Habiendo participado en 1952 en la travesía del Hielo Continental y, posteriormente, realizado varios sobrevuelos sobre el Hielo Continental con un Pioer, el lado oeste del Torre me había parecido relativamente más ventajoso. De modo que nuestra expedición planeó buscar la ruta hacia la cumbre sobre los lados oeste y sur de la montaña.
En cuanto a los hombres, se habían establecido tres grupos: el grupo de asalto, el grupo de apoyo y el grupo de reaprovisionamiento. Walter Bonatti y Carlo Mauri, dos alpinistas de extraordinaria capacidad, formaban el primer grupo, siendo secundados por René Eggmann, guía suizoargentino de Esquel, y por mí, que integrábamos el segundo grupo, en tanto Ángel García y José Losada componían el sacrificadísimo grupo de reaprovisionamiento.
El Col del Adela, nuestra primera meta, es un collado, silla, portezuelo o brecha, que separa el Cerro Torre del Cordón Adela (2,900 metros aproximadamente). Desde nuestro campamento III no podíamos verlo, pero Bonatti y Mauri habían instalado ya unos 400 metros de sogas fijas que nos facilitarían la ascensión al Col, ubicado unos 850 metros más arriba, con las pesadas cargas que debían alimentar con materiales y víveres el asalto final sobre la pared sur del Cerro Torre.
El 2 de febrero —exactamente seis años después que los franceses salían para encarar la pared sudeste del Fitz Roy— Bonatti, Mauri, Eggmann y yo salimos de nuestra carpa “Upsala”. Eran las 2. La luna llena iluminaba claramente el escenario. Tuve la impresión de que las montañas del Hielo Continental que estaban a la vista, retuviesen la respiración y en el silencio más absoluto nos observaban. La cumbre del Torre, 1,400 metros más arriba, resplandecía bajo los rayos de la luna.
Lentamente, con nuestras mochilas que pesaban unos 25 kilogramos, atacamos la empinada ladera de nieve dura, en silencio. El Torre, orgulloso, terriblemente alto, nos miraba. Parecía interesado. Superadas las grietas, alcanzamos las sogas fijas y ganamos altura, alternando entre rocas verticales y empinadas laderas de nieve. Hacia las 5:30 alcanzamos el punto tope de las sogas fijas. Sobre la pared de granito a nuestra derecha unos clavos sostenían otras cargas de equipo y víveres dejadas anteriormente. Pusimos todo en nuestras mochilas y su peso subió a unos 35 kilogramos. Empezamos a subir nuevamente. ¡Ahora las cargas resultaban realmente pesadas!
Superamos la pared de nieve sumamente empinada hasta alcanzar un filo nevado, que nos separaba de dos abismos. Nos dividimos en dos cordadas: Bonatti y yo, adelante; Mauri y Eggmann, atrás. Sobre nuestras cabezas apareció finalmente el Col del Adela. Parecía cercano, pero, para alcanzarlo, debíamos superar una empinada ladera de nieve hasta alcanzar una verticalísima pared de roca incrustada de hielo sobre la cual descollaban unos inmensos hongos helados, el más grande de los cuales sobresalía unos 30 metros. Desde allí debíamos subir por otra pared de hielo, hacer una travesía, superar unos saltos de hielo verdoso hasta alcanzar el perfil del collado. Mientras tanto, las primeras luces hacían su ingreso sobre el Hielo Continental.