follow me
Montañismo y Exploración
Cho Oyu: celebración de la vida
30 septiembre 2009

Andrea Cardona, de Guatemala, se convirtió en la primera persona centroamericana en alcanzar la cumbre del Cho Oyu (8,021 metros) el 24 de septiembre, el día que alcanzaron la cumbre muchos otros montañistas, antes de una periodo de mal tiempo.







  • SumoMe

Hoy es el día en que empiezo el verdadero ascenso. ¿Será el último? ¿Será que el tiempo quede estable, que tendré las fuerzas para subir?

Dos días de descanso no parecen suficientes antes de volver por tercera vez a la montaña. Los planes que teníamos cambiaron porque se dice que el 25 de septiembre empezará una tormenta que durará diez días. Para evitarla saltamos nuestro último ciclo de aclimatación y apresuramos nuestro programa. Eso me deja sin oportunidad de intentar la cumbre sin oxígeno.

Abro los ojos, respiro profundo y siento cómo que la sangre corre lentamente por mis venas. Mi corazón late siempre acelerado y mi respiración también.

El Cho Oyu con el campamento 1.
Fotos, cortesía de Andrea Cardona
Haz click en las imágenes para agrandarlas.

La sangre necesita compensar la falta de oxígeno con la creación de más glóbulos rojos y dicen que deja la sangre más espesa. Sangre más espesa con respiración y corazón más acelerados es una peligrosa combinación. Es por eso que todas las personas que viven por muchos días en altitud, tienen algún riesgo de infarto o derrame. Espero y quiero pensar que mi corazón es muy fuerte para resistir ese riesgo.

La mañana es fría y serena. Tengo la mochila lista con la bandera de Guatemala dentro. ¿Podré extenderla a los aires puros del Himalaya a 8,201 metros de altura? Últimamente estoy más callada y un poco irritable. Debo estar nerviosa. No puedo controlar el destino, el clima, ni asegurar el éxito.

Camino por sexta vez al Campo 1. El suelo debajo de la carpa es irregular, con hoyos en la nieve e inclinado hacia la derecha. Siento que cualquier esfuerzo me quita energías irrecuperables en altitud pero, con un suspiro, me dispongo a quitar la carpa, poner nieve fresca y emparejar el terreno y tener un lugar cómodo para pasar una noche. Luego, voy a buscar nieve para derretirla y beber.

Esa noche no logro dormir bien, aunque es la tercera vez que duermo allí. El pensamiento de que mañana estaremos saliendo a medianoche para la cumbre… me inquieta.

Andrea Cardona en la cima del Cho Oyu.

Día de cumbre

Es el 24 de septiembre. Antes de que el sol entibie la carpa, salimos todos hacia el Campo 2. Me gustaría sentir mas energías, más apetito para comer, pero no puedo y me resigno a vivir con las eventuales reservas que tengo. Ahora nada es recuperable. Es como que estuviera viviendo con mi cuenta monetaria en números rojos.

Soy la primera en llegar al Campo 2. Como norma del grupo, quien llega primero derrite nieve para quienes vienen detrás. Mientras busco algo que parezca nieve limpia con mi bolsa y pala en mano, pienso que esta noche estaremos saliendo para la cumbre. Tengo emociones encontradas. Siento positivismo, miedo, alegría, cansancio. Cuando llega Lucas, el segundo del grupo, ya tengo un litro de agua listo. Después, van llegando todos.

Trato de comer más, comida fácilmente digerible: galletas dulces, saladas, sopas, cereal y una barra energética. Preparo mi mochila para la cumbre. No puedo olvidar las baterías nuevas en la linterna y llevar una extra. Tengo la cámara y la filmadora, tres geles y una barra energética, calentadores de manos y de pies, un litro de agua y un funil (un artefacto para mujeres para poder orinar de pie sin tener que quitarme la ropa y congelarme). Eso es todo. Llevo lo mínino indispensable. También llevaré un tanque de oxígeno (pesa unas 7 libras) con la máscara y el regulador para usarlo.

Andrea y Manoel Morgado en la cima del Cho Oyu.

A las cuatro de la tarde me dispongo a dormir un poco pero en ese momento Victor nos dice que saldremos a las 10:30 pm y no a media noche como estaba planeado. El nuevo horario me deja un tanto malhumorada. ¿Para qué salir tan temprano? Pasaremos tantas horas en el frío y la oscuridad para llegar a la cumbre con frío en el comienzo del amanecer. No debo controlar el programa. Vine con un guía porque no tengo experiencia en montanas de ochomil, así que debo confiar en él.

A las 8:30 pm suena el despertador pero a mí no me ha despertado porque no pegué un ojo en toda la tarde. Lo único que logro hacer durante las horas de espera es escuchar música dentro de mi caliente saco de dormir e intentar pensar en cosas bonitas. Mi familia… imagino que están todos bien y felices. Me imagino en alguna playa asiática, como las de Tailandia, comiendo Pad Thai, mi plato preferido del lugar, recostada en la arena. Pienso cuando vivía en Italia y compartía con mis amigos y seres queridos.

Vuelvo a China, a 7,150 metros de altura. Alrededor de mí hay escarcha producida por la condensación de mi respiración en la tela de la carpa. Cae como polvo en mi rostro. No me siento desdichada de estar aquí, al contrario: veo la trayectoria de mi vida y me parece increíble que pueda estar aquí. Me veo comenzando a soñar con estas montañas hace tres años. Veo mi entrenamiento, que comenzó hace dos. Veo mi sueño concretándose. Independientemente de llegar a la cumbre o no, estoy aquí, lista para enfrentarla, después de tanto trabajo, sacrificios económicos, tiempo y dedicación. Me imagine aquí y aquí estoy. ¿Qué tan lejos puede llegar la voluntad del ser humano cuando se lucha por lo que se quiere?

Hace media hora sonó el despertador y aún estoy acostada. Entiendo que es tiempo de levantarse y correr el último kilómetro de mi Maratón, el final, el más sufrido, el interminable, el inevitable, el que requiere de todas las fuerzas espirituales y mentales para poder salir victoriosa.

Hay muchísimo frío, me visto pieza por pieza. Ahora ya es automático: sé exactamente el orden de las cosas y cómo debo vestirlas. Lo podría hacer a ojos cerrados. Cuando salgo de la carpa, Dorje, uno de nuestros sherpas, me ayuda a montar el oxígeno y lo pone en mi mochila. Ésa es la única pieza totalmente ajena a mi ser montañista. Me pongo la máscara y empiezo a caminar en la oscuridad. Sigo unas lucecitas en la montaña, como estrellas de la Vía Láctea.

El grupo de Himalayan Guides en la cumbre del Cho Oyu. Andrea Cardona y Manoel Morgado están vestidos de rojos (izquierda y derecha, respectivamente.

Un minuto caminando y ya me siento sofocada. Me quito la máscara, siento paranoia porque la odio, siento que el aire no me llega. Por un momento pienso que mi escalada está concluida. Dorje llega a mí y me tranquiliza: tengo que respirar profundo y despacio. El tanque de oxígeno es lo único que no conozco y me está dando problemas. Dos opciones: logro subir con oxígeno o me rindo y me quedo en la carpa esperando por los demás cuando regresen de la cumbre.

Ese momento me recuerda otras primeras veces de miedo que he tenido que superar: la primera vez que hice buceo, la primera que nade en medio del mar profundo, la primera que escalé una montaña yo sola. Las lucecitas se alejan. Intento pensar que esos tubos, cables y máscara son parte de mí y camino rápido para alcanzarlas. Llego a la fila sudando y le pido a Dorje que me ayude a abrir los zipperes de ese traje rojo enorme de plumas que me hace ver como Santa Claus.

Con este tanque me siento como enferma en cama que no logra ser independiente, que no logra hacer sola algo tan básico respirar. El cilindro está en la mochila conectado por un tubo y un cable a mi mascara. No puedo quitarme la mochila porque me quitaría la máscara, no puedo sacar lo que necesito de mi mochila. Para cada cosa le tengo que pedir ayuda a Dorje y eso me incomoda. Me siento como un extraña entrando en un lugar prohibido y desconocido. Un lugar al que no pertenezco ni soy bienvenida, donde no debería estar. No me siento en armonía y en comunión con mi montaña. Ahora somos dos seres separados, opuestos, lejanos. Esa sensación no es como la que me gusta sentir en las montañas. Es nueva.

Los pasos son lentos. Pienso que estaré siete horas en plena oscuridad y no puedo decir que estoy disfrutando cada momento. A la hora en que amanecezca estaré cerca de la cumbre y estoy ansiando que esa hora llegue. Al empezar a amanecer, estoy segura que estoy más arriba de ochomil metros. ¡Qué alegría, qué emoción!... pero los pies se empiezan a congelar. Los muevo en continuación y me aseguro que tengan sensibilidad. La última parte no aguanto más el frio y  empiezo a pasar a todos. En mi desesperación por no dejar mis pies congelarse logro llegar ¿a donde?

La bandera de Guatemala en la cumbre del Cho Oyu.

Dios mío… ¡estoy en la cumbre! Estoy sola en una platea, espectadora del Everest, Nuptse, Lhotse, de toda la Cordillera del Himalaya, muy por encima de las nubes, de pie en el sexto punto más alto de la tierra. Hace mucho viento y muchísimo frio pero me olvido un momento de mis pies. Ya no me importa mucho si se congelan o no. El espectáculo es tan bello y a la vez sufrido. Me quito esa máscara porque quiero sentir el olor del aire puro, quiero sentir la realidad del lugar en el que estoy, quiero sentirme parte de ese lugar y de ese momento. Siento el ardor del viento congelado en mi rostro. Me duele la cara pero acepto esa condición. Ésa es la realidad de ese exacto punto en donde decidí y luché por estar.

Manoel llega con una fila de gente detrás de él, cada quien con una historia diferente. Cada corazón con un sentimiento, cada humano que compone el universo en este momento. Si cada humano se uniera en las buenas causas con el mismo esfuerzo con el que conquistan un sueño como éste, seríamos invencibles. Seríamos todo un ejército del bien. Pienso que somos potencialmente imbatibles cuando veo ese sacrificio y esa voluntad que trae las personas hasta aquí.

Extiendo la bandera de Guatemala a que ondee con los vientos de estas latitudes. Sus colores combinan con el cielo azul y la nieve inmaculada de este lugar.

Celebro la vida porque vale la pena ser vivida, vale la pena ser aprovechada y honrarla día a día. Es un regalo maravilloso que llegara a su fin. Mientras haya vida, hay tiempo para amar, para conquistar, para superarse, para compartir, para ayudar a los demás, para ser feliz y no hay tiempo que perder.

Gracias Dios por darme esa oportunidad de vivir en este maravilloso planeta tierra.

Andrea Cardona es una montañista guatemalteca que está persiguiendo las Siete Cumbres. Hasta el momento lleva el Aconcagua, Denali, Elbrus y Kilimanjaro. Su ascenso al Cho Oyu es la experiencia previa a su intento al Everest. Su compañero de montaña es el brasileño Manoel Morgado, quien también tiene la mismas cimas en su haber.



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2024. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©