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Montañismo y Exploración
Mi vida al límite
15 octubre 2006

En una serie de entrevistas, Thomas Hüetlin revisan la historia de Reinhold Messner, el primer hombre en ascender los 14 ochomiles. Al final, se encuentra que Messner no es sólo la acumulación de todos sus logros, sino, sobre todo, de sus fracasos, su filosofía y su ética, que le han llevado a trasgredir las fronteras de lo que se consideraba humanamente posible.







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Reinhold Messner y Thomas Hüetlin. Mi vida al límite. Ediciones Desnivel, Madrid. 2005. 212 páginas. ISBN: 84-9829-000-7

 

Una y otra vez iba hasta los últimos extremos de la civilización, tenía que aprender de nuevo a ver lo invisible, a soportar las grandes extensiones, a vivir con el frío y el calor, del mismo modo que cuando era pequeño había aprendido a oler la roca quebradiza.

Quizá no haya mucho qué decir de Reinhold Messner después de haber leído uno o varios de los muchos libros que ha publicado o las decenas de artículos que ha escrito. ¿Quién no conoce a Messner, después de todo? Si no de cerca, al menos por lo que ha dicho o por referencia.

Reinhold Messner: "Mi vida al límite"Sin embargo, Thomas Hüetlin nos muestra a un Reinhold Messner que, luego de haber terminado su periodo en el Parlamento Europeo como representante del Tirol del Sur, sigue siendo fresco. Hizo escaladas muy difíciles, algunas de las cuales se repitieron hasta 20 años después. Escaló en solitario por muchas paredes difíciles, hizo con su hermano Günther la primera ascensión de la pared del Rupal, repetida apenas el año pasado, 25 años después. Fue el primero que hizo un ocho mil en estilo alpino, en subir un ocho mil totalmente en solitario y además abriendo una nueva ruta, el llegar a la cumbre del Everest sin oxígeno cuando todos estaban seguros de que fallaría…

La lista no termina en ser el primer hombre en subir los catorce ochomiles sino que continúa hacia los recorridos en los polos sur y norte, en Groenlandia, en el desierto de Gobi y en muchos otros lados.

“Hasta ahora siempre he tenido suerte, la suerte de haber vuelto a entusiasmarme con algo nuevo, en cada caso lo que correspondiera a mi edad.” (p. 179)

¿Qué se puede decir de él? Pareciera que no mucho, pero Messner es algo más que puras cifras y Thomas Hüetlin se encarga de dar a conocer a ese Messner que se ha mantenido siempre activo y creativo desde que empezó a escalar montañas a los cinco años.

Dentro de la historia personal de Messner, un gran boquete de desinformación es el de la muerte de su hermano Günther en el descenso del Nanga Parbat, por la pared del Diamir después de haber ascendido por el flanco del Rupal. Quien haya seguido los acontecimientos de los años anteriores se preguntará por qué tanta saña con Messner después de 35 años, culpándolo de la muerte de su hermano. Bueno: la respuesta está en este libro: sus compañeros de expedición le culpaban de haber abandonado a su hermano en la cumbre y negaban que hubiera sido durante el descenso cuando desapareció. Pero esta calumnia se esfumó cuando en agosto del 2005 se descubre en la parte baja de la pared del Diamir, parte del cuerpo de Günther Messner.

Sin embargo, ninguno de sus antiguos compañeros de 1970, pidió disculpas.

“H. ¿Y qué hacen los escaladores extremos?“M. Algo que nadie más considera razonable, con lo que te juegas la vida y que exige habilidad, pericia, resistencia, disciplina. Hay que tener mucho aguante, dormir a 20 grados bajo cero al raso, sin refugio alguno. Hay que resistir dos días enteros sin comer y sin beber, cuando no hay nada, y ser responsable de uno mismo y de los compañeros, hacer todo por uno mismo, completamente solo. Dicho de otro modo, entramos en un mundo al cual no pertenece el hombre, al cual lo más razonable es no ir. Pero nosotros, los escaladores extremos, nos adentramos voluntariamente en el infierno y decimos a todos los que nos critican: “Déjame en paz, es mi decisión, quiero intentarlo”. Y cuando regresamos, somos un pequeño grupo fuertemente unido, una especie de pandilla exclusiva, nos entendemos con una jerga, usamos un lenguaje propio… es decir, que nadie que quiera dárselas de escalador podrá nunca pertenecer al grupo, porque la condición de socio no se puede comprar o adquirir parloteando, sólo se puede vivir.” (p. 34)

Al terminar los catorce ocho miles, le atraen otros retos y se dirige al Polo sur, a realizar aquellos que Shackleton no pudo realizar a principios del siglo XX: atravesar el continente helado. Y luego, Groenlandia y luego los desiertos.

“H. ¿No es mucho más aburrido atravesar una llanura que subir a las alturas?“M. Sí, eso pensaba yo también al principio.” (p. 104)

Pero no todo ha sido éxito en su vida, sino también una larga cadena de fracasos, de los cuales ha aprendido para poder corregir el rumbo.

“El fracaso en sí no es lo importante. Lo que lo sigue de inmediato, la interiorización, el cuestionamiento del propio yo, así como la desesperanza, son las claves para afrontarlo. Es un nuevo comienzo y una oportunidad para darse cuenta de las propias limitaciones y crecer con la duda. Mi disposición interna ha ido cambiando sobre todo gracias a mis repetidos fracasos. Y con ello no me he vuelto más blando, sino más resistente.” (p. 102-103)

El libro es de un estilo muy ágil y la lectura se hace demasiado breve, sobre todo teniendo en cuenta que lo que se lee es prácticamente la ética y la filosofía de un escalador extremo. Y hay algo importante: al no ser Messner el que escribiera directamente este libro, se le ve desde otra perspectiva que lo complementa.

Pero hay algo más importante: se descubre a un Messner al que no se está acostumbrado, pues habla de su familia y sus proyectos museísticos a futuro, además de las consabidas expediciones. Eso es lo que hace a Messner más humano y, quizá, lo que haya validado su vida completa.

Lee un capítulo del libro (PDF)



 



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