Para entonces yo había sido periodista ocho años completos. Me había unido al staff del Sunday Times conde mi trabajo con el equipo de fondo me había dejado con la certeza de que eran clases de gente para quien mentían, siendo económicamente ciertas, no había problema. A veces la diversión consistía en tratar de dilucidar si una declaración oficial que parecía una mentira tenía cierta clase de advertencia oculta, de modo que la persona que la había emitido pudiera reclamar que era una no verdad de dientes afuera.
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Pero, ¿escaladores? Habiendo sido escalador por tan largo tiempo como había sido periodista, llegué a la creencia de que esta era una actividad donde la verdad era suprema. La verdad era que McCallum había provisto la excepción, pero era una figura poco relevante comparado con Maestri. ¿Era realmente posible que un escalador de tal estatura clamara falsamente haber hecho uno de los ascensos más notorios de la época en montañismo y luego sostener su falsedad con tales bravatas y balandronadas?
La respuesta, tristemente, fue “sí”. Fue un parteaguas para mí cuando los escaladores se tornan como el resto de los mortales. Había habido precedentes, como el Doctor Cook clamando haber escalado el Monte McKinley. Pero era una experiencia memorable aceptar la hospitalidad de alguien y luego ser testigo de si intento para sostener una ficción manifiesta. También me sorprendía el por qué Maestri había aceptado reunirse con nosotros. Tal vez pensaba que podría blufear a su manera a través de las preguntas, sabiendo que era inmensamente difícil para nosotros establecer la negativa, es decir: que él no había hecho lo que reclamaba haber hecho. Para nosotros, el caso contra él era abrumador.
Cesare Maestri fotografiado alrededor de la fecha de su supuesto ascenso al Cerro Torre
¿Importaba algo de todo esto? No había un argumento de interés público, como pudimos establecer en el caso McCallum. En este caso nos quedamos con el juicio subjetivo de que la verdad importaba y que la mentira debería ser refutada. Además, la ética del montañismo mundial provee validez posterior. Si la honestidad es el valor primario, entonces aquellos que lo violan se merecen ser expuestos.
Debe restringirse la definición de la palabra “escándalo” para aplicarse a estos dos casos: “engaño” puede encajar mejor. Pero no tengo ninguna duda de que el término se aplica a la muerte de una brillante mujer joven llamada Colette Fleetwood que se unió al Club de Caminata de la Universidad del Oeste de Inglaterra en 1993. Hay reportes del accidente en la prensa del montañismo, pero cuando más adelante pregunté, sentí que las circunstancias eran tan aterradoras que deberían ser ampliamente conocidas. Tenía que dejar el Sunday Times pronto después de la renuncia de Murdoch diez años antes y ahora era un escritor —y todo lo que pudiera hacer— que trabajaba por su cuenta. En este caso, la edición sabatina del Daily Telegraph.
Colette no había hecho ninguna excursión seria cuando se había unido al club. Su primera salida fue un intento de escalar el Parsley Fern Gully en el Cwm Glas, en enero de 1004. El tiempo era horrible, con fuertes vientos y lluvia. Colette estaba mal equipada, vestía botas veraniegas y no llevaba piolet o crampones. Después de alcanzar un campo de nieve cerca de la cumbre de la ruta, Colette se soltó de sus agarres y cayó hasta encontrar su muerte.
Parecía como uno de aquellos accidentes antiguos, cuando los cadetes navales caían y morían llevando puestas botas Wellington. Esto no debía haber pasado en 1994. Tenía que sacar a la luz este asunto en el Telegraph; los lectores del Alpine Journal apreciarían el detalle. Lo que salió a la luz fue la combinación fatal de ignorancia y arrogancia del líder del grupo, un estudiante de ciencias de 21 años de edad, y la ofuscación y el deseo de desligar cualquier responsabilidad por parte de las autoridades de la universidad. En el servicio funeral de Colette, el vice-canciller de la universidad buscó al padre de Colette para decirle (a) que la universidad y la unión de estudiantes eran “completamente distintas” y que (b) el accidente era “materia de la unión de estudiantes”.
Cuando me aproximé a la unión de estudiantes, rehusaron responder mis preguntas mientras que un abogado que actuaba por los estudiantes en cargo clamaba que realmente no había habido un líder: se trataba de salvarlo de cualquier demanda legal. Así, la pena de Mike Fleetwood de perder a su hija estuvo condimentada con su enojo por la cobardía de la universidad, cuyo pensamiento principal, creía él, era evadir la responsabilidad por la muerte de Colette.
El BMC (British Mountaineering Council) tampoco salió del incidente con mucho crédito: aunque el club estaba afiliado al BMC, que lo proveía con un seguro público responsable, el BMC aparentaba sentir que tenía poca o ninguna excusa para ayudar al club a manejar las responsabilidades involucradas en el equipamiento de novatos que se aventuran en un deporte de riesgo. Un asesor legal del BMC me dijo: “si alguien va a la montaña sin preparación para esos riesgos, no podrían sorprenderse si tienen un accidente.”
Era incapaz de hablar con el guía del grupo; su abogado me dijo que él había querido tratar de explicar lo que estaba mal, pero el abogado le había advertido que no lo hiciera. Mi artículo apareció son el titular: “¿Por qué murió mi hija?” y “La pregunta inicia aquí: ¿por qué a nadie le llega la maldición?” Casi 10 años después, llegó un final intrigante cuando el líder del grupo me escribió y dijo que quería verme. Viajé a Bristol, donde él trabajaba como civil en un departamento de policía forense. Después de casi una década, aún quería justificar claramente su comportamiento y sus decisiones de aquel día fatal y tampoco sentía que había colaborado en la muerte de Colette. Llamé al padre de Colette para decirle lo que me había dicho. “Entonces no ha aprendido nada aún”, dijo Mike Fleetwood.
Por el lado bueno, sin embargo, el BMC alteró su forma de los pasados 10 años, tanto como estar más dispuesto a discutir los dilemas sobre temas de liderazgo en las actividades de grupo. Ahora imparte seminarios impresionantes de dos días sobre la “buena práctica” para estudiantes que hayan probado poseer habilidades de liderazgo. También arguye que los estudiantes deberían adoptar una filosofía de responsabilidad colectiva al adoptar la ética del deporte.