Este hermoso volcán cónico fue primeramente escalado por los incas, los cuales edificaron un adoratorio en su cumbre. En 1965, el argentino Sergio Domicelj y el austríaco Mathias Rebitsch efectúan la primera ascensión moderna por la ladera Norte. El 19 de enero de 1996 un grupo dirigido por mí, logra el segundo ascenso y el primero por la ruta sur. Una linda ascensión por un acarreo infernal, logramos encontrar la lata con el documento de los primeros montañistas, ya ilegible por la humedad.
El Peinado desde el campo base, con la nube el volcán pareciera estar en erupción.
Fotografías y videos: Marcelo Scanu.
Haz click en las imágenes para agrandarlas.
El 1 de febrero de 2003 Paula Semerdjian y Darío Brácali repiten la ruta sur que es ascendida de nuevo el 9 de febrero de 2009 por Jaime Suárez y un acompañante alemán. Sucintamente esa es la historia de esta excepcional montaña.
Su cono formado por acarreos de lava de diversos colores se divisa desde muy lejos y es un punto de referencia. Su nombre proviene de unas estrías, las cuales efectivamente parecen hechos por un imaginario peine. Rodeado por un terreno yermo y reseco de escoriales, campos lávicos y ceniza volcánica, sólo llegar a sus pies es una hazaña. Por ello es indicado como un cerro bravo e inaccesible por los lugareños.
Cercano a uno de los Hijos del Peinado, uno de los conos adventicios ascendido en el 2008. La omnipresente cumbre siempre destaca.
Su historia está plagada de misterios. Los incas lo coronaron con adoratorios pues lo consideraban sagrado. Siglos después, en 1965, el austríaco Mathias Rebitsch y el argentino Sergio Domicelj lo subieron por la ladera norte, la misma utilizada por sus predecesores incas. Relevaron las ruinas y las dieron a conocer pero nadie más se acercó a este volcán catamarqueño por años.
Al Peinado lo vi por primera vez desde un cerro virgen al oriente del Dos Conos, que subi en solitario y bastante mal del estómago. Después lo miré desde lejos, desde el Bertrand, en 1995. Hermosa visión. Tracé mentalmente una ruta en el volcán pensando ir pronto, pero la expedición se retrasó un poco pero para entonces ya tenía información suficiente: el mapa, unas fotos y artículos con la escueta descripción de la ruta que los incas habían tomado y el único ascenso moderno entonces por la misma vía que los incas: la ladera norte.
El volcán desde la Laguna Amarga.
Enero de 1996. No teníamos Google Earth (ni siquiera Internet) pero sí llevamos un GPS, aunque teníamos más dudas que certezas con el aparato. Al final, resultó de muchísima utilidad. Un grupo de la secretaría de Minería nos acercó hasta las laderas del Peinado luego de recorrer una tortuosa huella abierta por ellos mismos. Nos detuvimos a los 4,350 metros. El baqueano Víctor Santos Vázquez se había tomado el trabajo de construir una pirca que sería nuestro hogar por varios días.
Al calor del fogón y el buen vino, esta persona analfabeta —pero sabia— comenzó a hablar. Era un placer escuchar a este personaje vivaracho y querible, duro y curtido. Nacido en un puesto no muy lejano, al borde del inmenso salar de Antofalla, fue criado solamente por su madre. Nos contó que los cuatro volcancitos que yacen alrededor del Peinado, eran sus hijos y había uno en cada punto cardinal; además nos explicó que el volcán estaba vestido con un saco el cual cerró cierta vez que unos atrevidos intentaron subirlo.
Aun hoy pienso si era una alusión hacia nosotros y una forma de hacernos desistir de nuestra ascensión.
Otra vista desde la Laguna Amarga.
La noche siguiente prosiguió con sus historias. La cercana laguna del Peinado, de azul profundo, poseía unos míticos nacederos de agua en una isla los cuales nunca fueron vueltos a ver. La aún más cercana Laguna Amarga —realmente son dos, una azul y otra verde, ambas muy bonitas— eran bravas. Se enojaban y se levantaban arrojando espuma. De sus entrañas salía un inmenso toro con astas de oro. Este mismo animal defendía la cumbre del Peinado lanzando rocas y enviando viento hacia el invasor.
Dentro de mi bolsa de dormir no sólo repasé mentalmente la ruta que habíamos reconocido ese día (la sur) sino también recordaba las palabras del baqueano. El toro con astas de oro es un ser mítico creado por los pueblos americanos después de la llegada de los españoles, que lo introdujeron a nuestro continente. En él mezclaban atributos de sus antiguos mitos y leyendas. Varias montañas andinas poseen este guardián, asimilable a la Pachamama. Estas creencias enraizadas han sobrevivido hasta nuestros días.
Vista del volcán desde su base.
Dos días nos costó coronar el Peinado. Ya in situ, la ruta no pudo realizarse tal cual como la había trazado mentalmente. Las endemoniadas coladas de lava, los peligrosos acarreos y los médanos traicioneros nos hicieron cambiar varias veces la línea de ascenso. De los acarreos de inmensas rocas sueltas algunas pasaban peligrosamente entre nosotros para estrellarse decenas de metros más abajo. El viento nos vapuleaba y el sol nos quemaba, sentíamos frío y calor al mismo tiempo, el aire reseco nos agredía y el resplandor nos enceguecía. Aun así disfrutamos la cumbre con su impresionante vista de casi toda la cordillera catamarqueña.
En el descenso nos envolvió la noche y sólo llegamos a nuestras carpas para desplomarnos maltrechos. Regresamos a la mañana a la pirca construida por las fuertes manos de Víctor para hidratarnos y alimentarnos sintiéndonos vivos nuevamente.
El Peinado visto con teleobjetivo desde las cercanías del Bertrand. Está marcada la ruta utilizada.
Cuando regresamos nadie creía que nuestro grupo había coronado el bravo volcán. Ni viales, ni gendarmes ni aun nuestros colegas de Fiambalá nos dieron crédito. Sólo al ver el video y luego las fotos lo aceptaron, casi a regañadientes. Nosotros estábamos contentos de esos pocos minutos mágicos en la cumbre sagrada.
Ni Víctor ni los incas estaban errados. El saco del Peinado lo forman dos capas de lava de edad y composición distinta, las lagunas efectivamente se “levantan” por efecto del fuerte viento y forman una espuma. El viento y las rocas son escollos difíciles de superar en las laderas del enhiesto volcán. Sólo faltó el toro de astas de oro. Seguramente cuando llegamos a la cumbre… estaba durmiendo.