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Se viaja, se viaja, y se acaba volviendo a casa; se vive, se vive, y se acaba muriendo.
Proverbio africano
Morir es tremendo. Pero la idea de tener que morir sin haber vivido es insoportable.
Erich Fromm
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La noticia llegó y pasmó al mundo de la escalada en México: Javier Canché del Toro había fallecido en un accidente de trabajo. Amigo de muchos, conocido de todos los escaladores por trato directo o por referencia obligada, Javier falleció el pasado 22 de junio y dejó tras de sí no sólo el dolor que se tiene en pérdidas como ésta, sino un legado importante para su familia y para la escalada en México.
Quizá no fuera la persona más carismática del mundo. De hecho su aspecto exterior a la primera impresión era de una persona hosca y huraña, pero tratándolo más se encontraba a un ser humano muy diferente, siempre con un sarcasmo muy peculiar y una visión de avanzar. Esa visión es la que contagió a todos sus amigos, a muchísimos de sus conocidos y, sin que lo supieran, a la escalada de México en total.
A Canché (así le llamábamos todos) lo conocí durante el primer curso de Planificación del Entrenamiento en Escalada Deportiva que impartió David Maciá en México, en 2004. Un muchacho callado y con gesto de enojado todo el tiempo. Había empezado a escalar años antes y se había involucrado tanto en la escalada de competencia (como se le llamaba entonces) que el curso lo tomó para mejorar en todo, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Se destacó como armador de rutas en las competencias que organizaba la Federación y que tendían a ser un conjunto que proporcionaban ganadores. Ahí fue donde Canché comenzó a hacer estragos a la visión de la escalada antigua: se convirtió en el entrenador de los mejores escaladores de esas competencias y sus resultados se notaron pronto. Mauricio Huerta, entre otros, fue el beneficiado.
La escalada deportiva comenzó a tener objetivos muy precisos que se contaban en base a los esfuerzos, al entrenamiento. Y Javier fue el mago que estaba detrás de esos logros tanto de entrenador como de armador de rutas. Pronto, Javier entrenaba a la Selección Nacional y también llegó a viajar con ellos como representante a diferentes competencias en el mundo.
Un día dio la noticia: estaba armando un muro de escalada. Se pasó semanas trabajando en ello y pensando en la mejor manera lograr el lugar ideal para que los escaladores entrenaran. Creó sus propios agarres y diseñó todo el muro, centímetro a centímetro. Cada modificación la probaba él mismo y se le podía ver en un día normal de encuentro, probando una ruta, cambiando los agarres de lugar o simplemente analizando los movimientos de los escaladores.
El muro Onyx se convirtió en lo que él quería: un lugar para escalar, pero no como objetivo mismo sino para entrenar escalando. Además, se reunían ahí los escaladores y platicaban. Su objetivo lo había logrado.
Pero hablar de Canché en sólo estos términos sería olvidar su propia trayectoria como escalador: es uno de los muy pocos escaladores que han ascendido todas las rutas de la Coconetla, en el D.F., y algunas rutas del Segundo Dinamo sólo han tenido dos ascensos. Uno es de él. También representó a México en el mundial de escalada en Amsterdam, junto con Miguel Hernández y abrió las primeras rutas en el río subterráneo Chontalcoatlán, en Guerrero, además de muchas otras cosas.
Su partida dejó un sentimiento muy hondo en los escaladores, ese mundo donde todos se hacen fuertes y se animan a seguir a pesar de lo difícil que sea todo. Un mundo que pareciera rudo. Eso sin hablar de la familia. Su esposa, Natalia, también es escaladora y sabe de lo que se trata todo esto.
Algunos comentarios de sus amigos:
“Es curioso cómo se forman las amistades. Hay gente que has visto mucho más, con que has vivido más tiempo. Y sin embargo, la amistad se forma desde otra parte. Se forma desde la sinceridad, desde el tener la certeza de lo que el otro es. Habré pasado en total menos de 10 horas a su lado, y sin embargo me duele muchísimo su perdida. Por su esposa, por sus hijos, pero sobre todo porque sé que ya no podré disfrutar más de su compañía y de su gran respeto por los demás.”
“No encuentro palabras para decir lo mucho que lamento tu deceso, uno cree que verá a sus amigos al día siguiente y no vas a visitarlo porque te güeva y porque tienes mucho trabajo. Muchas veces me dijo que fuera al Gym. ¡Putaaaa! ¿Por qué no pude? Un fuerte abrazo cabrón. Se te va a extrañar. Llega muy lejos carnal como sólo tú sabes.”
Es el sentir general. El riesgo de vivir no es morir, sino dejar una huella en los demás y Canché lo aceptó.
Canché: paz, aunque no sabemos si descansas, que lo más probable es que no por estar pensando en cómo seguir delante de una manera distinta a lo que ya hay.
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