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Aquel que continuamente anda preguntando por los caminos nunca aprenderá a buscar o intentar su camino. ¿Cómo puede saber cuál es su camino alguien que siempre recorre caminos conocidos?
Reinhold Messner
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Cuando iniciamos este desafío, muchas fueron nuestras expectativas como andinistas y Fundadoras del Museo de Alta Montaña los “Seismiles”. Teníamos un gran objetivo que guiaba nuestros pasos: llegar a la Cumbre del Ojos del Salado por la vertiente argentina, con el propósito de rendir homenaje a la famosa expedición Halcón, que se había realizado cincuenta años antes, justo el 10 de enero.
Pero también era un pendiente. Lo habíamos intentado en febrero de 2007, cuando abrimos una nueva ruta en vehículo 4x4 por el camino al Pissis. Esa ruta inicia desde de la Laguna Azul y termina en Nacimiento, por encima de los cinco mil metros. El camino era intransitable y decidimos caminar.
Luego de tres días de trekking llegamos a los 6,200 y entramos a los glaciares, pero nos fue difícil encontrar la ruta correcta. Ascendimos hasta los 6,700 metros, muy cerca de la cima, pero un fuerte temporal de viento y nieve hizo imposible continuar y tuvimos que regresar. El viento era devastador y una gran desilusión nos embargó porque sabíamos que no concretaríamos nuestro sueño… por el momento.
Aguas Calientes
El retorno
El regreso lo hicimos el 17 de diciembre. Partimos de Fiambalá y llegamos a El Quemadito, donde ya había iniciado la temporada de montaña desde la segunda quincena de noviembre y hasta el 30 de marzo, aproximadamente. Mientras tomábamos un mate, nos sorprendíamos de la precisión de detalles que tienen los arrieros sobre la ubicación de los campamentos, lugares donde hallar agua y mil cosas más. Ningún mapa que lleváramos tenía tanta información. Apuntamos cuanto pudimos en una hora de cuaderno pero no pudimos plasmar la calidez humana ni nuestro asombro.
A casi dos horas de haber iniciado la marcha del 18 de diciembre, rumbo a Puertas de Aguas Calientes (3,900 metros), llegamos a una zona con enormes vegas de caudales cristalinos. El río que cruzamos es el producto de los deshielos de los volcanes y tiene diferentes nombres según la zona de que se trate. Aquí se llama Río Cazadero. Y tiene una cascada que irrumpe en la aridez del paisaje: el Chorro. A. mediodía llegamos a lo que sería nuestro primer campamento y los arrieros, que se encargaban de las mulas y nuestro equipo, nos esperaban ya ahí.
Portezuelo Arenales
Al otro día llegamos a Aguas Calientes y las bondades de sus aguas termales. Los arrieros debían regresar para dar de comer a los animales pero no se fueron antes de darnos las “últimas recomendaciones”.
El cuarto día llegamos a Aguas de Vicuñas (4,949 metros) y a los pocos minutos llegó Marcelo, nuestro arriero, que seguía porteando nuestro equipo y comida. En adelante tendríamos que hacerlo nosotras solas. El lugar está lleno de penitentes y nos dejó asombradas, pero más un cóndor que sobrevolaba sobre nosotros.
Solas
El día siguiente seguimos caminando hacia el volcán, pero aún no lo veíamos. Viajábamos con el mapa pero siguiendo las indicaciones de los arrieros. Dos formas de interpretar el camino. Dos papeles. Debían complementarse y llegaríamos bien. A partir del Portezuelo de las Lajas, habrían mojones cada 50 metros y serían la guía por la ruta correcta. Cuando llegamos al final, el mar de penitentes con enormes glaciares y los campos de arenales eran un paisaje alucinante. Diez minutos después de habernos metido en la carpa, se desató un temporal de nieve que duró más de tres horas, pero luego todo volvió a estar tranquilo.
El sexto día seguimos subiendo la montaña. La vista del Ojos del Salado era fascinante: rodeado de penitentes, como vigilado por esas torrecillas de hielo. Conforme ganábamos altura podíamos ver más de las montañas circundantes: los cerros Olmedo, Walter Penck y Nacimiento y la mayor parte del Cordón Ojos del Salado. Por la tarde el tiempo volvió a ser malo. Sólo queríamos que el frente de tormenta pasara. Pusimos nuestro último campamento a 5,700 metros. De ahí partiríamos a la cumbre.
Cumbre: 6,891 metros
La madrugada del día siete, 23 de diciembre, era muy fría, pero con una luna espléndida. Caminamos por el glaciar entre penitentes y grietas. A las 5:45 elegimos la ruta que nos llevaría directamente a la cumbre. Para nosotras es más elegante hacer vías rectas y simples, aunque la cumbre parecía tener tramos de hielo y roca. Ahí tendríamos que avanzar, a pesar del viento de los 6,200 metros de altitud.
Lis en la cumbre
Y ahí avanzamos. Como el volcán estaba completamente nevado, el ascenso fue prácticamente por nieve y hielo. El viento blanco nos hacía sentir mucho frío en cara y manos. A la una de la tarde llegamos a un plató. Poco antes de la cumbre estaban los restos de un helicóptero esparcidos por todos lados.
Un triángulo negro, depositado ahí por una expedición chilena, y un palo de escoba clavado entre las rocas , además de la cota chilena ubicada a diez metros de la cumbre fueron los indicios de que habíamos llegado a la cima. Pero a la cumbre llegamos a las 14:30. Sí: llegamos. Nos abrazamos y no cesábamos de llorar de alegría.
¿Por qué?
—¿Por qué semejante empresa? —nos preguntan hoy familiares y amigos.
Será tal vez porque comprendemos que la existencia de cada uno debe ser vivida como una gran aventura en la que se debe descubrir lo que se quiere hacer, asumiendo cada desafío como una montaña a subir con nuestras propias fuerzas.
Al mirar hacia abajo, contemplamos un paraíso: una profunda grieta, las fumarolas, innumerables volcanes con sus neveros y cumbres vírgenes; todo aquello único y angustiante a la vez, con una inmensidad y diversidad que nos permitió comprender lo ínfimos que somos frente a la naturaleza.
Estar paradas en la cima del volcán más alto de Occidente, las dos solas y felices de cumplir la misión de rendirle homenaje a la Expedición Halcón, y de poder dejar allí un simbólico testimonio en esa cima tan fascinante, tan mágica.
A las 15:30 hs. comenzamos a descender. Al día siguiente nos esperaba un largo descenso. Mientras marchábamos, pensábamos que nunca olvidaríamos aquello que había comenzado con un proyecto y se había hecho ya una realidad.
Integrantes de la expedición: María M. Acevedo y Lis Sablé, Directora y Subdirectora del Museo de Alta Montaña los Seismiles – Fiambalá – Catamarca – Argentina