Paul Theroux.
El gran bazar del ferrocarril. Un viaje en tren por Turquía, Extremo Oriente y Siberia. Ediciones B (Biblioteca Grandes Viajeros). 1999, Barcelona. ISBN: 84-406-8586-6. 478 páginas.
El escritor estadounidense Paul Theroux decide hacer un viaje en tren o, mejor dicho, en una serie de trenes para hacer un giro completo al continente asiático desde Europa. Miles de kilómetros a bordo de diferentes ferrocarriles. Es 1970 y el mundo es otro al que conocemos ahora. ¿Qué puede esperar de un viaje así?
“El tren es capaz de infundirte tranquilidad en lugares horribles, no tiene nada que ver con los angustiosos sudores de muerte que provocan los aviones, el mareo de los autobuses de largos trayectos o la parálisis que aflige al que va en automóvil.” (p. 13)
Su premisa es que el tren es el mejor medio de transporte. Nada lo supera y en él hallaría un “bazar”, compuesto de ciudades y su gente, de olores, de sabores, de idiomas y de una colección de sensaciones y anécdotas que el autor formaría con ellos.
Ferrocarril tras ferrocarril, su viaje se prolonga cuatro meses y al final “…me había hartado de viajar y no quería más llegar a casa… Yo había tenido razón: todo es posible en un tren, incluso experimentar el impulso de apearme.” (p. 474)
El gran bazar del ferrocarril es el libro más conocido de Paul Theroux, aunque desde mi punto de vista es bastante aburrido. No imagino un viaje de cuatro meses encerrado en vagones de ferrocarril sin saborear el país mismo. Uno de sus compañeros de viaje se lo dijo claramente:
“Todo ese andar de acá ara allá con guías de viajes, esas horribles colas de turistas, entrando y saliendo de iglesias, museos y mezquitas. No, no, no. Lo que yo quiero precisamente es estar tranquilo, encontrar una silla cómoda. ¿Comprende usted lo que quiero decir? Quiero absorber un país.” (p. 48-49)
Absorber un país es muy diferente a verlo a través de la ventanilla y pasar pocas noches en algunas ciudades. Aunque es su forma de viajar (ha escrito más libros de viajes, a bordo de ferrocarriles), su actitud de intelectual le impide absorber todo lo que ve. Un antropólogo hubiera estado más abierto y escrito algún ensayo sobre todo lo que implica culturalmente viajar en trenes, pero viajar en la mejor litera, a veces solo y siempre leyendo, no garantiza nada más que un cambio de paisaje y de compañeros.
“Nada se espera del pasajero de un tren. En los aviones, el pasajero se encuentra condenado a estar horas sentado en un asiento fijo; los barcos requieren buen humor y sociabilidad, y de los automóviles y autobuses mejor es no hablar. El coche cama es la forma menos dolorosa de viajar.” (p. 120)
Este es, quizá, el libro que más me ha costado leer: tres meses. Me sentí siempre atado a una estación o un vagón de ferrocarril, sin poder ir más allá de donde ven los ojos y por eso su sentencia “Yo había tenido razón” chocó conmigo por completo. No es el tipo de viaje que un montañista o explorador pudiera realizar. Aunque sigue siendo original el enfoque de viaje, no es en absoluto atractivo, aunque Graham Greene haya escrito que “En la mejor tradición del viaje sin otro propósito que la diversión y la aventura.”
Jamás vi aventura en él y el autor se confiesa aburrido en muchas ocasiones.