4.- Desde el Mineral de La Bufa a Estación Creel.
El camino de terracería en varios tramos estaba en mal estado o invadido por grandes rocas debido a los constantes derrumbes o deslaves. Era un viaje pesado de doce horas de casi 120 kilómetros; en 1970 no existían en esta región carreteras pavimentadas, ni líneas de camiones de pasajeros que cubrieran estas rutas, porque los caminos de terracería estaban en malas condiciones y en temporadas de lluvia y de nevadas eran intransitables por los atascaderos.
El chofer de la troca del Correo, al salir del Mineral de La Bufa y hasta Quírare, con destino a Estación Creel, hacía zumbar al máximo el motor del vehículo para poder subir la empinada cuesta de más de veinte kilómetros por el camino de terracería que aún tiene un solo carril (2008); en ciertos tramos las llantas traseras hacían rodar piedras al precipicio y esta situación se complicaba y se tornaba más riesgosa cuando otro vehículo venía en sentido contrario; entonces era necesario orillarse aún más al lado del abismo; se requería llegar hasta un espacio, llamado libramiento, esperar al vehículo contrario y en ese punto del camino podían emparejarse los dos muebles y después cada uno podía continuar su viaje.
Esto no representaba mayor contratiempo, ya que cualquier vehículo que viniera en sentido contrario podía ser detectado a gran distancia en este serpenteante, sinuoso y casi vertical camino serrano de terracería. La mitad de este viaje se realizaba de noche y gracias a la pericia del conductor de la troca de correo y al Creador del Universo no rodamos a ningún precipicio; otros vehículos no tuvieron esta buena suerte como el accidente sucedido en 1972 en el Mineral de La Bufa cuando una pick-up con varios trabajadores de la mina, se salió del camino y rodó hacia el abismo, provocando varias muertes.
Nuestras humanidades daban tremendos brincos en la caja de la troca donde viajábamos al aire libre junto con los bultos de la carga; no podíamos dormir debido a la necesidad de atender los peligros del camino y por ir agarrados de las redilas del vehículo con uñas y dientes; de lo agotador que era este viaje los precipicios ya no nos asustaban; es más, si la troca hubiera rodado hasta la profundidad de un abismo habrían desaparecido para siempre nuestro agotamiento físico y las desveladas de pasada: hubieran terminado para siempre nuestros sufrimientos y congojas. En Umirá la troca del Correo hacía un pequeño alto, donde junto con el chofer, tomábamos café caliente y desayunábamos en un modesto restaurante de la comunidad, que era una cabaña construida con madera de pino.
A Estación Creel llegábamos tan agotados, que en temporadas de vacaciones, cuando abordábamos el tren o autovía para ir a visitar a nuestras familias a la Ciudad de Chihuahua, dormíamos casi las cinco horas que duraba el viaje.
Visitar Creel nos implicaba mucho sacrificio ya que en invierno es insoportable el frío en las partes altas de la sierra y en el verano el calor es sofocante y agotador en las barrancas; no podíamos admirar y gozar a plenitud los paisajes de la sierra cubierta de coníferas, del trayecto de La Bufa a Creel cuando viajábamos en la troca del correo en los años 70’s; por estar exhaustos lo que más añorábamos era que el viaje terminara, ya que en ocasiones nuestras mandíbulas inferiores no dejaban de moverse rápidamente porque titiritábamos de frío y por suerte no nos convertimos en paletas de hielo: a lo largo de mi vida nunca he sentido tanto frío como en los viajes por esta parte de la Sierra Tarahumara.