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Montañismo y Exploración
Cima y castigo
7 noviembre 2007

Una de las pocas novelas de montañismo donde el heroísmo y la muerte están alejadas del tema principal, Cima y castigo, presentada como una obra erótica no apta para menores de 18 años, se convierte en un lugar donde la risa salta continuamente.







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Pierre Charmoz. Cima y castigo. Aventuras eróticas de Carole de Columbin en los Alpes. Ediciones Desnivel, Madrid. 2002. 175 páginas. ISBN: 84-95760-92-4




Cima y castigo Pese a lo amplio que puede ser el repertorio, las novelas sobre montañismo se han limitado a la muerte y al heroísmo. Con sus excepciones y una de ellas es la escrita por Pierre Charmoz y publicada por primera vez en 1982: Cima y castigo, un título que parece muy adecuado a una gran novela que se precie de seria.


Es un escrito erótico, algo que a nadie se le había ocurrido, pues entre los montañistas la montaña es sagrada. La descripción de la contraportada menciona que es “¡Sólo para mayores de dieciocho años!” pero la verdad es otra: se trata de una larga broma que termina demasiado pronto.


La narración gira en torno a Carole de Columbine y del propio Pierre Charmoz, quienes se encuentran justo en el momento en que el padre de ella cae por un precipicio, vestido de turista, cuando en realidad es un alpinista reconocido. Su encuentro les hará tener largos encuentros eróticos pero que van llevados de la trama principal: encontrar lo que el propio padre de Carole ha dejado en algún lugar, escondido.


En una novela descarada, sarcástica y con muy buen humor, uno termina por reír de cualquier forma, como por ejemplo:


—¡Rápido! —gimió acariciando sus globos elásticos y firmes, mientras estremecía su cuerpo que, como un cable, estaba tenso al extremo.


Para evitar una trágica ruptura, me abalancé sobre ella y empecé a comerla ávidamente.


—¡Querido!


—¿Sí?


—¡Quítate la mochila!


—¡Huy! ¡Perdón! (p. 12)


Escrita a principios de la década de 1980, cuando las competencias de escalada comenzaban apenas, no deja de emitir su opinión:










“Las reglas de la competición eran simples: ni clavos, ni mosquetones ni cuerda; gana el más rápido… A mitad de recorrido, éste dio un paso en falso y cayó rodando. ¡Plas! Se retorció unos instantes y, acto seguido, trató de reemprender la escalada pese a que chorreaba sangre por todas partes.

“—¡Toda caída supone una descalificación! —le gritó el árbitro, apartándole sin contemplaciones.

“abajo, una ambulancia venía a recoger al competidor herido, el presidente del jurado entregaba el trofeo al afortunado vencedor: una ventosa de acero cromado, la más alta distinción de los concursos de escalada.” (p. 84-85)


Y como éstas, bastantes situaciones en las el autor se burla de la policía, de los espías, de las noches en los refugios, del sexo e inclusive de él mismo… pero de una manera tan suave que es deliciosa.


Por desgracia, la novela es muy breve pero quizá de ser más extensa se hubiera perdido el encanto de ese sarcasmo tan necesario para quitar la solemnidad a la montaña para hacerla al menos por un momento un campo tan natural como cualquiera del mundo y ser objeto de risa.




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