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Montañismo y Exploración
El dolor: una herramienta para vivir
31 enero 2010

He escuchado con frecuencia la siguiente frase: “El montañismo es el arte de sufrir”. Si lees esto y eres de aquellos que lo dicen, si siempre lloras y te malhumoras por hacerlo, si te la pasas diciendo “¿qué hago aquí?” ?” y crees que el sufrir es parte del costo… quizá debas recapacitar sobre ti mismo y sobre este deporte.







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Estaba en completo trance después de nadar en mar abierto. Era una mañana sin nubes. Parecía que habían pasado sólo unos instantes desde que sonó la señal de salida, cinco kilómetros atrás. El silencio y la concentración en la que me encontraba de repente se rompieron. Turbulencia y burbujas, la sensación ingravidez y del tiempo detenido, todo de repente se convirtió en arena rasposa, porras y aplausos.

Bahía de Acapulco, el día del Maratón Guadalupano
Fotos: César Sánchez.
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Me incorporé y corrí hacia la meta, en medio la gritería. La alarma que marcaba el fin de mi maratón acuático sonó. Miré el reloj. Había roto mi marca personal, el mejor tiempo de mi vida en un maratón de aguas abiertas. Estaba muy feliz y no reparé en las caras descompuestas de mis acompañantes, que era arrastrado por mi medalla, que me tomaban de los hombros y me llevaban a recostarme bajo una palapa. Mi amiga, con cara de espanto, me preguntaba constantemente si estaba bien, me hablaba en todo momento. Mi entrenador, que me conoce de más de 20 años, le dio un pañuelo.

Me di cuenta que sangraba de los oídos y recordé unas horas atrás, justo al amanecer, cuando se dio la señal de salida: la multitud, el pataleo, la gran cantidad de espuma y la arena revuelta. Un sonido sordo y una especie de aguijoneo en la cabeza. Al salir, la presión del agua sobre la cabeza puede ser tal, que si no te has colocado bien la gorra de silicón protegiendo tus oídos, te puedes reventar los tímpanos. Fue lo que me pasó.

Bahía de Acapulco. En espera de la salida.

En este momento estaba recostado en una palapa en la playa. Mi sentido del equilibrio estaba trastornado y prácticamente no pude caminar hacia la meta a la playa y prácticamente no tenía audición. Sólo entonces empecé a sentir dolor. Pocas cosas duelen de una manera tan desesperante como los tímpanos rotos.

Dolor. Algo que no queremos enfrentar pero inevitable y poco comprendido. Es el dolor que la naturaleza y la evolución de los seres vivos ha diseñado como una herramienta para vivir. El ser humano le ha dado significados más elaborados, pero existe en el plano biológico por una razón: la sensación del dolor en los seres vivos es una herramienta que da protección y fuerza. Ayuda a la toma de decisiones. Dirige la socialización y, más importante, protege la integridad y asegura la continuidad de la especie. El dolor no existe como un castigo divino.

Conviene analizar lo que la evolución ha perfeccionado con este mecanismo y porqué funciona así en las especies.

Nos enseñaron desde niños que eran cinco los sentidos: tacto, vista, oído, gusto, olfato... Sentir, mirar, oír, probar, oler. Sencillo pero impreciso. El sistema nervioso cubre dos funciones: relación y control. Recibe información del exterior y del interior del cuerpo, la jerarquiza, organiza, codifica, almacena, y responde a través del resto de los órganos y sistemas de una manera coordinada para permitir que todo un ser vivo opere en conjunto y con equilibrio. Y todo debe ser comunicado en un único lenguaje, el código neural, compuesto por impulsos eléctricos precisos, generados por el movimiento de partículas eléctricas.

Esto se lleva a cabo en receptores específicos: la energía luminosa se recibe en la retina, por ejemplo. Pero para cada uno de los sentidos hay varias formas de receptores. Si hablamos del sentido del tacto, existen por lo menos seis receptores distintos que codifican en general para distintas sensaciones de la piel y que dan en general la información que corresponde a este sentido. Lo mismo podemos decir del oído, olfato y gusto. No son cinco en total, suman más de treinta en conjunto. Algunos aún no han sido diferenciados.

Llegados a este punto, en lugar de hablar de “sentidos” es más propio hablar de “modalidades sensoriales”. Una de ellas es la sensación de dolor y justo ésta es la única de todas que es diferente en su conformación.

No existen receptores especiales para el dolor, pero sí vías neurales específicas para ello. Por ejemplo: un raspón en la rodilla ¡cómo arde!, pero no inmediatamente. Primero existe una respuesta de retracción porque el cuerpo tiende a defenderse y alejarse de la fuente que lo daña. La sensación de punzada y el dolor aparece unos segundos después. Ya que uno se ha retirado del objeto punzo cortante. Y se mantiene varios minutos más... dependiendo de la lesión.

Las vías neurales que producen esa molesta sensación de ardor en la rodilla son terminales nerviosas libres sin ninguna especialización y eso hace suponer que la sensación de dolor es algo no especializado, aunque debería serlo. Cada receptor tiene un límite máximo, pasado el cual deja de tener su función especializada, y se convierte en un “nociceptor” o receptor de dolor. Se llega así al concepto exacto de lo que es el umbral del dolor: el momento en que cualquier terminal se satura por la intensidad del estímulo y lo convierte en un solo tipo de código: la nocicepción.

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