Bernard Ollivier. La ruta de la seda. Viaje en solitario. Entre Libros, Barcelona. 2006. 320 páginas. ISBN: 84-934242-3-4
Merece consideración el que viaje, desprecio el que permanece en casa.
Proverbio árabe
La ruta de la seda es aquella línea en el mapa de Europa y Asia que fuera recorrida por Marco Polo y sus tíos y por la que fluían riquezas, al menos para algunos. Desde que existe, esa ruta ha sido la ambición de muchos. Uno de ellos es Bernard Ollivier, un reportero francés ya retirado que decide pasar lo que le resta de su vida caminando y, tras hacer el camino de Santiago de Compostela, decide hacer la Ruta de la Seda.
Proyecto ambicioso pensando que son miles de kilómetros. Más si son hechos a pie pero remarcable cuando el protagonista es un hombre de más de sesenta años que no conoce más que algunas palabras del idioma de los hombres que viven aquella vasta tierra donde incursiona.
“[Mis amigos] comprenderían si yo fuera un joven que se marcha a la aventura. Pero resulta sorprendente que un hombre serio, en lugar de cuidar amapolas en su retiro normando, se marche a pie a recorrer tres mil kilómetros con la mochila a la espalda y por una región famosa por sus peligros. ¿Y si les decepcionaba?” (p. 7)
Bernard Ollivier traza su camino, que recorrerá en tres etapas. Este es el relato de su primer viaje, desde Estambul hasta Teherán. Pero… ¿a pie?
“El modo más antiguo de desplazarse en el mundo es también el que permite el contacto. El único, en realidad. Basta de civilización enlatada y basta de cultura de invernadero. Mi museo propio son los caminos, los hombres que los emprenden, las plazas de los poblados, y una sopa a la mesa con desconocidos.” (p. 9)
Poco a poco, Ollivier va encontrando al país, a ése que le ofrece llevarlo en su auto o autobús porque no comprende que quiera caminar toda esa distancia a pie; al país de las palabras que no entiende:
“Los dolores de mis dedos de los pies me han limado el optimismo. A esto se agrega un enemigo que no había calculado bien: el aislamiento debido al lenguaje. No sufro de soledad mientras camino solo. Me bastan las imágenes que acumulo y el diálogo que sostengo conmigo mismo. Pero me reencuentro con mi isla desierta del lenguaje cuando me detengo en cada etapa, en el restaurante, con la gente que no conozco. No me bastan las palabras que aprendí antes de partir ni las que descubro en el curso de las etapas del viaje. Este obstáculo infranqueable, esta cárcel de las palabras, me resultan insoportables y no hallo la menor solución.” (p. 84)
Pero a pesar de las ampollas en los pies, logra alcanzar una meta: mil kilómetros. En menos de 24 horas se enfrentará a tres emociones muy distintas. Alcanza los mil kilómetros, intentan asaltarlo por primera vez y casi es linchado en un pueblo, que lo entrega a los militares acusándolo de terrorista.
A partir de ahí, el miedo está presente en cada paso y la precaución es extrema, pero sin dejar de gozar el viaje. En algunos tramos tiene que tomar el autobús porque la zona que cruza es muy peligrosa y el intento de asalto y los pueblos que no lo comprenden y lo acusan de tener el mapa del tesoro que existe en la ruta de la seda, le hacen ser más cauto.
El libro está lleno de anécdotas que pueden leerse individualmente pero poco a poco se van perdiendo con la inmensidad del viaje. Cada una es importante en sí misma, pero pierden lustre cuando están todas juntas. ¿Es así la vida en un viaje tan largo? Ollivier sólo sabe una cosa:
“El compromiso es total. Soy el único que lleva mi cuerpo, mi mochila de recuerdos, mi mochila farmacéutica, mi mochila de vestimentas, mi mochila de vituallas, mi mochila-cama. Todo error se paga hoy o mañana. Camino solo y no puedo contar con nada ni con nadie.” (p. 53)
Una buena lectura porque el autor escribe sin prejuicios dada su formación de periodista, es de temer que los siguientes volúmenes sean de la misma calidad e intensidad narrativa. Desafortunadamente, la carencia de un mapa en el libro hace que se pierda la noción de la distancia, de una realidad aunque sea imaginaria.