Choyero: Baja California en bicicleta
1 abril 2007
La península de Baja California es uno de los destinos favoritos de los ciclistas. En una tierra donde el desierto, el mar y la montaña dominan siempre, el ciclista se ve enfrentado a cientos de kilómetros por rodar con muy poco tránsito de vehículos. Sin embargo, el que permanece ahí viendo todas sus facetas, regresa cambiado.
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Mi primer autorretrato después de una mala noche en El Rosarito.
El Duro En San Quintín, como sin querer, me encontré al Duro. El Duro tiene un taller mecánico, años atrás se dedicaba a construir motores para arrancones, ahora, bien pasado de los cuarenta estaba sentado con su esposa y su nieto en El Cielito Lindo, un ex-restaurant de caché. Me vio desde que llegue, preguntó por la bicicleta, por la distancia, por mí; lo mismo que todos. No tardó mucho en hablar del padre de su nieto, su hijo. Había estado interesado desde chico en los autos, a los 16 ya le prestaba el Camaro, su auto, y ese mismo auto se mató. “Le compré la muerte a mi hijo...“, dijo y sonrió cuando recordó que justo era el titulo de una canción. |
Soledad... Esto fue lo primero que encontré al llegar a un trailer park en Rosarito, luego de dos días sin dormir decantando y escogiendo mi equipo con esa idea utópica de
ligereza en mente. No fue un día pesado, solo había pedaleado 45km, pero había materializado mi primer plan: salir pedaleando del aeropuerto completamente sólo, autosuficiente mientras la demás gente esperaba un taxi. Aún me regocijo al pensarlo.
Al día siguiente el camino a Ensenada fue pesado y el cúmulo de edificios residenciales, resorts en construcción y las señalizaciones en inglés no estaban relajándome para nada. Pasé por Ensenada sin ver y seguí lo más que pude tratando de afrontar la enorme distancia que permanecía frente a mí.
Esa noche la lluvia me puso a prueba, la soledad estaba afectándome y mi propósito parecía lejano; pese a ello, al día siguiente me perdía en el rítmico recorrido de mis pies mientras subía la cuesta Zacatona y allí me di cuenta de que finalmente mi viaje había comenzado; era justo esto lo que esperaba, había cambiado la ciudad por el camino y eso ameritaba una sonrisa, no la pude contener.
Mi compañera de viaje.
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