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Montañismo y Exploración
Triunfar al extremo

Elsa Ávila rompe su propia imagen de ídolo deportivo y se muestra como una persona que tiene altas y bajas, que sufre y se conmueve, se doblega, pero que siempre sigue yendo hacia delante. Triunfar al extremo es un libro cristalino de una mujer que practicó el montañismo de élite por muchos años.







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Elsa Ávila. Triunfar al extremo. Ediciones B, México. 2007. 192 páginas. ISBN: 978-970-710-265-9

 

Eres mi alpinista favorita en el Himalaya.

Jurek Kukuczka

Eres la mujer más fuerte que he conocido en el Himalaya.

Wanda Rutkiewicza

La historia de un montañista se puede circunscribir a narrar sus vivencias en la montaña. Entonces uno quedará prendido de la imagen de aquel triunfador que sube montañas y a pesar del cansancio, sed, fatiga, sueño, frío, tempestades, dificultades y muchos problemas más, siempre llega a la cumbre, a su meta.

Pero la verdad es que eso sería un retrato más bien pobre. Pocos conocen a la persona que hay detrás del montañista que tiene éxito en los retos que él mismo se pone. Esos pocos son sus amigos o sus pacientes biógrafos. ¿Qué hay detrás de un montañista como Reinhold Messner, Walter Bonatti, Jerzy Kukuczka, Nives Meroi o Gerlinde Kaltenbrunner, por ejemplo? Los medios se ocupan de decir si completaron su intento o tuvieron que desistir. Pero no de quiénes son.

Elsa Ávila se ha encargado de tirar su propia estatua de heroína en su libro autobiográfico Triunfar al extremo. Aunque no es su vida completa como deportista ni como persona, abarca el periodo comprendido entre su primer intento al Everest hasta que deja las actividades “extremas” por problemas con su corazón.

Dentro de ese periodo, la trayectoria de Elsa está enmarcada en la historia deportiva que tienen como pareja ella y Carlos Carsolio. En ese primer intento al Everest, Elsa tuvo un problema con el equipo de oxígeno que estaba usando y tuvieron que desistir a sólo 98 metros de la cumbre:

“Al reconstruir los hechos de nuestro fallido intento, descubrimos que el regulador del tanque de oxígeno que yo llevaba era el mismo que había usado Gary, y no servía. Esta noticia fue impactante. Significaba que de no haber llevado tanque de oxígeno, con toda seguridad habría alcanzado la cumbre.” (p. 24)

“Al siguiente día, los encabezados de los periódicos anunciaban con mayúsculas y negrillas: «Fracasaron». Una rabia interna me invadía y quería restregarles el escrito en la nariz y gritarles: «¡Cómo te atreves a expresar una opinión sobre una historia que no conoces y afirmar que vivir es fracasar!»” (p. 29)

Eso no le quitó, sin embargo, un sentimiento de culpa por haber retrasado e impedido de manera indirecta que Carlos alcanzara la cumbre. Años después, en el Kangchenjunga, Elsa y Alfredo Carsolio sufrieron de congelaciones y fueron atendidos en el campamento base con sueros. El día que debía llegar el helicóptero por ellos, el suero se les aplicó más temprano.

“El cocinero le entregó a Carlos el suero, y me lo puso de inmediato. Yo sentía cómo el fluido gota a gota recorría su veloz camino por mi cuerpo, dejando tras su paso un frío glacial. Hasta mi corazón se sentía triste, empezó a invadirme un raro sentimiento de impotencia y desesperación, temblaba incontrolablemente… Cuando Carlos entró en la tienda y me vio temblando son control y con escalofríos, se percató que el suero estaba muy frío y me estaba matando. Le preguntó al cocinero cuánto tiempo lo había calentado y por supuesto no lo había hecho lo suficiente.” (p. 68-69)

Las congelaciones se curaron pero ese episodio le pasaría factura en el futuro: después de tener a sus dos hijos —a quienes dedica el libro, entre otros— comienza a participar en competencias “extremas” y en una de ellas, tiene que ser remolcada por sus compañeros en el mar. Repuesta, piensa en volver a las competencias, pero después de visitar al mejor cardiólogo de México, éste le dice: “se te acabó la pila Elsa, mira el estudio”.

Elsa Ávila en la cumbre del Everest el 5 de mayo de 1999. Era el primer ascenso femenil latinoamericano a la montaña más alta del mundo.

“Se te acabó la pila” quería decir que tenía un problema en el corazón que no le permitiría practicar más el montañismo al nivel que estaba acostumbrada. Un marcapasos instalado en su pecho no le mejoró sus problemas y después de años, tuvieron que hacerle una operación que terminó con los  problemas que el marcapasos. Para entonces. Elsa había evolucionado tanto que podía decir:

“Con estos altibajos comencé a cambiar mis actividades, iba a mis clases de budismo, meditaba, empecé clases de yoga y comprendí que lo extremo ya no era para mí. Aceptarlo significó un duelo ya que gran parte de mi vida giraba en torno al logro físico, y fue entonces que me pregunté: ¿dónde está lo espiritual?” (p. 159-160)

Triunfar al extremo es una historia que pasa por muchos ascensos: el primero femenil mundial a la Aguja Poincenot, Patagonia; el primero femenil latinoamericano a un ochomil, en el Shisha Pangma; el primero femenil latinoamericano en el Everest, ascensos al Aconcagua, a la Isla de Baffin, a los Alpes…

En su último capítulo, Elsa explica que en su mochila siempre lleva determinación, firmeza, voluntad, motivación, comida y alegría. Es justo hacerle reconocer que le faltó el ingrediente que siempre puso en sus ascensos: creatividad. Creatividad para hacer ascensos nuevos, diferentes, difíciles, comprometidos.

Un libro increíble por la frescura con que está narrado. No tiene un tono de especialista en montañismo (aunque lo es) y cuando hay términos que los montañistas consideramos comunes, se detiene a explicarlo o lo manda a uno al glosario que tiene al final. Porque fue escrito para un público general.

Aunque el contenido es excelente y uno se deleita en ese afán de llegar siempre a la meta aunque no sea en el primer lugar, pero llegar, la edición deja mucho que desear. Tiene muchos errores de corrección o de ortografía que, aunque no hacen mella en la calidad del contenido, sí quitan un poco del brillo que debería tener.

Fe de erratas

Página 48, líneas 27 y 28, dice: “…y se estrellaba con mi lámpara frontal. Nerviosa y lentamente recuperé la cuerda…” Hay una pérdida del sentido de lo que la autora está narrando y posiblemente falten una o más líneas del texto original.

Página 90-91, dice: “Los occidentales fueron quienes la bautizaron  con el nombre de Everest, en honor a la persona que realizó la primera medición.” El Monte Everest fue nombrado así por el Coronel Sir George Everest (1790-1866), geógrafo y topógrafo que se encargó del levantamiento topográfico de la India durante 1830-1843. George Everest no hizo la medición del Monte que lleva su nombre.



 



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