Un día, en Talkeetna, nos reunimos con los otros ocho integrantes del grupo. El guía principal nos hace un resumen de lo que nos espera en la montaña. Estoy muy feliz y excitada por empezar la expedición; creo que el entrenamiento en Nar Phu me tiene llena de energías y expectativas. Estoy casi pensando que la montaña se me hará fácil, pero recuerdo que hay que tenerle respeto a cualquier montaña, especialmente si la conocen por ser la más fría del mundo. Me veo las manos y me siento vulnerable y con un tanto de miedo: la razón principal por la cual la gente regresa antes de la cumbre es por el congelamiento de dedos. Me lo contó una amiga que escaló el Everest y que no logró llegar a la cumbre del McKinley por ese motivo.
Salida de madrugada hacia el Campo 1.
Denali es el nombre original del McKinley. Fue dado por los nativos atabascas que habitan la región hace siglos y significa “El Grande”. La montaña aparece gloriosa y su grandeza resalta de todo el resto de la Cordillera. El nombre McKinley fue dado tras un ex-presidente de los Estados Unidos. Pienso que el nombre Denali es mucho más significativo y todos empezamos a llamar a la montaña Denali.
En el aeropuerto estoy bastante nerviosa viendo pequeños avioncitos de nueve personas despegar turbulentos por los aires de Alaska. Nunca me he subido en un avión tan pequeño. El avión que me lleva al punto de partida para el trekking del Campo base del Everest es para 20 pasajeros y nunca dejan de sudarme las manos cuando siento que se mueve con el viento. Llega nuestro turno de subir. Me tranquilizo pensando que estoy en un país desarrollado, tecnológico y que usa medidas de seguridad muy estrictas. No me dejo convencer de lo que pienso en fondo de mi ser, que el error es humano y que todo esto no sirve de nada cuando la hora tiene que llegar.
Construyendo la cocina en Campo 2.
¿Cuándo pararé de tenerle miedo a la muerte? Me he sentido varias veces cerca y siempre he tenido miedo. Tengo la esperanza que a través de las montañas, la naturaleza y mi estilo de vida intenso logre descubrir el secreto de la paz y la aceptación de la muerte como parte intrínseca de la vida. Quiero lograr aceptar en el corazón y no sólo en la mente, que la vida es impermanente y que mi identidad real no es la humana. Todas las veces que filosofo cosas tan profundas es porque tengo miedo.
El paisaje cambia radicalmente: primero ríos en valles con bosques de pinos donde imagino osos hambrientos; después, los picos nevados se van acercando y en pocos minutos estamos rodeados de un paisaje de enormes ríos congelados llenos de incontables grietas; el mar de montañas en las cuatro direcciones parece no tener fin. Pasamos tan pero tan cerca de las montañas que me da la sensación que si sacaba el brazo podría tocar el hielo con la punta de los dedos. Una experiencia surreal y mi corazón se llena de un sentimiento sublime que se contrapone al miedo que sentía minutos antes. El piloto anuncia que estamos por aterrizar. Veo a través de la ventana principal la gran pista de aterrizaje y varios puntitos de colores dispersos por la nieve. No sé aún cómo se siente aterrizar con un avión con esquís en vez de llantas. ¿Será que saldremos disparados deslizándonos sin control por doquier?
La plataforma y el muro de hielo para poner las carpas está listo.
Cierro los ojos y espero. El aterrizaje es suave y tranquilo. Al bajar del avión siento las piernas débiles. Mi alegría es tan intensa que me contengo por no abrazar al piloto. Le agradezco por haberme llevado con vida hasta allí. Me sonríe con un poco de sorpresa y me dice ¡Welcome to Denali!
El campo base del Denali, a 2,300 metros, rodeado de carpas coloridas, tiene más visitas: Manoel, tres guías, ocho compañeros de escalada y yo, sumergidos en el sub-ártico del mundo.