De Mongolia a Kazajistán hay miles de kilómetros de praderas, las grandes e infinitas praderas que fueran un día el imperio que formara Temudjin, quien pasara a la historia como Gengis Kan, el primer hombre en unificar a los mongoles, maestros en el arte de andar a caballo y para quienes este animal valía más que tener una mujer.
En esos miles de kilómetros, hay muchas culturas con diferentes lenguas incluso. El objetivo de Roger Chao y Megan Kerr es cruzar toda esa zona en una expedición llamada “Estepa a estepa, paso a paso”, cuya duración estaba calculada aproximadamente en 15 meses y cuya ruta “no es necesariamente rígida a un plan”, pero que inició el 2 de mayo del 2009 en Atsana, Kazajistán, para terminar en Mongolia.
En la estepa helada de Kazajistán.
Fotografías cortesía de steppebysteppe.com.au
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Solamente el proyecto es interesante, sobre todo como lo plantean ellos:
“Este viaje y su subsecuente documentación no se trata de evaluar incuestionablemente a todas las culturas por igual, tampoco de promover ciegamente la tolerancia de sus costumbres y modos de vida, sino más que nada de cuestionar nuestra forma de vida [la occidental], su forma de vida, nuestras propias creencias y prácticas y sus creencias y prácticas. Esto implicará el aprendizaje de qué herramientas usan y cómo las usan, tanto en términos de recursos adquiribles localmente (tierra, flora, fauna) como en los valores de le tenencia y sus sistemas sociales.”
Leyendo un poco los objetivos de la expedición, parece uno estar leyendo un proyecto de una de las grandes exploraciones del siglo XIX. Sin ir más lejos: la de Carl Lumholtz, quien recorriera durante años el noroeste de México con el mismo objetivo.
“Aprender de otras culturas consiste en ver lo que funciona y lo que no para ciertas culturas, qué problemas tienen sus culturas y qué elementos benéficos tienen. Entonces, uno puede preguntarse por qué funcionan o no… A lo largo de este viaje documentaremos historias, sabiduría, creencias, modos de vida, lenguas, música, etc., de estas culturas antes de que se pierdan para siempre.”
Meterse en lugares como Mongolia implica alejarse de la seguridad a la que estamos acostumbrados: “nuestra seguridad se centrará de lleno en nuestro ingenio y nuestra confianza en otras personas, no en nuestra casa o nuestro auto. ¿Cómo sobreviviremos? ¿Cómo viviremos sin las cosas que tenemos garantizadas: agua potable, electricidad, teléfonos celulares?”
Hace 10 meses que el viaje comenzó y lo último que se ha sabido de ellos es que cruzaron Kazajistán en invierno en sólo once días, a bordo de su “bicicleta”: una adaptación específica para hacer un vehículo impulsado por la sola fuerza corporal y que parece una bicicleta. Las temperaturas alcanzadas fueron “extremas”. Literalmente: 30º C bajo cero. Más al norte hubieran encontrado hasta 20 grados más de frío.
“En esta región los pastores viven con sus animales todo el invierno. Sin auto, sin electricidad, sólo un caballo como transporte.”
Pero el terreno no les ayudaba: en un día avanzaron 13-14 kilómetros en una jornada de siete horas. Dos kilómetros por hora. Hubieran avanzado más a pie. Extenuados, decidieron marchar a una yurta cercana, donde les ofrecieron comida. Un hombre que llegó más tarde había regresado porque la nieve era demasiado profunda y era demasiado arriesgado continuar.
En la zona hay lobos a los que todos tienen miedo y la gente les prevenía de ellos, pero Kazajistán tiene más problemas escondidos: “Habíamos negociado exitosamente con los lobos, el frío, las bases armadas secretas y otra noche con religiosos extremistas”.
Hasta ahora la expedición es un éxito. Pero justo ahora, están dando un paso que ellos tenían calculado no dar o hacerlo con mucho cuidado:
“…al aventurarse en un medio extraño como un observador, hay un intercambio entre el mínimo impacto en esas culturas (para capturarlas en su forma más pura) y documentarlas ayudando a la gente a entender por qué necesitan preservarla. Al ingresar a estás frágiles e incontaminadas áreas culturales, se causa con frecuencia un cambio a la población indígena al alterar, introduciendo, sacando o aún cambiándolos inconscientemente; ¿qué tan legítimo es esto? Este será uno de los grandes temas que requerirán cuidadosa atención.”
En antropología, esto se llama “préstamo cultural”. Roger y Megan quieren ahora llevar esos préstamos a la gente que conocieron: notebooks con conexión a Internet, Internet mismo, software educativo (como enciclopedias), entrenamiento en computadoras y un profesor en tecnología de información a las escuelas rurales de Kazajistán. Es decir: un golpe tecnológico brutal a las comunidades que ya conocen. Si esto es o no válido, es un tema muy largo y polémico que se ha discutido año con año desde que apareciera la palabra “aculturación” en el mundo.
Mapa planeado de la ruta, antes del inicio.
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