Conocido como el “País de las Montañas”, Andorra se encuentra situado en la vertiente meridional de los Pirineos, entre Francia y España; está rodeada por macizos montañosos y sierras que delimitan un conjunto de estrechos y profundos valles en una superficie menor de 500 kilómetros cuadrados.
Cumbre del Pic Tristania.
Fotos, cortesía de Christian Rodríguez.
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Se ha enmarcado a este país como un lugar para compras y contrabando y la mayoría de sus visitantes llegan en busca de mercadería a bajos precios y se limitan a visitar únicamente sus atestadas ciudades. Pero la gran mayoría ignora por completo que detrás de esas paredes montañosas casi claustrofóbicas se encierran tesoros invaluables, valles hermosos, impresionantes montañas, ríos de aguas cristalinas, gran cantidad de lagos y una flora y fauna asombrosa, todo conectado por antiguos caminos.
Con la ayuda de la Federación Andorrana de Montaña y el Ministerio del Medio Ambiente se creó una extensa red de senderos conocida como el Gran Recorrido del Principat (GRP), un espectacular circuito que une los poblados de Juberri y Sispony, atravesando sus sectores más montañosos. Es un deleite para los más exigentes montañistas y senderistas.
27 refugios de montaña dispuestos por todo el país son de gran ayuda pues sin ningún costo para los visitantes, ofrecen cabañas con chimenea, literas, leña, herramientas, botiquín completo, agua potable y la estancia en parajes naturales fascinantes.
Altos de Juclar
Con los datos anteriores fue fácil decidirnos por nuestra siguiente expedición: recorreríamos el GRP. El recorrido está diseñado para poder completarlo a pie en siete días (100 kilómetros y 6,700 metros de desnivel). El sendero rodea muchos picos pero nosotros queríamos hacer cumbre en algunos de ellos, así que acordamos eliminar la ultima parte del recorrido para agregar algunos picos extras y finalizar nuestra ruta en el techo del país: el Coma Pedrosa. Resultado final: 127 km y más de 11,160 metros de desnivel. Lo intentaríamos en un máximo de 11 días.
Los primeros días fueron sin duda los más agotadores, ya que nuestro cuerpo apenas se iban acostumbrando a los grandes desniveles a superar para luego descender y superar el siguiente. Nuestras mochilas contenían provisiones para los once días y superaban el peso que habíamos calculado. Soportamos largas horas el calor, el frío y la lluvia, que agregaban un “peso” extra que no se ve pero se hace sentir.
Nos fuimos adaptando. Cada jornada la terminábamos agotados y con algunas ampollas en los pies, adoloridos, pero no nos quitaban el deseo de continuar y descubrir cada parte del trayecto que cambiaba día a día. Un día en el bosque, otro al borde de lagos, al siguiente cruzando ríos. Hubo suaves caminatas en prados de coloridas flores y también escalando empinadas y rocosas cumbres y crestas, algunas muy verticales donde teníamos que usar cuerda.
Dejábamos muy atrás el primer día y las montañas más accesibles para la gente “civilizada”: montañas que han sido heridas profundamente con carreteras e instalaciones turísticas para confort de ese visitante. Nosotros y otros pequeños grupos de personas que encontrábamos en el camino, seguíamos un rumbo en el horizonte más lejano que el alcance de nuestra mirada, sumergidos en naturaleza pura.
El segundo día ascendimos la cumbre del Tristaina (2,878 metros). Las vistas eran fascinantes. Hacia cualquier lugar que viésemos había lagos con aguas de un azul profundo, cientos de metros por debajo de nosotros, algunas rodeadas de nieve. Estábamos en pleno verano pero las bajas temperaturas aún congelaban algunas lagunetas en lo profundo de los valles.
Uno de los múltiples cruces de ríos.
El cuarto día cruzamos un bosque de pino después de descender del Pic Negre (2,700). En una planicie nos encontramos con una laguna tan magnífica que parecía una ilusión: Estany de Nou. Ese mismo día, en el refugio de Perafita, disfrutamos a las marmotas que correteaban cerca del refugio mientras se ponía el sol. Los días siguientes nos deparaban más sorpresas: varios ríos en el valle del Madriu y una serie de lagos en el Valle del Pessons. Tendríamos que superar los fuertes ascensos para atravesar la cresta de los picos del Gargantillar (2,864 y 2,843).
El sexto día llegó una tormenta. Pernoctamos en el refugio Pla de les Pedres. Nos sorprendió la cantidad de vacas que lo rodeaban; un pastor comentó que ese día llegarían al lugar 300, cada una con cencerro. Sería difícil dormir. Una vez al año, cada 10 de agosto, reúnen al ganado justo en ese lugar, precisamente ese día. Al cabo de las horas se iba llenando de reses y el sonido de cientos de cencerros mordía el sueño.
Estany Negre.
A la mañana siguiente cruzamos el primer pueblo después de cinco días sin ver algún otro. Bordes d’ Envalira estaba paralizado, la carretera cerrada y gran cantidad de personas a la espera del desfile de cientos de las reses que venían detrás nuestro. Ese día las conducirían a otra montaña por el mismo camino que nosotros. Fue una especie de encierro de San Fermín de montaña.
El séptimo día tomamos un baño en un lago glacial ante la mirada atónita de algunos presentes. El agua no es tan fría en realidad pero tampoco estaba para permanecer mucho tiempo en ella. Descendimos al siguiente refugio, Siscaró, en un hermoso paraje entre pequeños ríos, una laguna e imponentes montañas a su alrededor. Seguimos adelante, o mejor dicho: arriba, hasta alcanzar el lago más grande de Andorra, el Juclar. Ahí estaba el refugio del mismo nombre.
En el octavo día, ascendimos por cuatro horas las empinadas pendientes del Alt de Juclar y luego descendimos al lago de Cabana Sorda. En un descanso, varios caballos se acercaron a nosotros. Acariciamos a uno y pronto se acercaron más, como para recibir su ración de interacción. Después de un buen rato continuamos nuestro viaje: continuaba con otra dura ascensión hasta la Tossa de Caraup (2,700) para descender de nuevo. Una empinada rampa de rocas sueltas nos llevó a un paisaje casi onírico: el Pala de Jam y su refugio Coms de Jam, donde también nos sorprendió una familia de rebecos que merodeaba por el lugar. Jamás había visto estos animales tan de cerca.
Gargantillar.
El noveno día, nos salimos de la ruta, pero muy cerca de ella ascendimos el Pic de la Serrera (2,913), tercera altitud en el país. Su cumbre separa Francia de España. La bajada también fue fuerte pero dio paso a uno de los lugares más espectaculares del recorrido: el Parque Natural de Sorteny. Kilómetros de prados tapizados con millones de flores, muchas de ellas endémicas. Colores, fragancias y texturas tan diversos se mezclaban para abrumarnos.
Caminar mientras los pétalos de flores acarician tus manos es una sensación sublime. Pero pronto las caricias fueron sustituidas por una paliza: una tormenta descargó granizo sobre nosotros y aunque fue doloroso por momentos, fue una experiencia divertida. Luego, regresó la tranquilidad y seguimos el sendero hasta que terminó el parque natural, luego al poblado El Serrat.
Pessons.