De nuevo hacia arriba
En la noche la carpa cesa de rugir y una nueva esperanza me invade. Por la mañana escucho voces: otras expediciones se preparan para ir al Campo 3. Nosotros vamos al final. Ese día pasamos por un temido y respetado lugar: “Windy Corner”. Allí hay mucho viento y a veces no se puede caminar de tan fuerte que puede ser. El tiempo tiene que ser ideal para ir al Campo 3.
Camino a la cumbre.
Este día es el primero en que puedo ver lo que me rodea: montañas y más montañas, un paisaje blanco y un cielo azul en esta región tan remota. Al llegar al Campo 3 (4,300 metros), vemos personas tomando el sol tiradas en colchonetas en la nieve, haciendo yoga, conversando y riendo. Parece un campo de verano, un Jardín del Edén o un campo después de un Woodstock. Allí tenemos el lujo de poder hacer nuestras necesidades en un trono tapado por tres lados, con un paisaje de 180 grados y en a cierta hora se puede ver la aparición de la luna en un cielo que nunca oscurece.
Nuestra estancia forzosa en el Campo 2 me hizo apreciar cada instante de sol, cada pedazo de cielo despejado, cada momento sin viento, cada vista en el horizonte. Y ahora que estamos tres días en el Campo 3, me quedo mucho tiempo afuera de la carpa admirando cada detalle en cada dirección de la tierra y me siento dichosa de estar viva.
Arista cercana a la cumbre.
La noche antes de movernos al Campo 4 (5,250 metros), veo la previsión del tiempo para los próximos tres días. En el pizarrón aparece: vientos de 30 a 40 km/h, temperaturas subiendo por el acercamiento de un frente de alta presión. Una ola de positivismo invade a cada miembro del grupo. Empezaremos a las cinco de la mañana. Nos lleva un promedio tres horas alistanos cuando nos movemos de campo. Un grupo de la misma compañía en que estamos bajó por el mal tiempo un día anterior y dejó mucha comida y carpas escondidas en el campo 4 así que no debemos subir mucha carga.
Yo creo soportar mejor el frío gracias a mi ropa. Por lo general, para un día como éste en donde se tiene la subida más inclinada de la montaña, llevo sólo una camiseta, un suéter “power stretch” y un cortaviento; en la parte inferior, pants de “power stretch” y un corta viento; un gorro, una máscara, unos guantes gruesos, mis gogles, calcetas gruesas y mis botas con unas platillas extras para que mis pies estén más firmes y estables mientras escale en la pared de hielo.
Cuando llegamos de regreso al Campo 4 a la una de la mañana el sol se estaba poniendo: sólo 3 horas en este periodo de año.
Sin embargo, ese día hace bastante viento frío; ya hace media hora que subimos y sigo tan fría como cuando empecé. Antes de la sección con cuerda fija, mi pie derecho está doliendo del frío y tiemblo. Chris, que sabe que las extremidades congeladas es el peligro más común, me saca la bota y empieza a frotarme el pie con sus manos y calentarlo con su aliento. Recordé el consejo de nuestro amigo Víctor Saunders, escalador y escritor británico que escaló varias veces junto a Chris Bonington: “Nunca lleves botas apretadas a las montañas altas y frías”. Poco a poco, gracias a la asistencia de mi superguía, la sangre corre de nuevo por mi pie. Me quito la platilla extra y así no dejo de mover los dedos. Bebo líquidos caliente, como queso y me preparo para subir por las cuerdas fijas.
Este es, hasta ahora, el día más difícil de todos. Hay muchas personas que, como nosotros, estaban en espera de buenas previsiones para poder salir. Tardamos mucho en subir por las filas que se formaban en algunas secciones. La energía del grupo baja por la altura. Cada 30 metros brincamos del anclaje de la cuerda en la pared de hielo pero es complicada por los guantes tan gruesos.