{"id":11396,"date":"1999-04-25T00:00:00","date_gmt":"1999-04-25T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11396"},"modified":"2003-03-31T00:00:00","modified_gmt":"2003-03-31T00:00:00","slug":"en_la_alta_verapaz_guatemala","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/1999\/en_la_alta_verapaz_guatemala\/","title":{"rendered":"EN LA ALTA VERAPAZ, GUATEMALA"},"content":{"rendered":"
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Fray Bartolomé de las Casas, la población, nos descubrió a las diez de la mañana bajando del bus [autobús] que había salido de Cobán cinco horas antes. Diecisiete personas abrumadas de viajar bus tras bus después de cruzar la frontera, subimos a la parte alta del transporte para bajar las mochilas. Entonces descubrimos que el calor sería el principal problema en nuestra estancia y que no podríamos planear nada lejos de las fuentes de agua. En pocos momentos, fuimos el centro de las miradas y lo seguimos siendo hasta que desaparecimos en la vereda que nos acercaba a las montañas adonde íbamos a penetrar a la selva. Caminamos hacia el norte, lejos de la población, hacia una pequeña sierra de cerros diminutos y numerosos. Complicado terreno selvático para explorar. <\/p>\n

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Estábamos en la Alta Verapaz, en Guatemala. <\/p>\n

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HISTORIA DE LOS LACANDONES<\/strong><\/p>\n

…a principios del año de 1537, no había otra tierra por conquistar por estas provincias cercanas a Guatemala, sino la de Tezulutlán tan montuosa, lluviosa y áspera como ella misma lo está demostrando, donde casi todo el año llueve; la gente que la habitaba era el coco de los españoles, porque tres veces la habían acometido y otras tantas le habían vuelto las espaldas, y así la tenían por gente feroz e imposible de domar y sujetar como habían hecho de las demás naciones y así la llamaban tierra de guerra…<\/em> (André Saint—Lu. La Vera Paz: Esprit Evangélique et Colonisation, p. 186) <\/p>\n

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Esta tierra ha por nombre la Verapaz, y también se llama Tierra de Guerra. Nombres, por cierto, bien contrarios y diferentes[…] Llamáronla los castellanos seglares Tierra de Guerra, porque nunca ellos la sujetaron e hicieron de paz, entrándola y conquistándola, como hacían a las demás tierras por fuerza de armas. Y así, se quedó siempre con el nombre de no conquistada y, por consiguiente, se llamó "de guerra". Por el contrario, los padres y religiosos de Santo Domingo, a cuyo cargo está la buena doctrina […] destos naturales, la llaman la Verapaz<\/em>. (Francisco Montero de Miranda. "Memoria de Diego García del Palacio", en Relaciones Geográficas del Siglo XVI: Guatemala, p. 45) <\/p>\n

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\"\" El amplio territorio llamado Tierra de Guerra, abarcaba dos provincias: Tezulutlán y Lacandón. El lado de Guatemala, Tezulutlán se convertiría en la Verapaz, nombre que fuera aprobado por cédula real del 15 de enero de 1547. La Verapaz fue el espacio donde los frailes dominicos entraron a evangelizar con nulos resultados. La selva, siempre silenciosa y desierta de hombres, rechazaba implacablemente a los extraños y mantenía ocultos a los lacandones, que vivían ahí, metidos en alguna parte. Así, su fama de invencibles fue creciendo de tal manera que la gente les tuvo miedo porque, además, incursionaban en los poblados cristianizados en busca de herramientas, presencias que se caracterizaban por su violencia. <\/p>\n

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…vinieron de noche a dar sobre el dicho pueblo, y mataron y cautivaron mucha gente, y de los niños sacrificaron sobre los altares y les sacaron los corazones, y con la sangre untaron las imágenes que estaban en la iglesia, y al pie de la cruz sacrificaron otros, y hecho esto, a voz alta comenzaron a decir y pregonar: Cristianos, decid a vuestro dios que os defienda; se llevaron mucha gente presa para su tierra.<\/em> (Fray Tomás de Casillas, 3 de septiembre de 1553) <\/p>\n

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En represalia, los españoles llegaron hasta la actual Laguna Miramar, Chiapas, en 1586, adonde estaba el núcleo principal de lacandones: "Lacam-Tun", que quiere decir "Gran Peñón", nombre que se le daba al peñasco de la isla donde habitaban. La entrada de los españoles a "tierra de guerra" fue tan definitiva que los lacandones abandonaron su isla y se fueron selva adentro a fundar otra población: Sac-Bahlán. Ahí permanecieron olvidados de la civilización durante casi cien años. <\/p>\n

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Sin embargo, los lacandones no perdieron su fama de sanguinarios. A principios del siglo XVII los religiosos comenzaron a preocuparse por los rumores de que los lacandones invadían las poblaciones, pero pronto dejaron de hacerlo, pues descubrieron la verdadera causa: durante el Jueves Santo algunos indígenas de las poblaciones se convertían en lacandones, "desnudos y ambijados", y corriendo de un lado para el otro gritaban "Lacandones, lacandones", de manera que todos se refugiaban con prisa en la iglesia. Era un ritual que probablemente se remontaba a las incursiones sangrientas y devastadoras del siglo anterior. Este tipo de celebraciones seguían todavía de moda en 1720. <\/p>\n

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Las autoridades coloniales no supieron distinguir entre rito y realidad y tomaron esas voces como signo de alarma: la fuerza de los lacandones se hizo legendaria entonces y la reducirlos, una necesidad. En 1694, fray Antonio Margil y fray Melchor López, franciscanos, llegaron hasta Sac-Bahlán desde Cobán después de cinco meses de viaje en la selva. Pero los religiosos no fueron atendidos por los lacandones sino como un estorbo: <\/p>\n

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\"\"<\/strong>…estuvimos todo el día predicándoles que había sido castigo de Dios para que se persuadiesen [de] que todos sus ídolos no son más que demonios que los tienen ciegos como a todos sus antepasados, y que si no nos los entregaban [a sus dioses] para quemarlos y recibían la fe de Jesucristo y se bautizaban, habían de ir con todos ellos a los infiernos, con todos sus hijos y descendientes; pero a todo respondieron que este nuestro Dios era para nosotros y que no nos cansásemos porque no los habían de entregar ni dejar, ni recibir nuestra fe […] a otro día, diciéndoles a todos cómo se quedaban con la maldición de Dios ellos y todos sus hijos, les volvimos las espaldas y nos volvimos por no perder tiempo y para informar a vuestra señoría de esto mismo […] que dichas naciones, según es su rebeldía, necesitan que su Señoría tome en la mano la espada de su justicia y los compela a entrar en nuestra Santa Madre Iglesia y ser de los convidados a la mesa de Cristo crucificado…<\/em> ("Fray Antonio Margil y fray Melchor López informan a Barrios Leal sobre los lacandones" Carta del 22 de abril de 1694). <\/p>\n

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De esta forma, aquellos que decían amarlos y querer su redención, firmaron la suerte de los lacandones, quienes se vieron invadidos por un enorme ejército que llegó por tres vías diferentes en 1695. Sac-Bahlán fue bautizada como Nuestra Señora de los Dolores porque habían encontrado las huellas de los lacandones el Viernes de Dolores por un religioso que iba de buena fe: <\/p>\n

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…sólo digo a vuestra paternidad que esto escribo a la vista de un pueblo como Solomá [Salamá], que después de estos volcanes está en unas grandes sabanas. A los cuatro compañeros no les ha dado el Señor voluntad de pasar de aquí, por lo cual me voy luego en nombre de el dulcísimo Jesús al pueblo de Nuestra Señora de los Dolores [Sac-Bahlán] a anunciarles a sus habitantes la paz de Dios y del Rey.<\/em> (Carta de Fray Pedro de la Concepción del 6 de abril de 1695) <\/p>\n

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El pueblo que encontraron los soldados era un pueblo reducido y no el poderosísimo imperio que hasta entonces creyeran. Su fuerza había disminuido tanto que en vez de ser quienes incursionaran en los pueblos cristianizados, eran ellos los afectados. Así, fueron asimilados a la cultura circundante para nunca más volver a existir. Los hombres que hasta ahora viven en la selva y que se conocen como lacandones tienen raíces diferentes a los originales lacandones. <\/p>\n

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Nosotros estábamos en la misma selva, el borde mismo de la sierra con el Petén, tres siglos después. <\/p>\n

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ENTRADA A LA SELVA<\/strong><\/p>\n

Fray Bartolomé de las Casas, en la Alta Verapaz, es un lugar donde el calor anida. Ahí llegamos en un bus como todos los de Guatemala: repleto de gente, de vida, de colores… y de calor pleno. Fray Bartolomé como brasa roja. Apenas nos alejamos de las ventanillas del bus, sudamos. Fernando está empapado en un par de minutos. Desde aquí comenzaremos a caminar hacia el sur, hacia Cahabón, para cruzar la selva donde antes habitaron los lacandones originales.<\/p>\n

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\"\"Tierra verde y caliente. Verde por todos lados: en los árboles y en el color del agua. Verde todo el mundo salvo en la pelada piedra grisásea de la caliza, aguda al extremo de que tememos caer y cortarnos. En la vereda hallamos un rastro de sangre: gotas grandes y recientes que parecían haber caído desde la altura de la cara.<\/p>\n

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Tierra caliente, vaporosa de tanta humedad, pero sin agua, salvo la de los ríos que nacen de la tierra y después desaparecen en pequeñas aberturas o en la nada metros más adelante. Agua, lo más elemental. A menos de una hora de camino encontramos una fuente de agua donde las mujeres se bañaban y tuvimos que esperar a que terminaran para saciar nuestra sed.<\/p>\n

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En Magüilá, una aldea rodeada de platanares, maizales, achiote y jungla, nos prestaron un salón de la escuela para dormir después de las preguntas de siempre: ¿De dónde veníamos, qué hacíamos, cuál era nuestra "misión"? Curiosamente, no nos tenían miedo, sino sólo curiosidad y a pesar de que casi nadie hablaba "castilla", las preguntas fluían. Era agradable sentirse así, rodeados de verde y de gente morena que nos tendía la mano como símbolo de hospitalidad. Por la noche, algunos salieron a bañarse con el aguacero pero terminaron en una guerra de lodo que los hizo disfrutar más todavía. Tuvieron que ir a bañarse al río. <\/p>\n

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ESPAÑOL ("castilla")<\/div>\n

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KEKCHÍ<\/div>\n

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¿Qué tal? (saludo)<\/td>\n

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mazala ch’ol<\/td>\n

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<\/p>\n

Señor<\/td>\n

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Kawa<\/td>\n

<\/tr>\n

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Señora<\/td>\n

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Kana<\/td>\n

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Agua<\/td>\n

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Ha<\/td>\n

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Comida<\/td>\n

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Tuen<\/td>\n

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¿Tienen…?<\/td>\n

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¿makuán li…?<\/td>\n

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No se asusten<\/td>\n

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Machiwak<\/td>\n

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Gracias<\/td>\n

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Bantiosh<\/td>\n

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Pedir un lugar para dormir (literalmente: ¿"Podría hacerme el favor de conseguirme un lugar para dormir?")<\/td>\n

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Banw si lal taasik junlinaaj<\/td>\n

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LAS GRUTAS DE MUCBILÁ<\/strong><\/p>\n

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En Mucbilá nos hablaron de unas cavernas y unos niños nos llevaron hasta su entrada. El terreno de toda la Verapaz es calcáreo y por eso se forman cavernas con agua color turquesa. La boca, negra y amplia, se divide en dos. Una termina de inmediato. La otra se pierde en la oscuridad. ¿Hasta dónde llegará?<\/p>\n

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Quienes sabemos nadar entramos al agua con gusto, porque está fría. Linterna en la frente, avanzamos. Voy por delante para señalar el camino. Donde yo pase no habrá esas rocas filosas que, sumergidas, puedan cortar el pie, la mano. Los niños nos ven perdernos en la cueva, en lo oscuro, en el mundo antiguo del Popol Vuh y nuestras linternas se hacen pequeñas y desaparecen en una curva. Llegamos pronto al final, pero justo ahí hay otra ramificación, más larga. ¿Seguimos? “Yo tengo frío”. Salimos todos y sólo Idalia, Oliver y yo nos adentramos de nuevo en la caverna. Los demás prefieren descansar y almorzar.<\/p>\n

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\"\"Habíamos nadado cosa de una hora y llegamos al final de la gruta inundada. No había paso más lejos. Llegamos hasta ahí a través de una intrincada trama de túneles que se conectaban entre sí. Otros eran túneles ciegos que nos hacían regresar. Una hora en el agua es mucho tiempo a esa temperatura. Era el final de la gruta y decidimos regresar. Fue en ese retorno que encontramos otra ramificación que no habíamos visto y la seguimos hasta que nos hallamos frente a una playa de lodo y una abertura en la pared. Ateridos de frío, trepamos por el lodo, salimos del agua y descubrimos que del otro lado continuaba el túnel inundado. Agua y más agua, pero esta vez en túneles estrechos, cada vez más estrechos. <\/strong><\/p>\n

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Salíamos del agua trepándonos en las rocas para no enfriarnos demasiado y en una de esas ocasiones, sentí una corriente de aire del lugar hacia el que íbamos. “Hay una salida por aquí”. Así que nadamos más, cada vez más adelante. Doscientos metros después, vimos a lo lejos la luz del día que se filtraba en la caverna: el agua que se tornaba turquesa. Matices de verde me rodearon antes de llegar al sol y bajo el pleno rayo me volví dorado. Era calor, el auténtico calor. Miré el lugar donde estábamos: era el fondo de un sótano de aproximadamente cien metros de profundidad. No había salida, o al menos una visible, y mucho menos sabiendo que una vez fuera había selva. <\/p>\n

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Mis compañeros, en verdad ateridos de frío, eran de otra opinión y subieron por un camino de fieras mientras yo regresaba por la caverna. Más de dos horas después de haber entrado, aparecía solo en la boca que nos había tragado a los tres. La gruta tendría como 600 metros de longitud total, sin embargo es una mera apreciación. De cualquier manera, resultaba muy larga si se quería nadar en el agua fría y entre tanto obstáculo de roca filosa. Ya habíamos nadado casi doscientos metros en la caverna que estaba río abajo. <\/p>\n

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Cuando salí de la cueva, esperaba que mis compañeros ya hubieran llegado. Esperé mientras me secaba y calentaba al sol. Y comía algo caliente. Pasaron los minutos y Víctor fue a buscarlos con las señales que le di. Cuando hubo pasado una hora de que salí, la búsqueda comenzó más en forma. Se habían tardado ya bastante. Mientras algunos ya estaban buscando en dos direcciones que les conducía a la zona donde los había dejado, tres volvimos a meternos al agua y recorrer toda la caverna. El agua turquesa nos dijo que no habían regresado por ahí: no había huellas. Seguirán en la selva.<\/p>\n

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La gente nos dijo que nadie antes se había metido ahí porque existía un animal que se come a la gente. Ellos creían que era precisamente ese animal el responsable de que nuestros compañeros no aparecieran. Pero lo hicieron. Víctor y Olmo los hallaron enfrascados en la pelea con la vegetación casi en la salida del sótano del cual habían salido. <\/p>\n

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Cerca de esta zona, están las grutas de la Candelaria, ahora un destino turístico. ¿Eran estas grutas el inicio de aquellas? Quizá. Pero lo importante no era precisamente si eran continuación o no, sino la experiencia de ser los primeros en entrar, de convertirse en exploradores en el estricto sentido de la palabra: habíamos estado donde antes nadie lo había hecho. <\/p>\n

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\"\" SINCHEU<\/strong><\/p>\n

Selva densa, sin cielo. Piso verde, paredes verdes, cielo verde. Verde el mundo, sudoroso como nuestra piel, resbaloso en cada rama que se pisaba, filoso como la piedra que tocábamos con la mirada, temerosos de cortarnos. Y húmedo. Era una de las veredas poco transitadas de la selva. El rastro de los hombres que, cargando un saco de maíz a la frente, habían pasado antes que nosotros se perdía con mucha frecuencia entre tanta hojarasca. Hubiéramos buscado la vereda mucho tiempo si estos dos hombres no hubieran pasado con su carga, a paso lento pero continuo. <\/p>\n

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Paso de hombre que sabe caminar en la selva. Así de escondida estaba la senda. Caminaron como si no llevaran carga, con sus altas botas de plástico y la mirada fija en el piso, el oído atento a lo que les rodeaba, el machete a la cintura. <\/p>\n

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Pero se nos perdieron rápidamente, como si se hubieran convertido en la jungla misma, silenciosa cuando se quería escuchar algo y no se escuchaba más lejos que los árboles oscuros cuyas raíces se enredaban en los pies. <\/p>\n

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De repente, tras horas de andar en esa senda, la selva se abrió para dar paso a una visión magnífica: un enorme valle lleno de maíz, con casas dispersas y un arroyo fresco donde nos remojamos, donde bebimos todo lo que cupo en el estómago. Y aún así, sentimos que debíamos beber más. <\/p>\n

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Todavía tuvimos que pasar un puente de troncos que se sostenían en una rama de árbol vivo y trenzadas con bejucos y lianas. El puente más primitivo que habíamos visto. Entonces nos topamos con la gente y su lengua: el kekchí. Conforme nos adentrábamos en la pequeña sierra, era mas frecuente la gente monolingüe. Gente honesta, sincera, con la sonrisa abierta que nos ofreció para almorzar tortillas, pollo, chile. ¿Necesitábamos más? <\/p>\n

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CAMINO NOCTURNO<\/strong><\/p>\n

En la oscuridad de la selva del crepúsculo, los pies andan, se tropiezan con las rocas, con la yerba, con las hormigas que se suben por los pies si uno se detiene un momento a descansar y no se fija. Caminamos en la semioscuridad del crepúsculo, pero pronto aparecen dispersos los haces de luz de las linternas. Habrá que andar recio para llegar pronto. El camino ha sido largo y confuso. Tuvimos que andar por casi tres horas hasta decidirnos por el retorno. La vereda había dejado de ser amplia y parecía más aquella que toman los hombres para ir a sus labores que la que comunica a dos comunidades. <\/p>\n

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Vamos a Tutzilá. Nos dijeron que estaba a hora y media de camino hacia el sur. Para entonces ya habíamos aprendido otras palabras en kekchí: "lejos" se decía "una hora"; "muy lejos" se decía "dos horas". "Hacia Cahabón" era simplemente "pa allá". Caminamos hacia el sur y luego, por la tarde, durante mucho tiempo hacia el oriente. La comunidad a la que íbamos no aparecía en nuestro mapa y no había marcada ninguna vereda. Ibamos hacia un punto que sería imaginario hasta estar realmente en él. A las cinco y media de la tarde, después de que Fernando fuera a avistar si se veía una población cercana, decidimos regresar. Debíamos regresar a Sincheu porque teníamos muy poca agua y abastecer a 17 personas en la selva es un verdadero problema. Nadie pensaba en los animales de la selva en ese momento del crepúsculo, sino en las piedras que había que sortear para caminar sin tropezarse. <\/p>\n

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Si no seguimos avanzando fue por algo muy elemental, una cortesía que nunca dejamos de cumplir: no llegar jamás de noche a un poblado donde no nos conozcan. Un grupo de extraños que surgen de la selva en plena noche a un poblado puede causar malos entendimientos. Por eso decidimos regresar, no importaba si era de noche. Una buena caminada en la selva es buena y llegaríamos a una aldea donde ya nos conocían: Sincheu. <\/p>\n

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Los hombres, despertados por el ruido de nuestra llegada, acudieron para ver qué pasaba y poco a poco comprendieron. "Se perdieron", dijeron. Una hora más y hubiéramos llegado a Tutzilá. Pero hubiéramos arribado al oscurecer y causado alarma. Y nosotros, cansados, aceptamos que habíamos perdido el camino bueno.<\/p>\n

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A Tutzilá llegamos al otro día.<\/p>\n

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LA MARAVILLA DE SER HOMBRES<\/strong><\/p>\n

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Declara el nombre de tus montañas y de tus valles, así dice mi palabra.<\/em><\/p>\n

Rabinal Achí, escena primera<\/strong> <\/div>\n

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En la noche, mientras cenábamos, se acercaron los hombres, cruzados de brazos y con la boca llena de kekchí. Uno de ellos, Antonio, hablaba también "castilla" y habló en nombre de los demás. <\/p>\n

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"Los hombres quieren saber qué hacen ustedes por estos lugares, de dónde vienen. Cuál es su misión. Eso es lo que quieren saber. Nadie como ustedes ha pasado antes por aquí y los hombres tienen muchas preguntas."<\/p>\n

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\"\" Estábamos a cientos de kilómetros de la ciudad de Guatemala, a mucha más distancia de nuestro país. ¿Cómo íbamos a plantearle a esos hombres lo que hacíamos?<\/p>\n

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Pedí a Antonio que fuera nuestro intérprete para responder cualquier pregunta que los hombres tuvieran. Él tradujo y nosotros esperábamos la primera pregunta. Después de todo, 17 extraños que no hablan kekchí y que son los primeros con mochila que llegan a ese lugar significaba algo parecido a una invasión, pese a que llevábamos nuestra propia comida y no pedíamos nada sino un poco de conversación.<\/p>\n

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Las preguntas surgieron tímidamente primero. Después, de manera fluida, con camaradería. ¿Qué hacíamos tan lejos de Guatemala? Pero si no son de Guatemala… ¡de México! Eso está muy lejos. Sí. Lo está.<\/p>\n

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Y así, en medio de la selva, la comunicación entre los hombres se hizo fluida. Entre "castilla" y kekchí. Los hombres de Tutzilá hacían cada vez más preguntas, cada vez más hombres participaban. Las contestábamos. Y notoriamente, los brazos se fueron relajando hasta dejar a los hombres con los brazos colgando, sin preocupaciones. Estábamos entre amigos y más aún: hombres. Eran hombres y nada más. Sencillos y sin prejuicios. Asombrados de que llegáramos ahí sólo de paseo y para conocer más a la gente.<\/p>\n

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La conocimos en los pocos minutos en que hubo un silencio y nos decíamos todo en esa mudez amplia, llena de entendimiento fuera de palabras. Entonces nos dieron la bienvenida:<\/p>\n

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"Todos los hombres les dan las gracias por venir a visitarnos desde tan lejos. Y los invitan a quedarse. No tienen de qué preocuparse. Lo único que nos preocupa es que no tenemos suficientes camas para todos."<\/p>\n

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"Les agradecemos la bienvenida, y no se preocupen: nosotros traemos todo lo que necesitamos. Sólo quisiéramos pedirles que nos dejen dormir en la lomita de acá enfrente."<\/p>\n

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CONQUISTADOR DE UN PUEBLO<\/strong><\/p>\n

Para llegar a la fuente de agua de Secacao, hay que bajar una pendiente empinada. Sólo entonces podía uno refrescarse. Ahí nos mojamos, platicamos y nos volvimos a mojar antes de subir. Satisfechos, subimos a la tienda de la aldea para comprar "aguas". Una vez todos juntos, alguien preguntó: "¿Dónde está Georges?" Buscamos con la mirada. No estaba. Alguien más fue a buscar su mochila adonde estaban todas las demás. Tampoco. "Voluntarios para ir a buscarlo". Había pasado más de una hora desde que lo viéramos por última vez.<\/p>\n

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\"\"Caras asombradas ante la presencia de un hombre de color blanco, solo. Preguntaba algo en una lengua que no era kekchí y nadie entendía. De persona en persona, de pregunta en respuesta, se fue acercando más al pueblo. Las casas grandes se veían cada vez más cerca. En una casa le dieron pozol y a medio entenderse lo enviaron a la escuela porque ahí habría gente que hablaba su misma lengua. Encontró no sólo a una persona sino a casi todo el pueblo congregado, curioso por su presencia. Preguntaba algo sobre sus compañeros y nadie los había visto. No era posible. Iba detrás de ellos y ahora se habían esfumado.<\/p>\n

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Suelo duro, incapaz de guardar huellas. Con Gerardo y Oliver tras de mí, seguí caminando. "Aquí va su rastro", pero mis compañeros no notaban nada fuera de lo común en ese suelo duro. "Hazme caso: por aquí pasó". Caminamos rápido y a veces nos deteníamos para constatar el rastro pero, ¿cuáles huellas si no se veía nada que no fuera tierra maciza? Ni una señal, ni una pisada. Más adelante, hallamos un lodazal con la huella claramente delineada: el tamaño y la forma de las botas, el dibujo de la suela, la profundidad con que estaba sumida. Entonces me creyeron. Ahí estaba el rastro.<\/p>\n

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Después de platicar con mucha gente, fue a la tienda para saciar su sed y su hambre. En cuanto terminó de pagar, aparecí por una vereda. "Hola". "¡Caray! No se puede perder uno cinco minutos porque luego se ponen a buscarlo… y lo encuentran". Sí. Lo encontramos y debíamos regresar al pueblo anterior, adonde estaban los demás. De regreso, encontramos primero a Oliver y luego a Gerardo, que se habían dedicado a buscar en veredas alternas.<\/p>\n

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"¿Qué te pasó? ¿Adónde fuiste a dar?"<\/p>\n

"Conquisté un pueblo yo solo".<\/p>\n

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Todos reímos.<\/p>\n

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\"\"DE REGRESO<\/strong><\/p>\n

Bajamos del cerro hacia Cahabón. La vereda está inundada de gente. Es domingo y se transporta lo que se vende y lo que se compra. Es día de mercado allá abajo. Camino franco, cada quien caminó a su velocidad. Era la primera vez que no estábamos tan juntos, pero no nos preocupaba porque no había manera de perderse con esa vereda y con tanta gente. <\/p>\n

Una pareja pasó con una niña de cuatro años. "¿Qué le pasó?" Había sido una caída hace varias semanas. Pedí que me dejaran revisarla e inmediatamente la madre puso toda su atención en mí, en mis manos que palpaban, en mis ojos que reconocían. El padre estaba atento, listo a traducir al kekchí lo que yo le dijera. Una caída sobre las rocas y todavía tenía un chichón enorme en el pómulo. Sin infecciones, sería una fractura que sellaría mal. No podíamos hacer nada y recomendamos que siguieran poniéndole la pomada que el curandero le había mandado.<\/p>\n

Ante sus ojos, crecimos, mas éramos diminutos porque no podíamos hacer nada. <\/p>\n

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Un hombre bajaba la pendiente con un tronco a cuestas. Junto, iba su hijo cargando el machete. Nos topábamos con ellos con frecuencia porque se nos adelantaban o los rebasábamos. Todo un tronco con el que haría una letrina allá, en su casa. En un alto nos invitó café caliente que llevaba en un recipiente. Más adelante, le invitamos pinole con chocolate. Nos hicimos amigos. <\/p>\n

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Cahabón es un pueblo caliente. Iglesia antigua con portón de madera recia, paredes blancas, pueblo diseminado en los altibajos del terreno. La iglesia, en lo más alto y todo lo demás, alrededor. Ahí terminaba nuestra travesía por la selva. Ahí, una de las puertas de entrada a la "tierra de guerra" que una vez fuera conocida como Tezulutlán y ahora como Alta Verapaz. <\/p>\n

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Allá arriba, en Secacao, pasamos nuestra última noche en la selva y la disfrutamos con cielo despejado. Ahí vimos el atardecer, de pie sobre una colina que se elevaba sobre una amplia depresión. Cerros diminutos, como habían sido todo el tiempo que estuvimos en la selva. Descubrimos que los conquistados habíamos sido nosotros. No importaba adónde fuéramos, recordaríamos las grutas de Mucbilá, la caminata nocturna a toda velocidad, la bienvenida en kekchí de Tutzilá, la camaradería de todo el grupo. ¿Cuándo íbamos a tener esto nuevamente? ¿En dónde? <\/p>\n

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PARTICIPANTES DE LA EXPEDICIÓN<\/strong><\/p>\n

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