El domingo 2 de diciembre estaba en al flanco occidental del Iztaccíhuatl. Quería subir por la rampa de Oñate en solitario. Subí hacia la rampa con algunos tornillos de hielo, estacas, una cuerda y mis piolets técnicos.
La montaña es diferente hoy que hace 50 años. Entonces había inmensos glaciares y las grietas se asomaban claramente, se podían hacer escaladas en hielo sobre pendientes fuertes. Como generación nueva, no nos toca vivirla de esa manera.
Desde hace años esta parte de la montaña ha dejado de ser frecuentada por los alpinistas debido al fuerte derretimiento del glaciar, lo que ha vuelto las ascensiones más difíciles y —sobre todo— peligrosas debido a los derrumbes.
Las rutas clásicas ya no existen: subían por los extintos glaciares que escondían una gran parte de lo que ahora vemos: paredes. Hoy día el glaciar del Pecho se ha derretido de forma impresionante. En la Cara Norte ya no existen los seracs y las paredes se han ido asomando. La progresión ya no es sobre nieve o hielo sino en terreno mixto, con algunas cascadas de hielo que permiten el paso directamente a través de las verticales paredes de los corredores.
La experiencia fue sobre todo muy divertida. Tuve la fortuna de estar nuevamente en la zona por donde discurrían las rutas de antaño. Mi propósito era mostrar que aún tenemos capacidades técnicas, fortaleza física y mental. La ruta es complicada: progresión en roca, nieve y escalada mixta con una inclinación de hasta 85 grados. La ruta se vuelve más complicada, por supuesto, sin una buena cantidad de nieve porque la arena del volcán se mezcla con lo que queda y el hielo se hace durísimo. Por su color, se le llama hielo negro.
El año pasado Diego Montaño y yo subíamos de nuevo la ruta sin ningún problema porque había mucha nieve que cubría las rocas. Esta vez, me tocó hielo negro.
Salí del refugio Otis McAllister a las 6:00 de la mañana. El terreno es complicado, entre rocas inmensas. Pasando los 4,500 metros llegué al primer Corredor y lo subí. Esperaba una fuerte inclinación y terreno mixto así que me calcé los crampones. Las grandes rocas lisas son una trampa: con tanta roca diminuta sobre ellas, uno puede resbalar sin poderse detener.
Subí al último Corredor y llegué a la base de las cascadas de hielo. El terreno era muy firme, ideal para avanzar. Las cascadas son de unos 10 a 15 metros pero decidí rodear hacia la izquierda y subir por una más pequeña. Después, la pendiente del glaciar cimero. Después de ajustar los crampones, subí sin detenerme y llegué a la cima 2:43 horas después de haber salido del refugio.
Sí, fue divertido.
Cuando los glaciares en México aún eran perennes, una de las vías más frecuentadas era la que ahora se conoce como Rampa de Oñate, en la cara occidental del Iztaccíhuatl. Abierta en 1954 por Armando Altamira, Felipe Sosa, Ubaldo Martínez y Jorge Rivera, siempre fue una vía difícil que llegó a ser la meta para ser reconocido como dentro de la élite del montañismo mexicano. Pero con el paso del tiempo, el retroceso y la inminente desaparición de los ahora exiguos glaciares del Iztaccíhuatl, es difícil encontrar el por qué era tan buscada esa ruta.
Los “Corredores Occidentales” del Pecho del Iztaccíhuatl fue el lugar donde sucedió una tragedia el 2 de noviembre de 1975: Juan José Oñate Ocaña, Berta Monroy de Pereda, Enriqueta Magaña de Palomé, Vicente Pereda Monroy y Zenón Martínez cayeron de la pared y murieron. Exactamente un año después, Juan Medina y Miguel Ángel Chacón Gutiérrez, subían por la misma pared con la intención de colocar una cruz en el lugar mismo del accidente. También cayeron de la pared y murieron.
Esos dos accidentes dejaron una huella profunda en la mentalidad del montañista. El “respeto” a la montaña se impuso un tiempo y luego los glaciares fueron desapareciendo poco a poco. A la ruta de los Corredores Occidentales se le puso entonces Rampa de Oñate, en memoria de uno de los caídos.
Pero no tos desistieron: hubo varios que seguían subiendo, aunque no lo aclamaran como sus antecesores, quienes subían con sólo un piolet, cuerdas de algodón, crampones de diez puntas y tallando escalones en la nieve dura o el hielo. Se necesitaban varias horas para llegar a la cumbre con ese equipo.
Conforme los glaciares desaparecen, las posibilidades de encontrar una ruta peligrosa es más alta que la de hallar una ruta técnica, por lo que prácticamente se la ha olvidado, salvo por esporádicas ascensiones.
Salatiel Guerra tiene 24 años de edad.
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