetuo. Nos despedimos de cada miembro de la familia y mientras nos alejábamos del cerro adonde se habÃa dirigido la mano añosa del hombre, me preguntaba: ¿existirÃa realmente la cueva? A la vista del cerro, la vista se clavaba fijamente en sus pendientes y sentÃa que debÃa regresar ahà lo más pronto posible. <\/p>\n
EL RETORNO<\/b><\/p>\n
Pero eso no pudo ser tan pronto como hubiera querido. Año y medio después, en marzo de 1986, llegamos nuevamente al mismo lugar. Nuestra curiosidad habÃa aumentado tanto que en esta oportunidad nos habÃamos propuesto conocer toda la verdad sobre la existencia o invención de la cueva. Nuestro primer informante, el hombre lleno de paciencia, manos activas mientras trabajaba platicando y voz serena, no estaba. Fuimos con otras personas. “No. No sé decirle. Hace unos ocho años que un gringo le ofreció a un amigo 8,000 pesos para que lo llevara adonde están las pinturas, pero no quiso. Luego me dijeron que habÃan desaparecido. Quién sabe dónde quedaron.” <\/p>\n
De inmediato comprendimos que ante nosotros tenÃamos una ardua labor, asà que después del desayuno y sin información adicional que nos condujera a la nueva cueva, nos internamos por el desierto hacia la montaña más alta. Todo el dÃa estuvimos caminando y explorando y por la noche dormimos al aire libre con la esperanza de ver el cometa Halley en la madrugada, pero el cansancio de una noche sin dormir nos mantuvo con los ojos cerrados hasta las seis y media. A las once de la mañana comenzamos a subir por las faldas del cerro, conocido con los nombres de Viejo, Colorado o Texcale, un ascenso pesado porque a cambio de camino habÃa un infinito pedregal. <\/p>\n
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DESIERTO QUE FUE MAR<\/b><\/p>\n
El cerro tiene una gran pared de más de un kilómetro de largo por 150 metros en su parte más alta. La noche anterior un habitante del extenso y cálido valle nos habÃa mencionado que años atrás trabajaban en la base de la pared para extraer el mármol (en verdad, ónix) que constituye uno de los medios de subsistencia de toda la zona, un enorme valle que comienza en Puebla y termina en Oaxaca y que lleva por nombre Tehuacán-Cuicatlán. Es un valle extenso y árido en donde es difÃcil hacerse a la idea de que todo el suelo que se pisa estuvo una vez por debajo del mar. Las piedras en forma de animales marinos es la clave y la gente ha aprendido a explotar esto: los niños recorren las faldas de los cerros mientras pastorean, recogen los mejores fósiles y los venden a los turistas. Millones de años de historia geológica que no se repetirá por sólo un peso. A veces por sólo un dulce.<\/p>\n
Nosotros habÃamos dejado ya las partes bajas y los fósiles se hacÃan cada vez más raros y nos dedicábamos a ver de lo alto las nuevas olas: plegamientos de la tierra que sólo se podÃan ver desde muy arriba. Sin fósiles cercanos ya, era cada vez más difÃcil creer que encontrarÃamos algo que nos moviera a la curiosidad. Algunos ya no creÃan en eso y sólo esperaban a bajar. Al cabo de un rato, hallamos una diminuta vereda que esquivaba la mayor parte de los matorrales espinosos. Por ella llegamos más rápido y descansados a la base de la inmensa pared. <\/p>\n
Eran ya las tres de la tarde y algunos caminamos veloces en busca de la cueva. HabÃamos perdido mucho tiempo grabando para los camarógrafos, que nos atormentaban con el “¡Háganlo de nuevo, por favor!”, una y otra vez hasta que quedaban satisfechos de las tomas. Descubrimos una pequeña abertura en la pared y trepamos hasta entrar en ella, simple agujero que no medÃa más de tres metros de largo por uno y medio de ancho. Buscamos una continuación y al fin encontramos una gatera de 30 centÃmetros por la que costaba mucho trabajo pasar. Uno de los muchachos entró con la cabeza por delante y nos explicó que inmediatamente habÃa un tiro vertical. Una vez traspuesto el umbral, desapareció, como absorbido por la oscuridad. <\/p>\n
�Estoy parado �nos gritó�.<\/p>\n
�¿Quepo también ah� �pregunté.<\/p>\n
Â?SÃ. <\/div>\n
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UN ANGOSTO PASO EN LA OSCURIDAD<\/b><\/p>\n
Sin esperar más, comencé a reptar en el suelo para poder traspasar por el pequeño agujero. HabÃa que sacar el aire de los pulmones en su parte más estrecha y moverse lo más rápido posible. Aunque no padezco claustrofobia, la sensación de estar sin aire en un sitio tan reducido, es simplemente aplastante. Cuando la luz desapareció de mis ojos, vi a mi compañero junto a mÃ. DirigÃa su linterna a los lugares donde habÃa que poner los pies. Pocos y muy escasos porque iniciaba un tiro de aproximadamente ocho metros. No habÃa señal de los “huesos de los antiguos” ni de ningún tipo de pintura rupestre. Ni un petroglifo siquiera. Nada. Pero esa caÃda vertical se abrÃa a mis pies. Pensé en los espeleólogos. Si esta cueva seguÃa, les podrÃamos decir y que ellos regresaran hasta llegar al final.<\/p>\n
Â?Voy a bajar Â?anuncié, y desde afuera vino la voz de Manuel preguntando si no era peligroso y si podrÃa subir. Volvà a mirar hacia abajo y le respondà afirmativamente.<\/p>\n
�Entonces espera a que pase el camarógrafo y te grabe en el descenso. <\/p>\n
Minutos después, tres personas estábamos en un lugar donde apenas cabe una, con una cámara de televisión y potentes reflectores para la grabación. “¡Qué más da! De cualquier forma sólo bajo y vuelvo a subir”. Hugo Rojas se colocó su equipo y comenzó a grabar mientras yo desescalaba por una chimenea amplia y rugosa hacia un fondo que luego se perdÃa en un pasillo. ¿La caverna seguirÃa por ahÃ? <\/p>\n
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LA CARA DE LOS DIOSES<\/b><\/p>\n
Ya abajo del tiro, dirigà mi linterna al suelo para ver lo que pisaba. HabÃa huesos. “Hasta huesos de los antiguos hay”, recordé y comencé a buscar con la mirada las “jarras donde comÃan los antiguos” y todo lo demás. Pero mis ojos se toparon primero con algo que me llamó mucho la atención: una máscara hecha de madera. Su forma no era complicada; incluso se parecÃa a las muchas que venden en mercados de artesanÃas, sólo que sin colores.<\/p>\n
Desde arriba me preguntaban qué pasaba mientras yo trataba de hacer una narración hablada de lo que hacÃa. HacÃa pocos dÃas habÃa terminado de leer el libro de Howard Carter, La tumba de Tutankamón<\/i>, y estar ahà me hacÃa regresar a ese libro, a los incontables años en que estaba entrando por primera vez. Una máscara… pero ¿desde cuándo? Estaba tan conservada que parecÃa tener a lo más unas cuantas decenas de años. Desde arriba preguntaban: “¿Una máscara?” Se estaban impacientando. <\/p>\n
En el ramal más corto, pero más amplio, mi asombro llegó al lÃmite: gran cantidad de jÃcaras policromadas, todas volteadas hacia abajo, pedazos de escudos también de madera y más máscaras estaban regadas por todos lados. Estaba de frente al pasado, a un pasado que nadie conocÃa o sospechaba, salvo los habitantes del valle. ¿EntrarÃan ellos aquÃ? No habÃa ninguna huella en el suelo arenoso. <\/p>\n
“No debes tocar nada”, me dije. Iluminaba el suelo en busca de una piedra o suelo firme, lo tocaba con la mano y luego, con mucho cuidado, ponÃa el pie y daba el paso. Una operación lenta. “No debes tocar nada”. Pero desde arriba llegaban las prisas. ¿PodÃan bajar? ¡Por supuesto que no! No hasta saber qué habÃamos encontrado. Asà recorrà parte del ramal más largo, hasta que se perdÃa en un segundo tiro, más complicado. “Puedo bajar, pero se van a desesperar si no regreso pronto o me pierden la voz”. A la mitad habÃa una pequeña cueva donde habÃan más objetos y huesos, sobre todo huesos. <\/p>\n
HACIA FUERA<\/b><\/p>\n
Manuel y Antonio bajaron también. Les esperé al final de ese tiro y les indicaba los lugares donde habÃan de pisar y aquellos a los que no debÃan acercarse para evitar romper algo. “Esto es muy importante. Hay que dar noticia a los arqueólogos”, decidimos. Pero nadie nos creerÃa sin tener una prueba en la mano. SabÃamos que una fotografÃa no tendrÃa tanto impacto, ni siquiera la vista de un video bien tomado como el que Hugo estaba realizando de pie en esa minúscula repisa de allá arriba. Asà que decidimos tomar algunas sin mover las demás para llevarlas a los investigadores. <\/p>\n
Cuatro horas después, volvà a cruzar el angosto pasaje sin aire en los pulmones y regresaba a la luz. Cuatro horas. Para mà habÃan sido apenas más largo que el tiempo que tardé en pasar de luz a sombra. Y lo primero que descubrÃa era el silencio. Risas, bromas y cualquier otro comentario se habÃan apagado ante la vista de las piezas que iban saliendo de la mochila envueltas cuidadosamente en ropa. Fue un largo momento de expresiones atónitas. Los rostros reflejaban admiración, desconcierto, misterio, sobresalto y gran humildad mezclada con el orgullo de cualquier descubridor de tesoros arqueológicos. Hubo poco movimiento y palabras. <\/p>\n
Cuando hasta arriba llegó la primera noticia de que habÃa hallado una máscara, todos lo habÃan tomado a broma y me habÃan urgido a regresar: todos querÃan bajar del cerro y regresar a casa. Ahora, todos estaban reunidos y asombrados. De alguna manera, todos nos habÃamos convertido en los descubridores que soñamos cuando de niños pensábamos en hallar un rico tesoro., aunque éste consistiera en máscaras de madera que representaban a Tláloc (dios de la lluvia), Ã?ztotl (dios de las cavernas) y a otros que en ese momento no reconocimos; escudos y tablillas, todos de madera y con incrustaciones de jade, concha nácar, hueso y otras piezas; algunas puntas de lanza de obsidiana de 30 centÃmetros de longitud. 21 piezas en total. El hallazgo era valioso artÃsticamente, pero sobre todo en el plano histórico. ¿Por qué las habÃan dejado ahÃ? ¿Hace cuántos años o siglos? Estas y otras muchas más eran las preguntas que correspondÃa solucionar a los especialistas. <\/p>\n
La primera exhibición de algunas piezas ante todo el equipo, a plena luz del dÃa, Fue una contemplación que mentalmente nos alejaba a épocas remotas. Nuestra respiración palpitaba fuera de ritmo. Estábamos como acalambrados, estáticos ante la mirada fija de ojos inexistentes de dioses, semidioses o hechiceros que nos observaban tras de las máscaras. ¿HabÃamos violado un recinto sagrado y la divinidad del lugar tomarÃa represalias contra nosotros? <\/p>\n
Afuera, el calor habÃa desaparecido y el aire era fresco, casi nocturno. DebÃamos caminar todavÃa tres horas hasta los autos y manejar otras cuatro a la ciudad. Poco a poco, la plática regresó mientras bajábamos por las laderas de guijarros sueltos con un cargamento valioso rodeados de crepúsculo.<\/div>\n
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LA EXPEDICION DE RESCATE<\/b><\/p>\n
En la ciudad de México presentamos las piezas que habÃamos extraÃdo de la caverna a Mari Carmen Serra Puche, quien entonces fuera la directora del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, para que diera parte del hallazgo al Instituto Nacional de AntropologÃa e Historia (INAH), la única institución indicada para autorizar rescates arqueológicos. “Es el descubrimiento arqueológico más importante hasta la fecha de este tipo de material”, comentaban los investigadores que llegaban a hacernos mil preguntas.<\/p>\n
Por ellos nos enteramos que las piezas tendrÃan una edad aproximada de mil años, aunque habrÃa que hacer estudios posteriores. A los investigadores les sorprendió que las piezas de madera estuviesen tan bien conservadas, al grado de hacerme creer en primera instancia que era una máscara reciente. Pero una caverna metida en pleno desierto es el mejor preservador de todo tipo de material. <\/p>\n
Doce dÃas después del descubrimiento regresamos al Valle de Tehuacán. El grupo de estaba constituido por tres equipos de trabajo: arqueólogos del IIA de la UNAM y del INAH , quienes llevarÃan a cabo toda la labor de rescate de las piezas; cuatro miembros de Televisión Universitaria, que grabarÃan todo el trabajo de los especialistas; finalmente, elementos de la Asociación de Montañismo y Exploración, quienes acondicionarÃamos la caverna para que los otros dos equipos pudieran llegar a la sala de las piezas. Además debÃamos continuar la exploración hasta el fondo, pues todavÃa no sabÃamos qué tan profunda era. <\/p>\n
Aparte de las piezas que nosotros habÃamos extraÃdo y entregado a las autoridades, se extrajeron 97 elementos arqueológicos más: pedazos de máscaras y máscaras completas, jÃcaras decoradas, escudos y otras piezas. Todas fueron tratadas antes de sacarlas de la cueva al aire reseco y entonces gélido del valle, en comparación con el hondo calor de semanas antes. <\/p>\n
En otra pequeña oquedad, descubrimos un acceso superior que era en realidad una caverna pequeña. Para llegar hasta ella se tenÃa que escalar y la entrada era difÃcil, pero valió la pena pues encontramos más pedazos de cerámica muy bien modelada. El grupo de televisión realizó las tomas necesarias y una semana después se emitió un programa de 30 minutos sobre el rescate de las piezas. <\/p>\n
Pronto supimos lo que era la fama: después de la transmisión del programa, nos llovieron invitaciones a programas de radio y televisión, entrevistas múltiples, interminables y repetitivas para periódicos. Sobre todo, descubrimos que tenÃamos muchos más amigos de los que pudiéramos recordar cada quien. El teléfono sonaba varias veces al dÃa y la historia se repetÃa. Afortunadamente, la fama es efÃmera y al cabo de una semana ya no tenÃamos más que los amigos de siempre y los medios se habÃan olvidado de nosotros. <\/p>\n
PodÃamos pensar nuevamente en ascender montañas y recorrer sierras o desiertos. <\/p>\n
A POSTERIORI<\/b><\/p>\n
Algunas conclusiones a las que llegaron los investigadores de la UNAM indican que la “ofrenda” (se llamó asà porque parecÃa ser tal en un principio) habÃa sido hecha por grupos popolocas, que habitaban el valle antiguamente. La antigüedad aproximada de las piezas era 950 a 1,100 años, entre el periodo Clásico (100-800 d.C.) y el Postclásico (800-1200 d.C), lo que la convertÃa en el hallazgo arqueológico en madera más antiguo del mundo. <\/p>\n
Las piezas son de diferente época, por lo que pudiera ser una ofrenda depositada en diferentes épocas. Pero al parecer se trata no de una ofrenda sino de un “ocultamiento” de piezas de elevada importancia para ciertos sectores de la población. La hipótesis más recurrida indica que al llegar los españoles los principales del lugar, escondieron esas piezas de tal manera que no pudieran ser destruidas por los europeos. Sin embargo, pudiera ser que hubiera una o más personas que las custodiaran de generación en generación. Probablemente, la llegada del “progreso” a través de la carretera que la familia hizo con su esfuerzo, hizo una mella brutal en esa tradición y permitió que nosotros recibiéramos la noticia. Sin embargo, esta es sólo una hipótesis tan válida como muchas más. <\/p>\n
Además del programa de televisión que se transmitió varias veces a petición del público (lo cual no es de extrañar, pues entonces estaba exacerbado el nacionalismo a través de piezas arqueológicas por el robo en el Museo Nacional de AntropologÃa e Historia del 24 de diciembre de 1985), Ernesto Vargas Pacheco dirigió una publicación interdisciplinaria sobre el hallazgo en donde participan varios miembros de la Asociación. El libro se llama La cueva de las máscaras de Santa Ana Teloxtoc, Puebla<\/i>, y fue editado por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.<\/div>\n
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