| Después del relato tan bien escrito por Eider, la propia Isabel se encargó de mostrarnos la otra cara de la moneda: qué hay después de un accidente de esa magnitud. Si con el relato de Eider uno se queda impresionado, este es un cierre impresionante para una historia que es excepcional. |
Sobrevivir a una caída semejante en una suerte increíble. Sobrevivir dos noches a esa altura en el hielo tiene que ver con mantenerse lúcido, y estar decidido a luchar por su vida (y claro que tener mucha experiencia); haber estudiado bastante sobre patologías de altura y haber hecho muchas cosas en solitario me ayudó. Pero debo decir que la verdadera lección del accidente vino después.
Isabel, entrenando en un fingerboard durante su estancia en el hospital para no olvidar que regresaría a la montaña.
Foto: Isabel Suppé.
Tenía seis fracturas, todos los ligamentos rotos y un agujero gigantesco en el pie. De hecho, durante un momento ni se sabía si los médicos iban lograr salvar mi pie o no. Me dijeron que aún si lograban salvarlo no iba poder escalar nunca más y posiblemente tampoco caminar normalmente.
Pero no les creí.
Frente a la pared del Ala Izquierda me había jurado que si lograba salir de ahí con vida era para volver a la montaña, porque mi vida es la montaña. Por eso mismo dije al primer médico que me atendió que me tenía que sacar la bota entera, sin cortarla, porque la necesitaba para volver a la montaña. Por eso le pedí que me inyectara un analgésico y llamé a dos personas para sujetarme. El médico quedó perplejo pero cuando le dije que si quería cortar mi bota (que era la bota de alta montaña más cara que había tenido en mi vida) me tenía que matar primero.
Isabel, escalando con la pierna fracturada un mes después del accidente.
Foto: Isabel Suppé.
Me hizo caso.
Así conservé mi bota que más allá del bien material también representa algo simbólico: la convicción que iba volver a la montaña.
Un mes después del accidente estaba escalando con mis brazos y mi pie sano mientras el lesionado colgaba en el aire. Pasé mucho tiempo en el hospital y me han tenido que operar diez veces. Pero durante todo ese tiempo me negué a creer que no iba volver a escalar. Estaba convencida que lo que podía hacer con un solo pie, lo iba hacer mucho mejor una vez que podía usa mi pie quebrado de nuevo. Por eso seguí entrenando en el gimnasio todos los días y colgué un fingerboard encima de mi cama de hospital.
Cuando aprendí a caminar de nuevo, mi hermano me construyó unas muletas especiales con puntas de bastones de trekking y un mes y nueve días después de haber dado mi primer paso subí una montaña con raquetas de nieve.
Isabel, lidereando su primera ruta después de las operaciones.
Foto: Isabel Suppé.
Ahora, pocas semanas después de la última cirugía todavía uso las muletas para llegar a la roca, pero una vez arribado a la dimensión vertical las ato de mi mochila y escalo con ellas (las llevo para las bajadas). Hace pocos días he primereado mi primera vía y si bien no ha sido más que una vía fácil con poco riesgo de caída, he estado muy contenta por eso: porque comprueba que cualquier cosa es posible si sólo estamos dispuestos a luchar por lo que queremos.
En breve pienso volver a lo que más amo: las montañas altas.
Te paso unas fotos que considero mucho más importantes que el accidente en sí.