Estar aquí en Mérida, Yucatán, invitado por la sociedad Yucateca de Espeleología y la Universidad Autónoma de Yucatán y muy especialmente de su Facultad de Ciencias Antropológicas, dirigida por el profesor Carlos Bojórquez, es un honor que me ha colmado de sincera gratitud. Ha sido un estímulo haber conocido por la carta extendida a un grupo de espeleólogos cubanos, que la mencionada sociedad ha sido inspirada por la fundación y desarrollo de la Espeleología en Cuba. Es el 15 de enero de 1940 en que formamos la Sociedad Espeleológica de Cuba, mientras que la Sociedad Yucateca de Espeleología, lo fue el 3 de mayo de 1990, de manera que ambas fundaciones están separadas en el tiempo por medio siglo.
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Ayer tuvimos la maravillosa oportunidad de adentrarnos por las entrañas geológicas de Yucatán, llevados por nuestros anfitriones a la Cueva de Loltún, teniendo por guía al espeleólogo yucateco Carlos Evia Cervantes, a quien hace algunos meses tuvimos el gusto de recibir en nuestra Patria y en esa oportunidad logramos fortalecer los lazos de unión entre cubanos y yucatecos por la vía de la ciencia y la cultura.
Por cierto, que cuando volaba de la Habana hacia Mérida, me preguntaba qué iría a decirles hoy aquí, cómo empezar esta charla, porque no de otra manera puede clasificarse este monólogo. Y como suele suceder, surgió un chispazo que iluminó la mente para improvisar una charla de esta naturaleza y fue cuando Evia me preguntó, manejando por la llanura yucateca, por qué el Hombre entraba a las cuevas, por qué en definitiva se hacía de una vocación espeleológica.
Realmente yo, que más de medio siglo ando por los cuevarios del mundo, nunca me había hecho esa pregunta, que por supuesto es una cuestión filosófica que requeriría un análisis y mucho tiempo para preparar una respuesta adecuada, pero yo le diría en primer lugar, que el Hombre penetra en las cavernas, porque existen. En segundo lugar, tendríamos que remontarnos a miles de años hacia atrás para saber por qué los primeros seres humanos entraron en las cuevas y por qué todavía 20 o 30 mil años después, el Hombre sigue visitando y estudiando las cavernas.
Fueron los hombres de la Edad de Hielo, los cromañones, los primeros en usar sistemáticamente las grutas. Es necesario trasladarnos con la imaginación a aquellos tiempos en que la Tierra sufría un enfriamiento que los obligó a buscar refugio y calor en el subsuelo.
Originalmente el Hombre vivía en los bosques, donde siempre imitó a los animales para aprender de ellos, por lo cual habría que preguntarle a la biónica, la ciencia que trata de explicar cómo el Hombre aprende de los animales para inventar algunos de sus utensilios.
Evidentemente que los animales enseñaron mucho al hombre en su camino cultural y de civilización. El ser humano vuela en los aviones porque primero vio a los pájaros volar, aumentó su velocidad cuando vio a los animales correr, inclusive en un momento se subió encima de uno y de pronto le salieron como cuatro patas. La araña al tejer, le enseñó la técnica de los textiles y así pudiéramos llegar a la maravilla del radar que no es más que la imitación por el Hombre de un instrumento sensorial de los murciélagos. Sin el murciélago el hombre no hubiera inventado el radar. Así, los animales enseñaron muchos secretos a la Humanidad y entre otros hechos, lo indujeron a penetrar en la cueva, donde ya vivía el oso y otros animales que instintivamente buscaron amparo en aquellas casas naturales.
Argi probak.
El hombre vio al animal entrar en la cueva y se inspiró en él y, maravillado, descubrió como cambiaba casi automáticamente el clima riguroso del exterior por el acogedor ambiente de la caverna.
Ahora todos sabemos algo de ciertos mecanismos que en aquél entonces, en la Edad de Hielo, el Hombre no comprendía, pero sí utilizaba y es que en el exterior, gracias al tránsito diario del Sol, se suceden las noches y los días, más la secuencia de las estaciones, todo lo cual genera una constante variación térmica en la superficie del planeta, mientras que en la cueva no existe ni la noche ni el día, porque dentro de ella es la noche eterna. Hoy sabemos, después de muchos estudios, que mientras en la superficie puede haber desde muchos grados Celsius bajo cero hasta más de 30 grados, en el interior de las cavernas no ocurre esa amplitud térmica y todo el año puede haber, según se trate de la localización de la gruta, unos 22 grados de temperatura.
El hombre primitivo encontró en el interior de las cuevas la salvación para no ser exterminado por la intensidad de las bajas temperaturas de la Edad Glacial. Así comenzó una nueva vida en las cavernas, donde observó la arquitectura subterránea y el techo sostenido por columnas estalagmíticas, de donde sacó una lección y al construir su casa en el exterior, imitó la espelunca y así hizo el techo y los puntales de su nueva vivienda y esa tradición, nacida en las grutas, lo llevó miles de años después a la belleza de los capiteles jónicos y dóricos.
Pero el Hombre también se vio urgido a poseer el fuego en la oscuridad de la caverna, donde tuvo la oportunidad de hacerse más sedentario y, al lograrlo, utilizó mejor su tiempo y se convirtió en pintor, en escultor. Atraído siempre ese misterio que querer conocer que existe más allá del alcance de su mirada, fue más allá. Era una fuerza irresistible que en definitiva lo impulsó a romper las barreras de su entorno.
Decía el gran poeta norteamericano Walt Whitman en un poema sobre los astros y el Hombre, que cuando éste llegue a la más lejana de las estrellas, querrá conocer otra más lejana aún.
Es apasionante saber que el hombre desde hace miles de años haya pintado en los lugares más inaccesibles de las grutas. Nosotros hemos encontrado en Cuba imágenes de hombres, tal vez dioses, que estaban dibujados en lugares muy difíciles de llegar, por ejemplo, del alero rocoso, en que apenas cabía el cuerpo humano y uno se preguntaba cómo hacer una obra de arte de esa naturaleza para que nadie la pudiera contemplar, salvo el hacedor de esa imagen o los iniciados en ritos por el sacerdote pintor.
Caverna das Pácas II.
Es necesario considerar que el Hombre, al concebir sus imágenes pictóricas en las paredes de una gruta, al crear con sus manos, a la luz de una antorcha, los animales de los cuales dependía para vivir, tuvo seguramente la sensación de que él mismo era un dios creador, porque de sus manos salían imágenes semejantes a las naturales.
Gran parte del arte universal nació en la oscuridad de las cavernas.
Pasaron miles de años y el Hombre, al retirarse de los hielos, también abandonó la caverna y vivió en un clima más benigno y pudo hacer sus nuevos hogares, pero no abandonó totalmente las cavernas. Cuando progresó y esto es un hecho casi universal, no sólo volvió a las espeluncas, sino que construyó cavernas artificiales, las Catatumbas de Roma, por ejemplo, para enterrar a sus muertos.
En el Medioevo, esa noche de los mil años en la historia del mundo, las cuevas fueron pobladas por las más terribles leyendas que recuerde el Hombre.
El ser humano siguió acordándose de los antros. Los egipcios creían que el Nilo nacía de una espelunca comprendida en el espacio encerrado por una enorme serpiente y se dice que Jesús nació en una gruta hace dos mil años.