Arroyo Grande
La camioneta nos dejó sobre el cauce de Arroyo Grande. Nos preparamos y comenzamos la caminata, dos camarógrafos de Guerrero (Luis Arturo y Carlos), dos españoles (Jorge y Félix) y dos mexicanos (Miguel y yo).
En un principio el cañón de Arroyo Grande era muy horizontal. Caminamos casi una hora para llegar a una cascada que caía 20 metros hasta una poza grande y muy profunda, lo que le daba un color verde contrastante con la oscura roca. Después de este rapel, el cañón continuaba plano, con una terraza muy amplia en la que el agua se esparcía hasta tener una profundidad de sólo 20 centímetros: una verdadera sábana de muchos brillos con el sol y la roca rojiza hasta llegar a unos resaltes que formaban cascadas anchas con blanca espuma.
Inicio de Arroyo Grande. Fotografías: Héctor Barrón.Da click para agrandarlas
En el siguiente rapel escuchamos los gritos del otro equipo, que llegaban por otro ramal del cañón y continuamos juntos. Conforme bajábamos, el caudal del río era más fuerte y luego de algunos rapeles llegamos a un pasillo de nomás de metro y medio de ancho. Ahí debíamos hacer un descenso de un par de metros hasta llegar a otro pasillo más angosto aún que terminaba abriéndose en una rampa de sesenta metros.
Cuando me tocó mi turno, se atoró mi mochila (¡no más ancha que mi espalda!). En un momento, toda el agua me daba de lleno en el pecho y me aprisionaba aún más en ese profundo pasillo donde no podía usar las piernas. Jesús Montesa bajó y se puso por encima de mí para darme un jalón, pero no fue nada fácil pues ya estaba muy atorado. Después de varios intentos en que ambos usábamos la fuerza sólo de los brazos, por fin me pude quitar la mochila, la colgué a mi arnés y pude continuar. Gracias, Chesus. Este estrecho paso también cobró un zapato de Renata.
El tiempo siguió pasando y pronto tuvimos que usar nuestras linternas. Desescaladas, rapeles, un tobogán, pozas de agua limpia y fría y luego otra cascada. Cada vez más agua y más cuidados para no ser tragados por ella.
En un momento, casi podría decirse que todos pensábamos ya en pasar la noche en el cañón. A nadie nos espantaba la idea pero Jorge regresó de una breve exploración con la noticia de un plantío y una vereda que podría ser la salida.
Radio. Saldríamos por esa vereda que corría por las orillas de los cañones y donde encontramos una serpiente cascabel de considerable tamaño. Quizá estaba en un letargo porque no se movió mientras pasamos junto a ella y ni siquiera pareció importarle mover su cascabel.
Un rato más y nos encontramos con el grupo de apoyo. Al llegar a las camionetas alguien se acordó que Renata había caminado bastante con sólo un zapato y le aplaudimos. Merecidamente.