La inauguración
Por la noche del sábado se hizo la inauguración del evento y los preparativos de la expedición. Se repartieron plaquetas con bolts, maillones, cintas, cientos de metros de cuerdas y taladros. Finalmente nos presentaron las dos opciones para explorar. La primera era en Pueblo Nuevo, al suroeste de la ciudad de Durango, rumbo al puerto de Mazatlán. En Pueblo Nuevo inicia el famoso Espinazo del Diablo y por lo tanto la exploración sería técnica y con rapeles largos.
La otra opción era Durango Sierra Madre, un lugar con cabañas donde se hace ya ecoturismo. Ahí los cañones no son tan técnicos ni con tiros largos pero exigía un esfuerzo físico mayor porque para entrar o salir del cañón siempre se tenía que subir (o bajar) por la ladera.
Me uní al grupo que iba a Pueblo Nuevo con los seis españoles mientras que la gente de Estados Unidos y otros mexicanos se dirigían a Sierra Madre.
Llegamos de noche a Pueblo Nuevo y, cansados, usamos las largas bancas de madera como lecho. Por la mañana vimos que estamos dentro de la sierra. Hermosa. En algún lado se alcanza a ver una cascada. Ésa era nuestra primera exploración. El río llevaba el nombre de Arroyo Grande.
Rapel de 100 metros
Después de nuestra primera incursión en Arroyo Grande, el grupo se dividió. Un equipo terminaría el cañón de Arroyo Grande y otro entraría a otro cañón seco del que se sabía que tendría un rapel de alrededor de cien metros. A este grupo me incorporé.
Marcamos en el GPS las posibles veredas que pudieran servirnos de salida y —después de compartir los distintos chistes de españoles contados por mexicanos y los de mexicanos contados por españoles— entramos a “nuestro” cañón. Rapeleamos y caminamos por el arroyo hasta llegar al rapel que de cien metros (luego comprobaríamos que tiene 95).
Nuestro anclaje terminó siendo un árbol de unos 20 centímetros de grosor porque la roca no era fiable. Los españoles estaban muy tensos porque en su país ha habido casos donde el árbol se ha caído. Pero bajamos sin problema porque el nuestro era un buen árbol y la cascada sólo nos salpicó pues tenía muy poco agua. La vista al valle era impresionante.
El descenso de cien metros hizo que el cañón perdiera pendiente y continuamos por rapeles de 10 y 20 metros. Hacia las cuatro de la tarde llegamos a la vereda que nos llevaría fuera del cañón. Para Renata este recorrido fue excelente pues con todo el tiempo que teníamos y las condiciones del cañón, pudo grabar con soltura. Nosotros éramos los nerviosos porque de repente aparecía en el camino con una enorme videocámara y con un micrófono aún más grande apuntándote.
La gente que se había quedado en la camioneta de apoyo nos vio en todo momento, incluso cuando hicimos el descenso de los 95 metros. Aunque seco, el cañón era hermoso y potencialmente explotable a nivel turístico. Con un poco de agua, el recorrido sería más divertido. El otro equipo había encontrado varios rapeles, entre ellos uno de 140 metros que tuvieron que fraccionar por el golpe de agua. Y después había aún más cascadas.