{"id":11144,"date":"1999-01-25T00:00:00","date_gmt":"1999-01-25T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11144"},"modified":"2003-03-06T00:00:00","modified_gmt":"2003-03-06T00:00:00","slug":"solo_en_la_encantada","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/1999\/solo_en_la_encantada\/","title":{"rendered":"SOLO EN LA ENCANTADA"},"content":{"rendered":"
Mi vista explora de nuevo la pared que tengo al frente; una vez más busco una ruta accesible, una lÃnea imaginaria que pueda hacerse real por el paso del hombre: es una pared de granito de más de mil metros que nunca ha sido escalada hasta la cima. Todo aquà es roca y hielo, pese a ser desierto. Hace dos semanas nevó con gran intensidad, pero ya todo está calmo, salvo el viento. La pregunta que me persigue es “¿cuánto durará asÃ?” <\/p>\n
ACERCAMIENTO<\/b><\/p>\n
El lugar no me es desconocido. En 1979 habÃamos escalado 250 metros de esta pared en un intento veloz por alcanzar la cumbre a través de la gigantesca pared, inaccesible en muchos sentidos. Era el mes de mayo y el calor lograba rápidamente la sed, la deshidratación, las alucinaciones. <\/p>\n
En aquel entonces éramos cuatro y habÃamos recorrido el cañón La Providencia con las mochilas atestadas de equipo de escalada. Desde el primer dÃa de caminata nos topamos con cascadas que habÃa que escalar, pozas que tenÃamos que atravesar descalzos, lugares en los que nos turnábamos para abrir brecha entre matorrales espinosos. En tres dÃas escalamos tantas rocas que cuando llegamos a la última serie de cascadas nos pareció tan natural trepar con las mochilas a la espalda que lo hicimos con gran rapidez. Al final de ellas llegamos a un excelente mirador natural: hacia el oriente se veÃa la enorme planicie del desierto; un poco más cerca, el cerro La Providencia, gigante mole de granito que constituye un reto enorme en sÃ. Al occidente, la majestuosa pared. Un kilómetro con 100 metros de más que culminan en el techo de Baja California: La Encantada. <\/p>\n
Esperamos dos dÃas antes de encararnos a la pared: dos dÃas de verla continuamente y tratar de trazar una vÃa viable con los binoculares. Era mayo y el sol deshidrataba hasta al granito. Era el sol y la pared. HabÃamos instalado un campamento lo más cerca posible y desde ahà hacÃamos pequeños viajes a la cresta norte para estudiar la pared. <\/p>\n
Y al tercer dÃa habÃamos abordado el problema, un misterio que nadie se habÃa propuesto descifrar porque nadie lo conocÃa todavÃa. En un primer intento avanzamos 100 metros y regresamos al campamento. Consideramos que se podrÃa ascender hasta muy alto. “¿Hasta la cumbre, tal vez?” “¡Ojalá!”<\/p>\n
Después de controlar el cosquilleo en la palma de las manos, ascendà por las grietas verticales, aferrándome a diminutos apoyos que se quebraban porque siglos de erosión habÃan debilitado la capa externa del granito, que se desprendÃa como si fuera un cascarón. Cada reunión era una nueva sorpresa, porque escaseaban los lugares donde colocar una protección. Entonces tenÃa que organizar las reuniones en arbustos, cada vez más escasos, cada vez más débiles. Por eso, a 210 metros de altura, cuando hallé pinos sobre una enorme repisa, pude descansar con tranquilidad. <\/p>\n
La dificultad era cada vez mayor. A las tres de la tarde, a 250 metros de altura, me hallé ante lo increÃble: la pared que antes habÃa sido poco menos que vertical, se inclinaba; podrÃa avanzar más rápido. Era un gigantesco espejo de roca. (En escalada, este tipo de avance se conoce como “fricción” porque realmente se desliza uno embarrando pies y manos en la pared. Cualquier cristal de menos de un milÃmetro sirve). <\/p>\n
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Ya habÃamos practicado ese tipo de escalada, pero en ese momento no llevábamos el material necesario para proteger al escalador de una eventual caÃda. Me quedé allÃ, contemplando la pared. HabÃa soportado el dolor cuando se me clavaron las espinas de un pequeño cardo en los dedos, que buscaban asirse de una grieta; habÃa controlado mi cuerpo durante horas para que no temblara al pensar que si caÃa podÃa arrastrar a mis compañeros; incluso habÃa soportado el deseo de beber. Pero entonces comprendà que era ahà adonde llegarÃamos y no más arriba. Era hora de poner nuevamente los pies en la tierra, en esa tierra que estaba 260 metros por debajo nuestro.<\/p>\n
HABLAR CON EL FRÃ?O<\/b><\/p>\n
SÃ. La pared que tengo ahora enfrente la estudiamos bien en ese mayo de 1979. La ruta por la cual subimos la llamamos “El Escudo”, porque el Picacho del Diablo parecÃa protegerse con una placa rocosa que se extendÃa decenas de metros hacia arriba. <\/p>\n
Pero ahora estoy solo.<\/p>\n
Hace dÃas que trepo rocas y más rocas, que escalo cascadas Â?una tras otraÂ?, que procuro evitar las grandes pozas que ahora tienen agua helada (aunque en dos ocasiones no lo logré y el resultado fue caminar empapado), que recojo leña, que escojo el lugar para dormir, que cocino y que lavo trastes, que hago todo el trabajo de una exploración porque asà lo he querido, porque San Pedro Mártir es el lugar donde uno puede encontrarse a sà mismo tal como es, sin el disfraz con el que nos disfrazan los demás. <\/p>\n
Es el lugar más difÃcil, por la ruta más difÃcil, en el tiempo más difÃcil y completamente solo. <\/p>\n
Desde el principio, mi compañera fue la bitácora. Comencé a “platicar” con personas. En una anotación escribÃa a una o a otra hasta hacerme de muchos compañeros. Y el rÃo… mi segunda compañÃa. A los dos mil metros de altitud comenzaron los grandes espacios nevados, el rÃo ya se cubrÃa con una costra de hielo y los ocasionales sonidos de aves se esfumaron. El aire se quedó mudo. <\/p>\n
Tuve problemas. Súbitamente la dificultad aumentó y no habÃa un ruido constante que me platicara, salvo, al anochecer, la fogata. Durante dos dÃas estuve confundido en mis ideas: dudaba entre seguir a la cumbre o regresar. Fueron dos dÃas de estar buscando la ruta hacia la cima por el tardado método de ensayo y error; y pese a que en esta ocasión no tenÃa la intención de escalar El Escudo, todos mis intentos se veÃan bloqueados. <\/p>\n
El 25 de diciembre desperté a las cuatro de la madrugada. Afuera de la espaciosa cueva que durante tres noches habÃa compartido con algunos pajarillos, rugÃa el viento. Era curioso que a esa hora, cuando faltaban todavÃa cuatro horas para el amanecer, me pusiese a escuchar su canción. Entonces descubrà que tenÃa un nuevo amigo: el viento. <\/p>\n
Ese dÃa descubrà el acceso a la cumbre cuando ya habÃa decidido regresar porque estaba “perdiendo el tiempo”. Juegos que la mente nos hace. A las diez de la mañana estaba ya sobre una arista rocosa que no presentaba grandes dificultades. Y lo más importante de todo: llevaba a la cima.<\/p>\n
DebÃa apurarme: en invierno sólo se dispone de nueve horas de luz y el resto hay que pasarlo en la oscuridad. Alrededor del mediodÃa, los arbustos eran tan abundantes y espesos que se convirtieron en un problema y a veces preferÃa escalar que abrir paso a través de ellos. La ruta se hacÃa cada vez más evidente porque estaba cada vez más alto, pero con menos alternativas: se podÃa seguir por ahÃ, pero por ningún otro lado. Los arbustos bloqueaban a veces totalmente el camino. “Es cansadÃsimo, mucho más que si escalara, pero no hay más. He tenido que andar rompiendo ramas con manos, brazos y pies para poder pasar”. <\/p>\n
Cada alto para descansar era una anotación en mi bitácora: necesitaba “hablar” con alguien. Cuando me dejaron en el desierto, habÃa caminado y avanzado lo más rápido posible en el cañón. Sin embargo, el segundo dÃa me habÃa espinado con un maguey y grité. De esta manera me di cuenta que no habÃa hablado en esos dÃas. A partir de entonces canto mentalmente: <\/p>\n
\n\nA pesar de todo<\/p>\n
me trae cada dÃa<\/p>\n
la loca esperanza<\/p>\n
la absurda alegrÃa.<\/p>\n
A pesar de todo<\/p>\n
la vida que es dura<\/p>\n
también es milagro<\/p>\n
también aventura.<\/p>\n
A pesar de todo<\/p>\n
irás adelante<\/p>\n
la fe en el camino<\/p>\n
ser tu constante.<\/i><\/p><\/blockquote>\n<\/blockquote>\n<\/blockquote>\n
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Por eso me detenÃa y escribÃa. Por eso cantaba.<\/p>\n
A las tres de la tarde me hallé frente a una roca muy inclinada. No habÃa otro paso, pero estaba cubierta por una capa de hielo cristalino de una pulgada de espesor. Eran veinte metros que debÃa escalar con la mochila a la espalda, veinte metros en los que no debÃa tratar al hielo con suma delicadeza y energÃa al mismo tiempo: un poco más fuerte y se quebrarÃa, un poco menos fuerte y no podrÃa apoyarme. En cualquier caso acabarÃa, según me parecÃa entonces, donde habÃa dormido seis dÃas antes. <\/p>\n
Llegué arriba muy cansado. Mi vivac está cerca de esta escalada. Me detuve temprano porque estoy cansado y lo que viene es un laberinto que necesita revisarse con detenimiento. Además no queda mucho tiempo de luz. He abandonado la idea de levantar la tienda de vivac porque no puedo armarla dado el frÃo que hace. Es tremendo: el agua de los bidones ya estaba congelada cuando la quise tomar. Además, esta vez no tengo la recompensa de una fogata, porque no hay espacio para ella en esta pequeña repisa. En el camino he perdido los guantes y creo que voy a necesitarlos mucho, pues todavÃa queda hielo que escalar.<\/i><\/p>\n
EN LA ANTESALA DEL CIELO<\/b><\/p>\n26 de diciembre. 06:23.<\/b> El silencio es francamente aterrador. No se escucha nada: ni viento, ni hojas moviéndose, ni animales. Nada. Hoy espero llegar al cañón del Diablo. Necesito hacerlo. Mi orina es muy densa y amarilla por la deshidratación y me duele la uretra al orinar aunque sólo lo hago dos veces al dÃa. El frÃo es más intenso que ayer: el agua caliente se congeló en diez minutos.<\/i> <\/p>\n
11:45. <\/b>Salà de mi campamento a las 08:30 (es decir: al amanecer) y tuve que escalar en hielo nuevamente. A veces la nieve era floja y me hundÃa hasta la cintura. Luego escalé en roca. La cima noroeste se veÃa cada vez más cerca. Hace casi una hora que pasó una avioneta a escasos 100 metros por encima de mà y me sentà raro al darme cuenta que deseaba que me vieran. ¡Como si estuviera dando un espectáculo!<\/i> <\/p>\n
Ahora todo ha cambiado, porque hace 10 minutos llegué a esta cima, que si bien no es la principal, me ha costado mucho trabajo alcanzar. La cumbre está a unos 200 metros hacia el sur y 100 metros por encima de mÃ. El camino es mucho más difÃcil de todo lo que hasta ahora he hecho: roca y hielo en corredores que están por encima del Escudo.<\/i> <\/p>\n
Estoy en la antesala del cielo.<\/i><\/p>\n
Tengo muy frÃas las manos, aunque las protegà con tela adhesiva. Los ojos me arden pese a los gogles y tengo la cara bastante arañada por las ramas de los arbustos. Los labios ya tienen costras de sangre sobre las grietas de hace cinco dÃas y apenas puedo doblar los dedos de las manos. De los pies, ni se diga: los tengo empapados por andar en campos nevados hasta la cintura.<\/i> <\/p>\n
Pero lo que realmente importa es que he llegado aquà solo. Estoy viendo la cumbre a pocos metros de mÃ, estoy por encima del Escudo, con el desierto detrás de mà Â?ese desierto del cual vengo y hacia el cual iré de nuevoÂ?; enfrente, el observatorio luce como manchita de nieve entre los pinos. Todo un espectáculo. Y si este dolor, este cansancio y estas molestias son el precio que he pagado por ver, oÃr y sentir a la naturaleza en su más pura expresión, en realidad me ha salido barato.<\/i> <\/p>\n
No llegaré a la cumbre, porque serÃa tentar a la suerte y nunca he creÃdo en ella. Sólo me queda bajar. Tras de mà quedará la montaña y el viento como testigos de un espectador más de la Encantada.<\/i> <\/p>\n
* * *<\/b><\/p>\n
Durante los doce dÃas que estuve solo en la sierra, perdà nueve kilos de peso. Los sÃntomas de deshidratación se agudizaron después de haber cruzado medio desierto a pie, hasta que alguien me ofreció un “raite”. Volvà a mi peso y condiciones normales 17 dÃas después. Pero mi mente vuelve una y otra vez a la sierra: el encantamiento de la soledad. <\/p>\n
MEMORIAS<\/b><\/p>\n
Cuando vi este sublime panorama por segunda vez, decidÃ, entonces y ahÃ, escalar hacia la cumbre… Encontré un amable minero mexicano que me señaló la ruta más fácil para bajar al cañón del Diablo. Descendiendo por una arista empinada en el cañón, caminé rÃo abajo hasta llegar a una vieja vereda que lleva en dirección este, a una garganta ancha y abrupta… Desde aquà ascendà este abierto cañón hasta una altura de 9,600 pies, al norte de la enorme cumbre… Finalmente, alcancé el pico norte, donde calculé que era 13 pies más alto que el sur. No habÃa evidencia de una visita previa. Se me hizo difÃcil creer que nadie hubiera estado ahà antes.<\/i> <\/p>\n
Relato de Donald McLain, presumiblemente el primer ascenso al Picacho del Diablo, realizado en 1911. en Robinson, John. Camping and Climbing in Baja<\/i>. 1979.<\/div>\n
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La sierra de San Pedro Mártir, en Baja California, es una de las más difíciles de México. Las vías para ascender al Picacho del Diablo tienen altas dificultades. Esta es la crónica de una exploración a la sierra más difícil de México, por la vía más difícil, en el tiempo más difícil (invierno) y completamente solo.<\/div>\n