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Montañismo y Exploración
El dolor: una herramienta para vivir
31 enero 2010

He escuchado con frecuencia la siguiente frase: “El montañismo es el arte de sufrir”. Si lees esto y eres de aquellos que lo dicen, si siempre lloras y te malhumoras por hacerlo, si te la pasas diciendo “¿qué hago aquí?” ?” y crees que el sufrir es parte del costo… quizá debas recapacitar sobre ti mismo y sobre este deporte.







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Por mucho tiempo se pensó que el dolor era una especie de anomalía del sistema. Hasta que se descubrió lo que es la fuente del placer y del vicio de los humanos: las endorfinas. Son sustancias químicas producidas dentro del cuerpo, normalmente en cantidades mínimas pero cuyos niveles se disparan cuando hay eventos particulares como el miedo o la euforia. Aumentan el estado de alerta, evitan la depresión, generan placer, disminuyen el hambre, dilatan pupilas, aumentan sudoración y, sobre todo, causan una fuerte dependencia.

Competidores en la línea de salida.

Las endorfinas están íntimamente relacionadas con la percepción del dolor y todo lo que involucra. Al descubrirse su presencia, ya no se considera la nocicepción como algo simple. Se producen en la médula espinal en regiones que son compuertas para el control muscular, en la base del cráneo (donde se recibe información de muchos transductores especializados "vista, oído, gusto") y en los tálamos, un grupo de células en el cerebro que sirven de puente para todo. La forma como operan, controlan y se liberan aún son objeto de muchos estudios. Aquí hay algunos datos interesantes:

  • La función primaria del dolor es aviso y protección: el umbral de dolor aparece antes de que el estímulo cause daño físico
  • En la médula espinal existen sustancias que se liberan cuando hay estímulos dolorosos con efectos "paradójicos" que pueden inhibir la sensación dolorosa, cuando hay un comando "superior" (desde el cerebro) que le da prioridad a la actividad, o bien puede potenciarse la sensación del dolor cuando existe un estímulo que sea interpretado como un riesgo latente, y no real. Por ejemplo, el montañista extasiado que es capaz de escalar con un tobillo fracturado y no siente dolor. O el niño que va corriendo, se cae y sólo por el susto pero sin ningún moretón, llora desconsoladamente, o un nadador en trance que nada un maratón completo con los tímpanos reventados sin inmutarse.

Salida del pelotón puntero.

  • A nivel del cerebro, la liberación de endorfinas y la activación o selección de vías del dolor está asociada con sustancias relacionadas con la conducta. Las endorfinas mismas tienen parientes bioquímicos relacionados con las vías del placer y de los instintos elementales (huida, comer, dormir, por ejemplo). Un desbalance bioquímico puede generar una sensación dolorosa "fantasma", es decir, sin ninguna lesión física. También el miedo al dolor puede generarlo en sí sin existir estímulo. El exceso de placer o la euforia, por sí mismos, están relacionados con el aumentar el umbral al dolor en los receptores. En cuestiones como depresión neurosis o la falta de autoestima, la percepción del dolor es determinante.
  • La presencia de estos mecanismos a nivel del cerebro está relacionada con el aviso de situaciones de riesgo futuro de lesión, muerte o de circunstancias que generarán una experiencia dolorosa.
  • Dependiendo del estado psicológico, el dolor es tolerable y manejable, incluso comparable con una experiencia placentera.

Esto último se ve reflejado en los deportes extremos que, si se conducen bien, resultan en conductas muy sanas. Otros por el otro lado podrían ser tendencias patológicas como el manejar el concepto de dolor como una forma de vida, como un fin, como un entorno.

En la primera boya.

¿Qué es el dolor y para qué sirve?

Con todos estos datos en mente, lo que debe quedar claro es que se trata de una herramienta de protección y defensa. Cuando los estímulos que recibimos van más allá de lo que podemos soportar, la sensación dolorosa es un aviso. A medida que maduramos, nos llenamos de experiencias que nos permiten tener una prevención al dolor y así ajustar nuestra conducta para llegar más lejos y de la manera menos dolorosa posible, pero también para saber que el dolor que podemos soportar o que prevemos, "vale la pena" si hacemos un balance del beneficio, como en el caso del deporte. Desde este punto de vista, la nocicepción nos apalanca para llevarnos más lejos en nuestras experiencias.

Entender lo que es el dolor evita convertirse en víctimas. Sabiendo que el liberar endorfinas nos genera adicción, si nuestro estado psicológico no es equilibrado y no tenemos recursos para controlarnos, podríamos creer que vivir con dolor es una forma de vida. O que justifica nuestra actividad.

En alta mar, entrando de regreso a la bahía de Acapulco.

Hay quienes hacen deporte para sentir dolor y cubren así situaciones graves, como una depresión que se va profundizando cada vez más. Otros apalancan las experiencias dolorosas para justificar inseguridades, crisis personales o traumas que requieren tratamiento. La compleja química involucrada en las vías del dolor las relaciona íntimamente con estados de estrés, depresión, neurosis y muchos otros trastornos que no deben ser ni potenciados ni resueltos a través de estas experiencias.

La mayoría no nos percatamos de nuestra actitud incorrecta ante el dolor. Podría decir que para hacer escalar, nadar, rodar o vivaquear, no necesito sentir dolor. Las experiencias dolorosas sólo son incidentes.

En estos momentos estoy fuera de combate, enfrentando las consecuencias de una lesión muy dolorosa. No fui a nadar para lastimarme. Un incidente me produjo esta lesión que me costará meses de recuperación y todo un cambio de estrategia para continuar con mi preparación sin perder el rumbo. He perdido audición por algún tiempo, cosa que "una vez más" cambia la vida. Por nadar con los tímpanos rotos "se me metió el mar al cerebro" que, por más romántico que suene, me provocó es una fuerte infección, que exacerbó el dolor. Aprovecho para concentrarme en otras tareas mientras me recupero, aprendo y me hago más fuerte. Valoro para compensar. Debo disfrutar mucho más que el dolor que siento. Las endorfinas que libero sin lesión, por puro estímulo sensorial, opacan el dolor, que sólo me sirve para que mi sistema nervioso me avise, me proteja, me dé fuerza.

Llegada a la meta: había alcanzado mi objetivo.

He escuchado con frecuencia la siguiente frase: "El montañismo es el arte de sufrir". Si lees esto y eres de aquellos que lo dicen, si te duelen los pies al esforzarte para ascender una montaña, si siempre lloras y te malhumoras por hacerlo, si te la pasas diciendo "¿qué hago aquí?" y crees que el sufrir es parte del costo, si crees que el único gozo es los segundos que pasas en cumbre y no subirla o bajarla, aunque todos lo digan, aunque parezca que sea lo que debes sentir... quizá debas recapacitar sobre ti mismo y sobre este deporte.

Sentir dolor no es el propósito, sino una herramienta, y hay que saberla usar. Si crees que con sólo ponerte tus crampones y empuñar tu piolet puedes ser montañista, puedes correr con suerte, como la mayoría, al caminar torpemente en un glaciar sin que pase nada y terminar creyendo que naciste para ello. Pero también corres el riesgo de matarte, sin el menor esfuerzo y sin entender porqué.


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