Durante mucho tiempo el mejor tabaco del mundo, el habano, logró su mayor calidad con los fertilizantes que salían del guano de murciélago que atesoraban nuestras cuevas, en fin que se van encontrando muchos aspectos en las cuevas, que pueden ser útiles a la Humanidad, sin contar que la espeleología no es solo el estudio de las cuevas como tales. Existe la espeleoarqueología, es decir la relación de la caverna y el desarrollo de las culturas primitivas. En las grutas estudiamos petroglifos, pictografías, en una palabra el arte rupestre.
También tenemos una ciencia muy importante que es la bioespeleología, que estudia el desarrollo de la vida subterránea que no está tan afectada por el cambio brusco de la temperatura del exterior. En esa disciplina hay un riquísimo arsenal de datos científicos por descubrir, sobre todo, en Yucatán y Cuba, dos de los escenarios más ricos para el estudio de la espeleobiología. En Cuba por ejemplo, hemos encontrado las únicas especies de esponjas de agua dulce subterráneas que existen en el planeta. En mis largas andanzas por el mundo me encontré con un caso excepcional, las esponjas de agua dulce del lago Baikal, en el centro de Siberia.
Existe igualmente la espeleoclimatología y otras muchísimas ciencias que tienen que ver con el estudio de las cuevas.
Recuerdo una frase del profesor Salvador Massip, uno de los fundadores de la Geografía Científica de Cuba: la espeleología es una de las ciencias más complejas a que puede dedicar su inteligencia el hombre.
Quiero también recordar ahora una anécdota de mis exploraciones aquí en la península de Yucatán, a donde llegué hace diez años invitado por el gobernador del Estado de Quintana Roo, Pedro Joaquín Codwell, que ahora es secretario de Turismo en México, ocasión en que le expusimos nuestro deseo de explorar el Cenote Azul, cerca de Bacalar.
Ya conocíamos por nuestras exploraciones la caverna submarina llamada El Ojo del Mégano, en la costa Norte de Cuba, porque vista desde lejos, en un barco, se ve como un ojo redondo, azul, inmenso. Otros espeleólogos llaman agujeros azules a estas furnias submarinas, de los cuales hay muchos en las Bahamas, donde se ha encontrado algunos hasta de 70 metros de profundidad como la del El Ojo de Mégano.
Aquella coincidencia nos llamó mucho la atención y al continuar nuestras exploraciones encontramos en la costa meridional de Cuba furnias que también tienen 70 metros de profundidad.
Habíamos estudiado ya una línea de Norte a Sur entre las Bahamas y Cuba, con cuevas a la profundidad citada y así nos dimos cuenta que esto obedecía a que el mar se había estacionado en un momento dado, en una época glaciar anterior, en la marca de 70 metros bajo el nivel del mar, pues aquellas cuevas se habían originado cuando estaban por encima de dicho nivel, pero nos faltaba una prueba, para hacer un transecto de Este a Oeste, es decir debíamos encontrar en Yucatán, un cenote de 70 metros de profundidad. Y con algunas personalidades de Chetumal fuimos al Cenote Azul. Al llegar allí nos pusimos nuestros atuendos submarinos. Antes de lanzarnos al agua, preguntamos a los presentes si sabían la profundidad que tenía el cenote y nos dijeron que no tenía fondo. Yo me había atrevido días antes a decirle a Pedro Joaquín, que el Cenote Azul poseía 70 metros de profundidad.
Nos tiramos al agua. Contemplamos formaciones estalactíticas que nos probaron que antes el cenote no estaba cubierto de agua, y cuando salimos a la furnia vimos que allí nos estaban esperando con gran ansiedad nuestros amigos, deseosos de conocer la profundidad del cenote.
Delante de todos comenzamos a medir el cordel que habíamos dejado caer hasta el fondo de la furnia y empezamos a contar 1, 2, 3 hasta 70 metros. Ni uno más ni uno menos.
Al enterarse Pedro Joaquín comentó asombrado que aquello era un acto de brujería, de magia, y entonces le expliqué cómo había llegado a aquella conclusión.
Por los estudios del Comandante Cousteau se decía que el agujero azul más profundo del mundo era el del Faro que está frente a Belice, en el Golfo de Honduras y que tiene 154 metros, pero nosotros en la expedición “En Canoa del Amazonas al Caribe”, logramos descubrir en Long Island, en Bahamas, un blue hole, mucho más profundo que el reportado por Cousteau, y al cual le medimos 192 metros de profundidad, que a su vez señala la máxima bajada del nivel del Océano Mundial durante una gran glaciación en que se habían acumulado enormes masas de hielo sobre los continentes y mares.
El eurocentrismo es un fenómeno cultural, digno de tenerse en cuenta, porque muchos de los hechos que conocemos hoy en el Nuevo Mundo no obedecen a realidades americanas, sino a elucubraciones importadas. Por ejemplo el nombre de nuestra es Espeleología, pero hay una palabra de más amplitud que es la Carsología. ¿De dónde viene esta palabra de Carsología? ¿De dónde la palabra Carso? Pues se acostumbra a decir que Yucatán es un carso, que en la Sierra de los Órganos, en Cuba, ese un carso o Kueilin en China es un carso.
Pues esos nombres de carso y carsología provienen de la Meseta del karst o del Carso, en Yugoeslavia. En síntesis, científicamente carso, quiere decir una región caliza semejante a la de aquella región europea, con numerosas cuevas y donde el drenaje superficial ha sido sustituido por el subterráneo.
Yo decía en una conferencia que ofrecí en la Universidad de Oxford en 1985, que si los carsólogos europeos, creadores de la ciencia carsológica hubieran conocido la Península de Yucatán le hubieran llamado a esa ciencia Yucatanología, con la ventaja de que la riqueza espeleológica y carsológica de Yucatán es superior a la que puede presentarnos el carso yugoeslavo. Claro, si el estudio se hubiera iniciado, no en Yucatán, sino en la Sierra de los Órganos, en Cuba, le hubieran llamado Organología o los chinos la hubieran bautizado kuelinología, por el riquísimo carso de la región Kueilin, y así sucesivamente, pero bueno se llama carsología porque Europa es Europa y Europa nos impuso la corbata, nos impuso el saco, nos impuso mucho de la arquitectura moderna, pero en los tiempos actuales vemos adentrándonos en el mejor conocimiento de nuestras propias realidades, vamos aprendiendo que el Carso Triestino, el de Yugoslavia, es una meseta muy distinta que la del carso cónico de la Sierra de lo Órganos, de Cuba, o el llano de Yucatán o el carso de cúpula de Kueilin y así van surgiendo del estudio directo de nuestro propio medio, nuevos aportes extraeuropeos al conocimiento científico mundial.
Y para finalizar, lo siguiente:
En el 40 aniversario de la Sociedad Espeleológica de Cuba, hace doce años, expusimos la consigna de “Hacia una Cultura de la Naturaleza”, que ha prendido mucho en el seno de los espeleólogos, así convertidos en abanderados de la protección de la Naturaleza.
Nosotros hemos tenido en Cuba una tradición histórica de gran incultura de la Naturaleza, porque, ¡claro!, los bosques estaban ahí y los extranjeros los talaron para fabricar sus barcos o El Escorial de los reyes hispánicos. También había que arrasar con los bosques para convertirlos en plantaciones azucareras y esto trajo como consecuencia la erosión de los suelos, en fin la destrucción del equilibrio ecológico de la Naturaleza y por eso los espeleólogos y geógrafos cubanos hemos levantado la consigna de “Hacia una Cultura de la Naturaleza”, para proteger el medio ambiente.
Hoy nuestra Ley de Protección del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales recogió esta fase en su articulado y ya nuestro pueblo habla de una cultura de la Naturaleza.
Y nada me gustaría más que esa bandera ecológica de la que pudiéramos compartir con los colegas mexicanos.
Les reitero mi gratitud profunda a todos ustedes, por haber tenido la paciencia de escuchar a este viejo espeleólogo cubano, ahora de visita en Yucatán, la primera tierra que conocí, en 1948, después de la mía, Cuba.
Antonio Núñez Jiménez.4 de noviembre de 1991