5. Huascarán (6,768, Perú), agosto del 2007
Nos aclimatamos en algunas cumbres de cinco mil metros en la Cordillera Blanca de Perú, antes de dirigirnos al Nevado. Conseguimos porteador y burros en el último pueblito, avanzamos entre árboles hacia nuestro primer campamento con un paisaje es increíble, el clima inmejorable.
Fotografías: archivo de Adrián Sánchez
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Al día siguiente vamos por un terreno complicado para el peso que llevábamos, pero notamos que el porteador fue una excelente decisión. Unas horas después llegamos al Refugio Don Bosco, pero armamos la carpa en el pórtico para pasar la noche afuera.
Al otro día llegamos al C1, donde encontramos a unos chilenos y ahí, mi compañero desiste de continuar porque aún no está suficientemente aclimatado. Continuaré con los chilenos.
Las primera horas del día siguiente nos encontraron escalando en un laberinto de grietas, rumbo al Campo de la Garganta, el C2. El ritmo es aceptable, mis nuevos compañeros están técnicamente muy bien y el ritmo es muy similar. En el C2 descansamos, vemos cómo se vuela una carpa y queda al borde de una grieta y la rescatan, nos hidratamos, comemos y preparamos todo para la próxima jornada.
Con varias horas de oscuridad por delante, partimos. Una nevada nocturna tapó todo rastro posible. Seis europeos marcan la huella varios metros adelante. Su ritmo es increíble: por más que nos esforzamos nos resulta imposible alcanzarlos, pero los seguimos saltando grietas, haciendo pequeñas escaladas y los alcanzamos cuando están con una gran pared al frente. Se los ve discutir y nos comentan que no están en condiciones de seguir con esa pendiente de 80 grados. Sin pensarlo, a escalar. Tras cuatro largos con casi la misma pendiente, llegamos a la conclusión que esta no es la ruta. Los muchachos se equivocaron y nosotros los seguimos.
La cumbre estaba allá arriba, así que decidimos seguir pero uno o dos largos más y comenzó a nevar copiosamente. Se acabó. Para abajo y mañana intentaríamos de nuevo.
Durante el descenso, la nevada se intensificó. Durante la noche se habían acumulado casi 50 centímetros de nieve y las grietas más chicas no se veían. La montaña estaba cargada, el lugar del campamento no se veía muy seguro y tampoco teníamos comida para esperar a que la nieve se asentara, así que fuimos para abajo con muchas precauciones y al mejor ritmo posible. Una pequeña avalancha pasó por detrás del último de nosotros. Unos minutos después un ruido intenso y una gran nube nos envolvió: a 200 metros de nosotros había un cono enorme de avalancha. Apretamos el paso.
Unas horas más tarde estábamos levantando el equipo del C1 y luego al refugio, donde mi compañero y yo nos reencontramos.
Descendimos a Huaraz para descansar. Mi compañero tenía que partir a Buenos Aires y regreso a la montaña con los chilenos. Intentamos una vez pero tras partir del C1 abortamos porque estamos cansados y yo no me quería “quemar”, ya que de Perú no regresaba sin la cumbre. Los chilenos también se fueron y yo, ya solo, tras un buen descanso parto de nuevo. Ahora utilizo burros y porteador para todos los campamentos.
Como la nieve es excelente, cambié la táctica: con equipo completo de pluma (marca CHT), subí hacia la cumbre de noche, muy liviano, con la huella marcada y el camino correcto. Las dificultades eran casi nulas y en menos de seis horas me encontré en el punto más alto de Perú. ¿Solo? No. Varios familiares me acompañaban, de esos que no están ahí pero que se recuerdan y sienten presentes en los momentos intensos en la altura.