Los últimos días de abril, dos españoles llegaron a la cima con mucho viento. Al regreso, uno de ellos rodó muchos metros, cayó en una grieta y se le dio por muerto pero al otro día apareció en el campo l con sus dedos congelados pero con vida, como un milagro. Todo esto fue alegría en el campamento base, ¡ya se imaginarán!
[Se refiere a Iñaki Ochoa y a Jorge Egocheaga. Ambos hicieron cumbre el jueves 30 de abril, 24 horas después de haber dejado el campamento base y con ello consiguió su decimosegundo ochomil. Jorge llegó a la cumbre poco más de media hora detrás de Iñaki y a la bajada fue arrastrado por una avalancha y sobrevivió , pero sufrió de congelamientos, por lo cual fue evacuado en un helicóptero mientras que Iñaki se reponía lentamente en el campamento base antes de ir al Annapurna].
Iñaki Ochoa y Jorge Egochea
Pero continuó esa mala racha. Una semana después murió un Italiano, se le congelaron ocho dedos a otro Italiano, viene mi caída, y ocho días después, la muerte de mis dos compañeros de expedición: Ricardo y Santiago. Los arrasó una avalancha. Muy difícil todo esto, pero con el tiempo se irá asimilando. Sabemos de antemano que la vida un día empieza y otro día termina. Así lo debemos ver.
[El italiano Sergio Dalla Longa falleció el 29 de abril de una caída cuando estaba muy cercano a la cumbre y se golpeó la cabeza en la caída con consecuencias mortales. Sin embargo, la noticia se dio a conocer hasta el 1 de mayo. El resto del equipo bajó de la montaña hasta el campamento base y algunos tuvieron principios de congelamiento. Ese día también subieron a la cima los españoles Josep Noguera y Roger Sellent.]
Finalmente, nos fuimos a la cima. Los españoles me decían que los sleepings que llevaba eran de mala calidad, pero dentro de mí yo decía que mi chamarra y mi ropa sí me van a servir. No sentía tanto temor por mi vestimenta, sino por el casco. Recordé al italiano muerto en la montaña y pedí prestado un casco. Salimos del campo III a las ocho de la noche, una noche hermosa. En mi vida había visto la luna tan cerca de mí. A su lado, una estrella que parecía un trébol que abría y cerraba sus hojas. Fue impresionante.
Caminamos toda la noche. No llevábamos oxígeno. A los 8,000 metros no había dolor de cabeza ni mala respiración. Únicamente algo de mareo, mucho sueño y un poco de manchas negras y como telarañas en mi cabeza. Pero continuábamos caminando y ya que empezaba a aclarar, Dorzhy gritó “Summit!, Summit!”.
Mi cima fue muy bonita. Era el 5 de mayo.
Cuando bajábamos, Dorzhy volvió a gritar “Ice, (hielo)”. Resbalamos y empezamos a rodar no se sabe cuántos metros [la caída fue de unos 700 metros, según informara luego]. Una gran luz amarilla iba a mi lado y en segundos se puso enfrente de mí y vi cómo detuvo mi cuerpo. Dorzhy empezó a gritar mi nombre. Volví en mí y lo vi a mi lado. Íbamos encordados.