De tierras michoacanas seguí a tierras tapatías y la ciudad de Guadalajara fue posiblemente la primera gran decepción que sufrí en mi camino. La supuesta capital del mariachi y otras expresiones típicamente mexicanas me pareció un monstruo que, al igual que los camiones del transporte urbano que circulan por sus calles, devora día con día a sus habitantes.
Una nueva canción, en este caso “Esos Altos de Jalisco”, me llevó a conocer una región que me causó una excelente impresión y que sirvió de puente para mi siguiente destino: la feria de ferias, la Feria Nacional de San Marcos de la ciudad de Aguascalientes.
Fue tan alto el nivel de organización y la variedad de eventos que pude disfrutar durante mi estancia en la capital hidrocálida que, a pesar de las numerosas ferias que encontraría más tarde en mi camino, ninguna resultó comparable con aquella.
La ciudad de Aguascalientes resultó clave en el desarrollo posterior de mi recorrido por tierras mexicanas porque fue allí, en la Sala de Proyección IMAX del Museo Interactivo de Ciencia y Tecnología Descubre, donde tuve chance de ver un documental sobre Baja California, aquel mítico territorio que había alimentado tantas fantasías.
Mi condición física iba mejorando día con día y tuvo que enfrentar la dura prueba que supuso pedalear por las carreteras del estado de Zacatecas, lugar que resultó muy montañoso. En Zacatecas encontré, en conjunto, las gentes más nobles de todos los estados que llegué a conocer y su capital me pareció un lugar fascinante, con todos aquellos callejones que invitaban a ser descubiertos.
Hasta el lugar donde confluyen los estados de Zacatecas, Jalisco y Nayarit acudí con el deseo de conocer a los huicholes, en mi opinión uno de los grupos indígenas más interesantes de México. Sin embargo, una vez allí, o mejor dicho en las poblaciones mestizas (Mezquitic, Huejuquilla El Alto) a las que los huicholes acuden a comerciar, aprendí una lección importante: las comunidades indígenas no son lugares para ir a dar la vuelta, no podemos pretender acercarnos a ellas sin un compromiso serio por nuestra parte. Los indígenas no necesitan nada de nosotros y nuestra irrupción en sus vidas les ocasiona, la mayoría de las veces, más perjuicios que beneficios.