Un ascenso al Rainier
11 septiembre 2006
El Monte Rainier, volcán sin actividad cercano al Santa Elena, es uno de los símbolos de la alta montaña en América. Aunque su altura sobre el nivel del mar es de 4,392 metros, tiene grandes desafíos técnicos.
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Cuando estoy escalando grandes paredes, ascendiendo montañas o tan solo en la vertical, mi mente es capaz de olvidar todo lo exterior: problemas y elementos. Sólo vivo el momento y cada parte de mi cuerpo está concentrada en asimilar la experiencia y sacar el mayor aprendizaje posible de la situación. Para mí eso es una de las mayores bondades del montañismo.
Después de varias horas, mi cuerpo comenzaba a reaccionar: calambres en los muslos, pantorrillas, espalda y hasta en la boca. Si continuaba era sólo por el deseo de llegar a la cumbre. Es difícil comprender por qué nos sometemos a estas situaciones y condiciones. Yo me quedaría con el aprendizaje de mí mismo, de los demás y del mundo que me rodea, que obtengo tras hacer un esfuerzo tan grande como éste.
Fue necesario hacer uso de material fijo, cuerdas y algunos anclajes cuando el terreno era muy expuesto. Yo continuaba azorado de la belleza del terreno. Cruzábamos grietas con tonalidades de azul y formas impresionantes. Cada vez más cansados, seguíamos aguantando y motivándonos a nosotros mismos. Nos encontramos con algunos de los que habían iniciado a la una de la mañana y no tuvieron la oportunidad de hacer cumbre. Esto me motivó aún más para llegar.
Cerca de la cumbre, en el cráter del Rainier, sentí fuertes contracciones en mis piernas. Caí: más calambres. Descansamos un poco y continuamos. No era de ninguna manera aceptable para mí el haber llegado tan lejos y no terminar en la cumbre.
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