En el montañismo hay nombres de hombres que son leyenda cuando aún están vivos. Ricardo Cassin es uno de ellos. El pasado 2 de enero, Cassin cumplía cien años de edad, pero el 6 de agosto fallecía en su casa en Italia.
Hablar de Ricardo Cassin llevaría mucho tiempo, pero para ponerlo en su sitio exacto, basta recordar que en la década de 1930, cuando los mejores escaladores de Europa intentaban una y otra vez las tres paredes norte que eran los “tres últimos problemas” de los Alpes, Ricardo Cassin y sus compañeros llegaron al refugio, preguntaron en donde se encontraban las Grandes Jorasses y se dirigieron a esa pared. Nadie les daba un ápice credibilidad, pero fue la primera cordada en escalar la cara norte el espolón Walker de la pared.
No me digáis que este tipo de sentimientos contrastan con el espíritu del alpinismo: ¿quién no desea degustar la indescriptible alegría de un primer ascenso? ¿A quién no le apetece meterse en una competición, especialmente cuando el objetivo es de altísimo valor moral y los competidores son los más valientes escaladores? Cada época tiene sus tendencias y gustos propios, un estilo y una mentalidad, y la nuestra era la época del sexto grado: la audacia y la decisión eran las notas predominantes de nuestra juventud. (cit. de Jefe de cordada, p. 107-108)
Cassin nunca había estado antes en los Alpes pero se había decidido a enfrentar un problema y lo resolvió. Como este, hizo más de cien primeros ascensos, muchos de ellos clásicos, como la ruta Cassin al Denali, que aún hoy es tenida como una de las más difíciles.
Cassin era de los hombres que se habían formado en una escuela de montañismo donde no se podía imaginar caer, cuando no había cuerdas prácticamente indestructibles o equipo especializado y ligero, pero un tiempo donde el montañismo de dificultad era tenido en un concepto muy especial. Cassin fue uno de esos montañistas que Reinhold Messner admira tanto y en los cuales basó su filosofía.
Este tipo nuestro de escalada es, en definitiva, la búsqueda de las vías más difíciles de las paredes ya conquistadas, con la consiguiente necesidad de poner pitones, no sólo para asegurarse, sino también para la progresión, y a muchos no les gusta. Se dice que nuestros pitones "hieren y profanan el sacro cuerpo de la montaña". A nosotros nos llaman "cirujanos de mala muerte", ignorantes de la "ética del alpinismo". Pronto se hablará aún peor, y se anunciará además el "fin del alpinismo" como si el fin pudiera derivar en una transformación y de una evolución y no del desesperado intento de permanecer aferrados al pasado... Por nuestra parte, no desconocemos la obra de quienes nos han precedido; es más, nosotros hemos pasado por el mismo camino con idéntico entusiasmo, pero después hemos preferido continuar —aunque sea con la ayuda de los pitones— en lugar de marcharnos a la fase romántica y contemplativa. (p. 59-60)
Ricardo Cassin (1909-2009).
Foto: Giulio Malfer.
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Ricardo Cassin falleció el pasado 6 de agosto. Tranquilo, tras cien años de vida y la gran mayoría de ella dedicada a la montaña. Pero es difícil pensar en Ricardo Cassin como alguien que no existe ya. Aunque no se sea familiar o amigo, su nombre permanece en las montañas, en las rutas que abrió, en la filosofía que mantuvo vigente su forma de escalar, en los cientos y miles de montañistas que han seguido sus itinerarios y han quedado admirados de sólo pensar que algunos de ellos los ascendía cuando las suelas Vibram aún no habían sido inventadas.
Y por su calidad humana: “Estoy muy contento con mis chicos, no sólo por su rendimiento como alpinistas, sino por su perfil humano...” (p. 258)
Descanse en paz.
Ricardo Cassin (1909-2009).