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Montañismo y Exploración
Pisco y Chopicalqui, montañas de luz

Dos montañistas de la Universidad Autónoma de Puebla formaron una pareja que tuvo como meta escalar el Pisco y el Chopicalqui, en la Cordillera Blanca del Perú. Patricia y Eduardo narran su primera experiencia experiencia en montañas fuera de México.







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Cuando desperté, Daniel seguía dormido. Ningún ruido. Lo desperté. Su reloj marcaba las tres de la mañana. “No puede ser, no puede ser”, decía un tanto angustiado. Ya era muy tarde para comenzar el ascenso. Acordamos descansar durante el día y subir al siguiente. Se nos fue el sueño y platicamos otro rato hasta las seis que nos volvimos a dormir.

en la cumbre del Chopicalqui, Cordillera Blanca, Perú

Dieron las once de la noche y esta vez sí despertamos. A la medianoche salimos en hacia la cumbre. Después de andar dos horas y media llegamos al campamento uno, desde ahí vimos las luces de los argentinos. Nos llevaban mucha ventaja.

La ruta estaba llena de grietas. Estaba oscuro y no se veían bien, pero pareciera que dejaban sentir su profundidad y sentí un poco de miedo.

cima del Chopicalqui, Cordillera Blanca, Perú

Daniel se convirtió en compañero y amigo más que en sólo guía. Estuvo muy al pendiente de mí, me preguntaba constantemente si me sentía bien, o si iba muy rápido. Después de un rato le pregunté si él se sentía bien y si yo iba muy despacio. Le dio risa y me dijo que los clientes no preguntan cómo va el guía.

PISCO

Pasamos junto al Lago de Llanganuco, que es azul como el cielo. Las paredes a los lados son muy altas y extensas. Íbamos camino a Cebollapampa y al campamento base del Pisco. Nuestro guía, Octavio, tenía veinte años y hablaba fluidamente el quechua pero no el español, así que al principio nos costó un poco de trabajo entendernos. Octavio se había iniciado como porteador y sólo nos acompañaría al Pisco, pues era aspirante a guía y ellos no tienen permitido llevar a clientes más allá de los seis mil metros.

En el CB del Pisco y Huandoys, está el Refugio Perú. A partir de esa zona, un sólo arriero transportaría las cosas hasta el Campo Morrena. Su pesado equipaje, su inadecuado calzado (Huaraches) y su velocidad despertaron en Paty otra admiración de vergüenza: “Ellos sí son montañistas, yo no soy digna de llamarme así”.

grietas en el glaciar del Pisco, Cordillera Blanca, Perú

Durante esta caminata, tuve la oportunidad de platicar con el arriero, quien ya iba de regreso, dos ingleses, un norteamericano y tres españoles. Y recordé gratamente que en la montaña no hay nacionalidades, no hay odios raciales, muros fronterizos ni políticas absurdas. Ahí somos una comunidad de alpinistas con un interés en común y dispuestos a ayudarnos.

Se conocen personas que tal vez no volvamos a ver en toda la vida, pero no por eso dejan de formar parte de ésta. Pueden dejarnos cosas sencillas como compartir comida o bebida o como el español que, cerca del campo Morrena y al saber que soy mexicano se despidió sonriendo y gritando “¡Suerte, güey!”. Pero también podrían incluso llegar a salvarnos la vida.  

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