La vista de los montañistas que viajan a la Cordillera Blanca se topa tarde o temprano con el gran coloso que es el Huascarán, la montaña más alta de Perú. Gigantesca mole de roca, nieve y hielo, suele ser el objetivo de algunos y el punto de referencia de los demás. Se ve desde Huaraz, la ciudad a la que todo mundo llegamos, casi al alcance de la mano. Pero es una impresión que da desconocer la dimensión de la montaña.
En realidad, el Huascarán está retirado: 45 minutos en autobús. Hay que viajar hasta Mancos, el pueblo por donde se accede a la montaña. Mancos… curioso nombre. Al parecer el nombre se deriva del calificativo que dieron los españoles a los indígenas del lugar que no sabían robar el tesoro con el que trataban de salvar la vida de su líder, Atahualpa, cuando lo tuvieron prisionero. Su nombre en quechua es Allimacka, que significa “el que pega fuerte”.
Mancos es un pueblo peculiar. Colocado sobre la pendiente, la mayoría de sus calles van hacia arriba (hacia el Huascarán) o hacia abajo (hacia el río Santa) y el Huascarán puede ser visto desde todas partes, cada vez más imponente. El pueblo está en el centro del Callejón de Huaylas, ese valle comprendido entre las cordilleras Blanca y Negra tan distintivas de esta parte de los Andes y al fondo del cual corre el río Santa. Hacia el norte y hacia el sur, montañas nevadas, pero desde Mancos sólo pueden verse los accesos a las quebradas.
Sólo por estar ahí es inevitable preguntar por dónde llegar al Huascarán. Arturo Soriano, uno de los expedicionarios que componían la primera expedición peruana que subió la montaña en 1954, menciona que:
“La ruta de ascenso al Huascarán siempre fue la misma, saliendo de Yungay a Mancos en camión; luego, de Mancos hasta donde llegan los burros con la carga (3,500 metros) que lo llamamos Campo Base; después, hasta donde se inicia el glaciar (4,800 en esos años), es el Campo I. El Campo II está a medio glaciar (5,500); el Campo III está en la Garganta, entre las dos cumbres (6,000) y de ahí se elige una de las cumbres. En la Expedición del año 1954, la primera de peruanos, donde participé como encargado de las comunicaciones, tenía que bajar hasta Mancos con los mensajes para los periódicos y la radio todos los días. Tenía sólo 18 años.”
Pero si bien uno llega siempre al Huascarán desde Mancos, sería un error creer que siempre se partía desde Huaraz. No existían los caminos que hay apenas hace pocas décadas y se tenía que llegar de otra forma. Arturo Soriano explica el camino que ellos tomaron desde Mancos hasta Lima, que era el mismo que siguieron todos los montañistas, científicos y exploradores que se acercaron a la Cordillera Blanca antes que ellos (y también algunos años después):
“De Mancos íbamos a Caraz y Yungay y de ahí a Lima. Primero remontábamos la Cordillera Negra a caballo y en caravanas, con arrieros y guardianes armados. Tardábamos un día hasta la cumbre, donde había una mina llamada Colquipocro, que era de ingleses. Había un campamento y ahí pasábamos la noche. Al otro día caminábamos hasta la hacienda Nepena (que después se convirtió en pueblo) y de allí tomábamos el ferrocarril de la Hacienda hasta el puerto de Samanco, donde se tenía que esperar a los buques llamados “Caleteros” que no tenían ni horario ni fecha de llegada.
“En una oportunidad tuvimos mucha suerte y sólo esperamos tres días hasta que llegó el Mapocho, un buque chileno que cubría esa ruta. Después de parar en Puerto Casma, Huarmey, Chancay y Ancón llegamos al Callao en seis días. En el Callao tomábamos el ferrocarril hasta la Estación “Desamparados”, a la espalda del Palacio de Gobierno y después en auto a la casa de un pariente”.
Largo recorrido. Las expediciones de antaño necesitaban mucho tiempo sólo para ir y regresar de la montaña. Pero eran, como dice Arturo Soto “otros tiempos del que queda solo el recuerdo”.
Lo que no ha cambiado es el punto de partida al Huascarán. Mancos, pese a su importancia central en la montaña, se ve oscurecido por la fama trágica que sufrió Yungay, la ciudad vecina, por el terremoto de 1970, cuando un gran trozo del Huascarán Norte se vino abajo y sepultó al pueblo completo.
Mancos ha cambiado pero sigue siendo muy atractivo por su silencio, por sus tradiciones pero sobre todo, por lo que le ha distinguido siempre: la presencia del Huascarán. Montañistas, turistas y fotógrafos que quieran ver al Huascarán de cerca, tendrán que llegar Mancos para partir de ahí a las alturas, adonde la nieve parece cubrir un casquete de roca granítica.
Ahora, con la infraestructura que el Grupo Don Bosco ha creado al construir diferentes refugios alpinos de gran calidad, el Huascarán está más cerca no sólo de los montañistas sino del turismo en general, sobre todo de la gente que hace trekking. Un trekking alrededor del Huascarán, por ejemplo. Toda una aventura de varios días.