{"id":11147,"date":"1999-03-25T00:00:00","date_gmt":"1999-03-25T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11147"},"modified":"2003-03-06T00:00:00","modified_gmt":"2003-03-06T00:00:00","slug":"el_volcan_acatenango_guatemala_","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/1999\/el_volcan_acatenango_guatemala_\/","title":{"rendered":"EL VOLCÁN ACATENANGO, GUATEMALA"},"content":{"rendered":"
Situado entre los departamentos de Chimaltenango y Sacatepéquez a tan sólo 15 minutos de la bella ciudad colonial de Antigua Guatemala, el volcán Acatenango es un área importante para el cultivo de varios productos de exportación como el café, las fresas y varias flores ornamentales como las rosas; pero también es un área estratégica para el turismo y los montañistas que buscan un lugar de preparación para ascender cumbres nevadas en México y América del Sur.
La belleza del volcán de Acatenango se puede apreciar a lo largo de todo su ascenso. A unos les impresiona la variada y marcada vegetación, a otros las vistas a los volcanes vecinos: Agua, Fuego, Atitlán y Tolimán. El hecho es que el volcán de Acatenango ocupa un lugar especial en los recuerdos de todo montañista que logra conquistar la tercera cumbre más alta de Centro América, de 3,975 de altitud.
El Volcán Acatenango está situado directamente sobre la cadena volcánica que atraviesa Guatemala y junto con su hermano gemelo, el volcán de Fuego (o «Chigag», que significa en lengua cakchiquel “Donde está el fuego” y que reconoce su constante actividad volcánica), forman una zona ideal para el montañismo por la diversidad de terrenos y condiciones a las que uno se enfrenta. Uno de los circuitos más reconocidos por su nivel de dificultad se hace allí y se llama simplemente “La Triple”, que consta del ascenso al volcán Acatenango bajar por la horqueta [collado] que une ambos volcanes, subir el volcán de Fuego para luego finalizar con un ascenso más al Acatenango y terminar donde se empezó.
El Acatenango ha crecido unos quince metros debido a la arena y ceniza que recibió durante las repentinas erupciones del volcán de Fuego. Tiene dos picos: el Yepocapa, con 3,880 de altitud, y el Pico Mayor con 3,975 m.s.n.m. Sin embargo, no hay reportes de actividad desde 1927.
Recientemente se realizó un curso de montañismo impartido por Carlos Rangel, presidente de la Asociación de Montañismo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y apoyado por Productos Coleman, La Cámara de Turismo de Guatemala CAMTUR y el Hotel Pan American. La excursión de graduación se llevó a cabo precisamente en el volcán Acatenango y durante los tres días que duró, quienes participamos tuvimos que vencer varios retos como subir por pendientes de arena muy empinadas, cargando equipo para acampar, comida y agua suficiente para toda la exploración, pues en el volcán no hay agua. O también bajar por barrancos escalando paredes de tierra inestable sobre masas enormes de roca, en algunos puntos con más de diez metros de altura. El grupo salió adelante y marcó el inicio de una serie de proyectos de montañismo con la UNAM.
La ruta seleccionada para esta excursión inició desde el pueblo de San Miguel Dueñas situado aproximadamente a 1,500 metros de altitud y terminó en el pueblo de Alotenango a 1,390 m.s.n.m. El camino fue duro pero se logró evaluar una ruta alterna no tan conocida y más interesante que la tradicional vereda desde el pueblo de la Soledad, ubicada a unos 2,300 m.s.n.m.
Durante el ascenso que generalmente dura 6 horas iniciando desde la Soledad se pueden distinguir cuatro diferentes zonas de vida: el área agrícola, el bosque latifoliado, el bosque de coníferas y el páramo.
En el bosque latifoliado encontramos al canac (Chiranthodendron pentadactylon<\/i>), árbol nativo de Guatemala y México, que se halla en fuertes concentraciones en el Acatenango entre los 2,400 y 3,000 metros. El canac es de rápido crecimiento y maderable. Sus hojas son grandes y se usan para cocinar los tayuyos, comida de la región hecha con masa de maíz, manteca de marrano y frijoles colorados. De su flor roja con amarillo se hace un té que sirve como diurético y para regular la presión alta.
Otra zona de vida interesante es el bosque de pinos. El color verde de sus copas contrasta con el azul del cielo a su alrededor. Sin embargo pasamos también por áreas de bosque quemadas fruto de incendios naturales. Los agrónomos de la zona están investigando actualmente si este tipo de incendios ayuda al pino en su reproducción como sucede en otras partes del país donde la semilla del pino necesita de ese intenso calor para caer y germinar.
El volcán cuenta con varios lugares para acampar, los más conocidos sobre sus faldas es “El Conejo”, una meseta antes de llegar a Yepocapa, y “La Horqueta” plano entre los volcanes de Acatenango y Fuego donde se tiene una vista directa al volcán Atitlán. Ya en la zona del páramo entre el pico de Yepocapa y el Pico Mayor hay un pequeño refugio construido para proteger a los montañistas del frío y las fuertes corrientes de aire.
El ascenso final al Pico mayor se hace por un camino empinado entre rocas y arena volcánica. La subida no requiere de una escalada técnica o el uso de cuerdas pero sí de tener mucho cuidado con las piedras afiladas que fácilmente se desprenden y pueden lastimar a personas que vienen más abajo. La vista desde el Pico Mayor es uno de los espectáculos más remunerantes que se pueden tener. Al sur se puede ver la costa al Océano Pacífico; al noreste, Antigua Guatemala y, un poco más lejos, la Ciudad de Guatemala; al occidente, la caldera del Lago de Atitlán y la cadena volcánica y, si el día lo permite, se puede llegar a ver hasta el volcán Tajumulco, el Techo de Centro América a 4,220 m.s.n.m.<\/div>\n

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SOBRE UN VOLCÃ?N<\/b><\/div>\n

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La pendiente es fuerte y parece que resbalamos sobre esta arena ligera que a cada paso se levanta en polvareda. O se hunde. Helmut va por delante y encuentra, como si los estuviera buscando, los agujeros de las taltuzas hasta quedar sumido a media pierna o, un par de veces, hasta la cadera. Es lo que llamamos después “El campo de las zanahorias”, porque aún ahí, pese a lo lejos que está una población y a la inclinación del terreno, alguien ha logrado que en un plantío, algunas zanahorias se agarren con sus diminutas raíces que en ocasiones no son suficientes para mantenerlas ahí. Entonces ruedan, como parece que lo haremos nosotros si seguimos por mucho tiempo aquí. Y es que llevamos todo el día caminando y a pesar de el desnivel a superar no es demasiado, es el terreno el que nos impide avanzar con rapidez.
Don Eulogio, nuestro guía, se regresa a la finca después de habernos dejado aproximadamente a la mitad del camino. Hombre nacido y vivido en el volcán, nos han dicho que ha subido a la cumbre y regresado a la finca en un solo día. Lo creo, pues no lleva con él nada más que su machete, aquella herramienta importante para abrir camino y para cortar algún bejuco lleno de agua para beber, del que nos dio a probar. Agua con sabor a ese zumo de plantas maceradas que uno se unta en las rodillas de los pantalones cuando se niño y que queda grabada en la memoria para siempre. Así sabe, pero no es desagradable ni huele. Don Eulogio dice que es buena para la disentería y para un puñado más de enfermedades. Por el momento es buena para lo más importante: quitar la sed. En este volcán de arena pura, casi sin roca, el agua está ausente salvo dentro de los vegetales y de los recipientes que cada uno de nosotros llevamos.
Al atardecer, Carlos Aldana y yo encontramos un emplazamiento para el campamento. Es mucho mejor de lo que comenzábamos a imaginar en la penumbra de esta montaña llena de verde (todo verde) que oscurece al día pronto y que no deja ver ni paisaje lejano ni horizonte de estrellas.
“Es la tierra del Popol Vuh”, me decía mentalmente. Pero no me sentía en una patria distinta a la mía. Más que nada, estoy muy acostumbrado a los amplios horizontes del noroeste de México o a los más amplios del Pacífico, donde la vista resbala sin que nada le detenga. Ahí, sin horizonte que mirar sino el verde continuo, no me dejaba ubicar geográficamente en un país donde nunca había subido una cumbre. Lo único que habíamos visto era el lejano Volcán de Agua (el Hunahpú, en quiché), pero conforme el bosque nos fue rodeando, también dejamos de verlo. El Volcán de Fuego estaba hacia el sur, es decir: al otro lado del Acatenango, y lo veríamos sólo desde la cumbre de éste. Además, el trato con los recientes compañeros era estupendo y siempre bromeábamos. La montaña es así: se borra todo indicio de nacionalidades y se comparte una taza de café o un trago de agua. hacían de mí un montañista más, sin distinciones.
Al día siguiente llegábamos a la zona donde la vegetación termina. El bosque tupido había cambiado a un bosque de pinos muy reciente donde los árboles son todos del mismo tamaño y, más arriba, se transformó en manchas color esmeralda sobre la arena negra. En el collado entre el Yepocapa y la cumbre principal, nos asomamos a una zona de tierra blanca y amarilla, con olor a azufre. Si bien el volcán con merecida reputación de activo es el de Fuego, incluso el Acatenango no puede considerarse inactivo, aunque a veces sus fumarolas no se distingan.
Después, sólo arena y viento. La vereda que rodea por el lado occidental la formación de los tres cráteres nos llevó en cosa de una hora a la cima. Ahí, Carlos Aldana “bautizó” a Rony con un poco de agua mezclada con arena del volcán “para que tenga el recuerdo de su primer ascenso”. Todos le felicitamos pues para ser su primera excursión había sido bastante pesada. Y mientras el agua le escurría por el cabello, yo pensaba que nos faltaba bajar todo lo que habíamos subido por una ruta que ninguno de nosotros conocíamos.
El llamado Pico Mayor tiene una forma curiosa. En lo más alto, hay una hondonada rodeada por tres picos, como si fuera un cráter pero sin serlo, aproximadamente a la misma altitud. Es un sitio donde la gente llega a pernoctar con alguna frecuencia. Nosotros escapamos de ahí porque a la par nuestra subieron varios muchachos con grandes ramas de pino para encender una fogata y un radio enorme que garantizaba una fiesta nocturna a casi cuatro mil metros de altitud. Huimos del ruido y me preguntaba si la fogata podrían encenderla con semejante viento.
Al mediodía, estábamos metidos en una cañada sin veredas. La arena floja nos había dejado deslizar con mucha rapidez y facilidad por muchos metros de desnivel. Pero era una trampa. A poco, aparecieron las primeras paredes de roca. Cinco metros que se bajaban con un poco de cuidado. Luego otra igual o más grande. Y así, poco a poco, estábamos metidos en un embudo inexplicable de paredes que parecían haber salido de todos lados para cerrarnos el paso, al estilo de las narraciones de Tolkien.
Pero la pendiente se iba acentuando y el poblado al que íbamos se veía muy lejano todavía. Debíamos salir de la cañada para entrar a una arista y avanzar más rápido, así que constantemente buscaba una ruta (que no vereda) que pudiera ser accesible hacia esa zona. Exploré un rato solo y descubrí un paso, pero había que escalar sobre la roca. Más abajo se veía una zona más fácil y mientras yo regresaba para avanzar por ahí, Romeo trató de adelantar. Su pie resbaló con las hojas sueltas y cuando quiso detenerse de una rama gruesa, se la llevó: sólo estaba puesta sobre la hojarasca. La polvareda que levantó nos hizo difícil localizarlo pese a saber por su voz en dónde estaba: “por ahí”, decía, “no hay paso”.
Pero lo había. Primero la exploración hasta localizar el camino, luego pasó Helmut hasta alcanzar la cresta y después todos nosotros. Había que tallar los escalones donde se pondrían los pies con mucho cuidado para no derribar el precario sostén de tierra suelta; había que buscar también la pequeña roca o la raíz ínfima de donde agarrarse. Fue lento, pero alcanzamos la cresta. Desde ahí, a fuerza de machete que abrió vereda por 300 metros, encontramos la vereda que bajaba del Volcán de Fuego hacia Alotenango.
Al pisar la vereda, vi las caras. O al menos lo que antes fueron caras: tras los terrones de tierra y arena, con los ojos un poco enrojecidos por tanto polvo, se veían caras llenas de alivio… y cansancio. Había sido un día pesado. Sabíamos, por supuesto, que llegaría el momento en que caminaríamos casi como autómatas de tan cansados que estaríamos, pero estar sobre la vereda fue un signo, una puerta. Fue como si alguien nos dijera: “Ya llegaron, sólo sigan por ahí”.
Arriba quedaba el Acatenango, con su cumbre rodeada de horizontes. <\/div>\n

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Cercano a la ciudad de Guatemala y al famoso volcán de Fuego, el Acatenango es uno de los más altos del país pero pese a que tiene rutas muiy transitadas, aún tiene zonas donde el acceso es difícil y muy interesante.<\/div>\n

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