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Montañismo y Exploración
La montaña plana
29 octubre 2009

Una carrera de 42,198 metros vista desde la perspectiva de un competidor que además es montañista y, de paso, doctor aficionado a analizar la fisiología del cuerpo humano para sacar más provecho de sí mismo en cada prueba que se pone a sí mismo, como esta “montaña plana”.







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A menudo se critica que los montañistas no somos atletas. Si pensamos que escalar montañas es lo que se supone un deporte “extremo” y una característica de moda de “ser extremo”, es ser también muy competitivo, ese comentario es paradójico. Un montañista bien formado, lo que menos busca es competir pero una vez abajo de la montaña, hay algunos a quienes les (nos) afecta el ego.

Considerando lo que la gente ve en regiones montañosas públicas de fácil acceso, todos parecemos iguales, entre la tierra, el sudor y el cansancio. Hay tantos que suben a la montaña sin disciplina, que sólo salen los fines de semana, sin un programa de entrenamiento estructurado y permanente, que no tienen proyectos a largo plazo, que usan equipo robado, que lo roban, que consumen drogas... ¿cómo nos van a distinguir?

En el Maratón de la Ciudad de México

La palabra “xtremers” con que está bautizado este foro, atrae a los competitivos y a los amantes del rating quienes inventan “aventuras” para revindicar al montañista-consumista que no es atleta. Y es cuando se crean cosas como los “raids” y las “carreras de aventura”. Es una forma de meter a un grupo de competidores, a todo el equipo de apoyo y además a los medios publicitarios a zonas donde siempre habrá daño ecológico considerable olvidando la regla de oro: no dejar rastro. Y se hace creer que es una competencia y que se trata de romper marcas precisas. Pero en un medio natural hay tantas variables que es imposible.

No encuentro satifacción en esas pruebas, porque en el fondo no son un reto personal. No tienen precisión ni seguridad. La relatividad de llegar a la meta dependiendo si te cayó lluvia o no, si te peleaste con tu compañero o no, si te atacó un animal o no, o si te “ves bien y diste show” o no, no tiene sentido para un deportista disciplinado. Pero sí hay una prueba de capacidad atlética. Aquí fue donde encontré la “montaña plana”: una oportunidad para probarme a mí mismo como deportista.

Hablemos de fisiología.

La composición del músculo

Las células musculares no se reproducen. Se nace con un número fijo de ellas. Son fibras largas que se peinan en hatos y que conforma un músculo del cuerpo. Si uno entrena y el resultado es “marcarse” no es porque se hagan más células musculares sino porque éstas se hinchan con más proteínas y moléculas que ayudan a la contracción. Nunca crecen en número. Por eso hay que cuidar muchísimo los desgarres, porque cuando una célula muscular se rompe, nunca se reemplaza. El resto de las fibras sanas que componen el músculo toman su función y se puede perder masa muscular con cada desgarre.

Lo mismo pasa en las articulaciones: las células de huesos y cartílagos son las mismas, pero mientras el cartílago tiene vasos sanguíneos, el hueso no. Si un osteocito tiene vasos sanguíneos, se forma cartílago; si se baña de calcio, forma hueso. Si un menisco se lastima, se inflama: la respuesta universal del cuerpo. Esto aumenta la circulación, provoca la calcificación y si sucede continuamente, se pierde el menisco. Correr, andar en bicicleta o hacer montaña, deben ser actividades que tienen que ser planeadas con toda la técnica y asesoría posible, porque las lesiones nunca se reparan completamente.

A mí me gusta el estilo alpino lo más riguroso posible, ese que en algunas épocas le llamaron “super alpino”. Cuando te enfrentas a un proyecto de montaña y tener éxito en este estilo dependes de tu fuerza física, resistencia, entrenamiento, experiencia en el manejo de equipo, etc. Todos deberíamos saber esto y practicarlo continuamente, pero muchos lo desestiman: creen que con sólo tomar un curso, comprarse equipo caro, y “hablar el idioma”, es suficiente. Están equivocados.

Hay tres factores adicionales que marcan la diferencia: primero, tu cabeza o, mejor dicho, la madurez de tu personalidad para enfocarte en tu proyecto a pesar de las dificultades y superando rápidamente los fracasos. Segundo, tu metabolismo energético. Tercero, tu sistema cardiovascular y respiratorio.

El maratón de la Ciudad de México. ¿Qué tengo que hacer ahí? Nada espectacular porque mi fisiología no me da oportunidad de ganar pero sí de entender muchas cosas sobre mi cuerpo. Esta es la prueba. No una carrera de 10 kms ni medio maratón. Una prueba oficial de 42,198 metros. La terminé. Mi montaña plana. A sugerencia de una amiga, terminé por hacerme una ecografía de esfuerzo sólo para descartar el riesgo de “muerte súbita”, que se presenta cuando el corazón se colapsa de repente a pesar de estar aparentemetne sano.

¿Cómo se prepara uno para una competencia de curso largo como ésta? Entrenando, por supuesto, pero particularmente acondicionando el metabolismo del cuerpo. Hay que entender la forma en que se quiera usar la energía: para quemarla rápidamente o “estratégicamente”. La primera opción permite tener una potencia exagerada, más allá de las capacidades cotidianas, pero de corta duración. La contraparte es decidir modificar la estructura molecular de los músculos para se contraigan por largos periodos. Es la conformación de fibras rápidas, o fibras lentas.

Se puede tener cualquiera de las dos, o una combinación, pero al ganar sobre una se pierde sobre la otra. Un corredor de 100 metros se produciría lesiones severas si corre maratones. Al revés, un maratonista no puede desarrollar esas velocidades... y un montañista no puede nunca correr como cualquiera de los dos.

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