Por dos años, de 1970 a 1972, “por tierra” visitamos Samuel y yo Estación Creel, para asistir a reuniones administrativas convocadas por el inspector escolar o para entregar la documentación oficial de fin de cursos. Incluyendo los periodos vacacionales, también pasábamos por Creel para trasladarnos a la Ciudad de Chihuahua; esta decisión se debía, a que en muchas ocasiones, no contábamos con los $500 pesos para pagar el pasaje de la avioneta que volaba desde Batopilas a la capital del estado; en estos viajes nos acompañaba Sergio Luján Mancha, quien trabajaba desde 1967 en el poblado de Batopilas; en Creel abordábamos el autovía o el tren de pasajeros que provenían de Sinaloa, para viajar a la Ciudad de Chihuahua, donde vivían nuestros padres y hermanos.
1.- Desde San José y Satevó rumbo a Batopilas.
Samuel caminaba 25 kilómetros desde San José de Valenzuela y llegaba por mí a la Misión de Satevó; luego emprendíamos la caminata durante ocho kilómetros hacia el poblado de Batopilas, donde pernoctábamos en la casa donde se asistía Sergio.
2.- De Batopilas al Mineral de La Bufa.
Al día siguiente, poco antes del amanecer iniciábamos los tres maestros rurales nuestra caminata hasta el Mineral de La Bufa. En la primera etapa de estos viajes “por tierra”, era necesario caminar muchas horas cuesta arriba y cuesta abajo por este terreno montañoso del “camino real” que va paralelo al curso del Río Batopilas, hasta el Mineral de La Bufa , donde se iniciaba el camino de terracería para vehículos automotores; siempre teníamos de compañera a esta corriente fluvial con su fresco caudal, cuyo permanente ruido nos servía de sedante para nuestro cansancio.
3.- Batopilas: significa “río encerrado”.
Batopilas significa, “bacochigori”, río encerrado o encajonado. Era frecuente encontrarnos en el “camino real” a esforzados caminantes como a los tarahumaras cargando bultos pesados sobre sus espaldas y a los arrieros con sus burros o mulas transportando mercancías rumbo al poblado de Batopilas. En la Barranca de Batopilas era difícil, cuando transitábamos a pie por el “camino real” encontrar un espacio plano al menos del tamaño de una cancha de básquetbol, para no sentir esa sensación especial de encierro, dado su terreno montañoso de profundos abismos y cañones, a no ser que bajáramos al cauce del río a tomar agua, o cuando sin remedio teníamos necesidad de cruzarlo, entrando de lleno con nuestras humanidades a su veloz, cristalino y frío caudal, debido a que el “camino real” que viene desde el Mineral de La Bufa hasta el poblado de Batopilas, cambia de ribera o de banda, como dicen los batopilenses.
No existían suficientes puentes colgantes, por lo que era necesario desvestirse por completo, para no mojar la ropa, aunque ya venía casi empapada de sudor, haciéndola montón, elevándola con los brazos lo más alto posible y luego caminar con cuidado sobre las piedras lamosas del cauce o lecho del río cuyo nivel en su caudal pasaba de un metro de altura. Este baño obligado era bien recibido por nosotros en verano, pero en otoño e invierno el agua se tornaba gélida, y al término de este cruce salíamos muy entumidos y con las piernas acalambradas y amoratadas.
Esta acción la repetíamos para regresar por nuestro equipaje; era cuando admiraba el espacio abierto donde el río tiene importante anchura, aunque también se podía apreciar el cañón que ha excavado durante el transcurso de miles de años: precipicios, abismos, vegetación exuberante, suelo irregular y el vertiginoso caudal del río eran las características principales de la Barranca de Batopilas, que observábamos en nuestro constante transitar por el “camino real” principalmente en el trayecto de la cabecera municipal al Mineral de La Bufa.
En verdad hacíamos peripecias por lo abrupto y escarpado del “camino real”, vereda o brecha angosta, cada vez que era necesario trasladarnos de un lugar a otro, pues las piernas eran nuestros únicos medios de transporte y los de la mayoría de los moradores de la Barranca de Batopilas; los tres formábamos fila india debido a lo angosto de esta vereda serrana; Samuel caminaba adelante, Sergio en medio y yo atrás; teníamos que llevar buen paso, o sea, caminar lo más aprisa posible, para poder abordar a tiempo la troca del Correo que nos llevaría a Creel; si sucedía lo contrario dormíamos en el suelo de la bodega de las mercancías, encargos y correspondencia de La Bufa , iluminada con aparatos de petróleo o con lámparas de gas.
Cuando podíamos visitábamos a un gringo que vivía en este mineral el cual portaba un sombrero de palma con leyendas cortas de palabras rojas; no recuerdo su nombre pero se decía que ayudaba a muchos tarahumaras a mejorar sus cultivos; la primera vez que conocí y platiqué con este norteamericano fue en 1971; iba acompañado de mis amigos.