Con 5,671 metros sobre nivel del mar, es el monte más alto de Oriente Medio y el volcán más alto de toda Asia. Está situado en la cordillera de los montes Elbruz, a 89 kilómetros de Teherán en el distrito de Larijan. Es la décimo segunda cumbre más prominente del mundo. Llegar a la cumbre del Damavand, la montaña más alta de Irán, no es sólo una expedición alpinista, sino también un reto a la soledad e incertidumbre.
El monte Damavand
Todo empezó al salir de Guatemala el 8 de abril lleno de ilusiones e incertidumbres de lo que me depararía un polémico país como Irán, al que por más de un año no pude entrar para escalar el famoso volcán. Las razones: políticas principalmente. Pero eso quedó atrás, finalmente los permisos y contactos estaban ya hechos gracias a una gran persona iraní.
Bajé del avión a Teherán, capital de Irán, pasada la medianoche del 10 de abril de 2010. Al salir del aeropuerto, me reuní con mi contacto local Ardeshir Soltani, quien me había ayudado enormemente para poder conseguir el consabido permiso de ingreso al país y de escalar el Damavand, una excelente persona con gran carisma, orgulloso de sus raíces persas y de su montaña.
Recorrimos 35 kilómetros hasta la ciudad, de más de 15 millones de habitantes, y la atravesamos. Después, 90 kilómetros más por la carretera que va al Mar Caspio (hacia el Norte). Era curioso bajar en un pueblecito polvoriento ambientado por algunas pequeñas tiendas muy iluminadas, en mitad de la nada. Nadie habla otro idioma que no sea el farsi, ni había rastro de montañistas ni pistas que me dijeran que estábamos en el lugar apropiado. Por supuesto, ningún extranjero. Me consuela la impresionante vista de las montañas circundantes, aún lejos pero tentadoras que lucen hermosas bajo la luz de la luna.
Restos de la estatua de bronce destruida que esta en la cima del Monte Damavand
Cerca del amanecer paramos a desayunar cabezas de carnero en la región de Reyneh, último sitio habitado en el acceso a la cara Sur del Monte Damavand, al que se llega desde el pueblo de Polur. Los iraníes son agradables y hospitalarios y hacen grandes esfuerzos para hacerse entender en inglés, lo que en aquel mundo “farsi parlante” se agradece enormemente.
Para el éxito de la escalada, en el invierno que recién finalizaba, es indispensable el equipo básico de una ruta invernal, ya que la nieve está en todos lados y el frío llega a ser de 35º C bajo cero. El día de cumbre hay que superar cerca de 2,000 metros de desnivel acumulado en muy pocos kilómetros. La mayoría de los iraníes que lo intentan bajan frustrados por la dureza, el frío y el mal de altura.
En Polur no hay hotel, pero la recóndita estatua dorada de un montañista señalando en dirección al Monte Damavand nos indica que estamos en el lugar apropiado. A las afueras del pueblo hay un ¡albergue de la federación montañista iraní, con agua caliente, cocina, rocódromo, tenis de mesa y habitaciones “decentes”.
Jaime Viñals durante el ascenso a la cumbre del Monte Damavand
Allí nos quedamos a descansar y dormir el resto del día domingo. Mientras esperábamos la llegada de mi compañero de escalada, el montañista iraní Majid Doroodgar, con experiencia y gran conocedor de la región. En el refugio se disfruta de una tremenda soledad, que a partir de ahí será constante.
Majid llegó al finalizar la tarde y fuimos a Polur para comprar lo que pudiéramos necesitar: pan sin levadura (sí, talcomo el de la Biblia), galletas, alguna latas de sardinas... Incluso probamos las “maxigomino” que parecen alfombras de carro pero que son estupendas como alimento energético. En el pueblo hay lugares que ofrecen arroz, té y kebab de cordero, cordero en trozos, cordero en salchicha, y varias otras formas de presentación de lo mismo: cordero. También había un yogurt artesanal, a veces con ajo y perejil, que se mezcla con el arroz. Para mi sorpresa en Polur hay grandes contenedores en los que cae agua y en su interior, truchas. Una de ellas estaba rica.
Ascenso al Damavand
Muy temprano en la madrugada del lunes 12 de abril nos despedimos de Ardeshir Soltani y Ali, el guardián del refugio. Caminamos todo el día, unos 25 kilómetros. Bordeamos cortados precipicios espectaculares, nos frotamos las manos con la vista de la montaña y descubrimos familias de nómadas que vienen a que sus ovejas pasten en los verdes prados. Se alimentan de pan, leche y queso y viven en tiendas de lona marrón idénticas a las que se utilizan en otras partes del mundo, como en el Sahara o las estepas andinas. Al final llegamos a un refugio a 2,975 metros donde hay una mezquita de cúpula dorada.
Al día siguiente empezamos a caminar tras una roca de donde parecía salir una vereda en dirección a la montaña. El camino discurría sobre una impresionante lengua de lava negra, pero prácticamente todo cubierto de nieve floja a cuyos pies se extienden los pocos verdiales que quedan a esas alturas. Justo enfrente, la cumbre se imponía todo el tiempo. A veces mandaba una fuerte ventisca con frío congelante y desgarrador... Calma... ya veremos si se pasa.
Vista del cráter del Monte Damavand desde su cima
El refugio vivac está enfrente de nosotros y se ve casi todo el tiempo, incluso de noche, porque los iraníes, que en la montaña no conocen el reloj, son capaces de empezar a andar a las 6 de la tarde después de todo un día de vagancia. Después de seis horas llegamos al refugio (3,980 metros), que estaba en condiciones habitables. Cabrán unas 30 personas y hay agua a unos 100 metros, por una vereda que se dirige hacia el glaciar.
Esa vereda, que pasa detrás del refugio, es por donde debe subirse a la cumbre. La ruta va por una arista entre dos glaciares y mantiene un desnivel muy considerable (de 3,980 a 5,671 metros). El martes nos dedicamos a descansar y a aclimatarnos, recorremos y exploramos los alrededores de roca, nieve y hielo, con hermosas vistas de los valles debajo de nosotros. Durante la noche, las luces de Teherán llegaron hasta nosotros.
Paisaje en la cumbre del Monte Damavand (14 de abril de 2010)
Miércoles 14 de abril, día de cumbre. A las cinco de la mañana, justo antes del amanecer, comenzamos a subir. Dos horas después parecía que ya se tocaba la cumbre con la mano, se palpaba, se respiraba, pero ¡no era cierto!: era un espejismo. Seguimos... un paso, otro paso. “Dame agua”, “¿dónde está mi guante?”, “Apresurémonos que viene otra fuerte ventisca.”
Disfrutamos del ascenso, del paisaje, de la compañía, de la soledad y también del antipático viento que se colaba por todos lados. Siete horas tardamos en llegar a la cumbre. El frío hizo mella, la altura se dejó notar y un eructo de azufre nos recibió en la cumbre. ¡Qué cumbre más bonita! Es un círculo perfecto y blanco, su cráter se da aires de gran volcán y su gran fumarola es un guiño al frío.
Llenos de felicidad tomamos fotos por doquier: del cráter circundante de la cumbre, de los restos de una estatua de bronce destruida tiempo atrás, del hielo mezclado con el azufre del volcán, de la pata semienterrada de un carnero justo al lado del monumento… y más. Pero la ventisca no nos dejó disfrutar de la vista por mucho tiempo, así que ¡para abajo lo más rápido posible para no ser atrapados por la tormenta!
Jaime Viñals en la cumbre del Monte Damavand (14 de abril de 2010)
Nos dejamos caer por la gran pala de nieve al suroeste del cráter. Hasta mitad de larguísima ladera estaba totalmente congelada: qué tensión en lo alto del impresionante tobogán, no permite un descuido. La bajada se hace dura: cuatro horas sin pausa. Puse el piloto automático pero los últimos tramos, nieve floja y profunda, hielo, roca, tierra... se hicieron interminables. Llegamos al refugio pasadas las seis de la tarde. A esa hora las nubes no dejaban ver más allá de los 4,500 metros.
Sueño, dolor de piernas, dedos entumecidos, sed, polvo... Quiero beber algo… La tarde fue cayendo. Quedé marcado por esta solitaria experiencia: una gran montaña, un trocito de Persia, un hito en la historia y la leyenda. Agradeceré siempre al Monte Damavand la deferencia de haberme dejado alcanzar, tocar y gozar su cumbre.
Con esta cima ya llevo 27 de las 50 cumbres más Prominentes del Mundo, lo cual no sería posible sin el apoyo de mis patrocinadores Rayovac y The North Face. Gracias también a Ardeshir Soltani y Majid Doroodgar por su apoyo, amistad y hermandad de montaña durante mi estancia en Irán.
¡Gracias!
Majid Doroodgar y Jaime Viñals hermanando naciones en la cumbre del Monte Damavand