Día 4Tuve toda la mañana para pensar en Tamiahua y en las múltiples posibilidades de abandonar este viaje: decir que me lastimé una mano, que me robaron, que hace mucho calor (que lo hace), que los vientos… Pero ¿por qué mentir? Igual puedo abandonar diciendo la verdad y eso no tiene nada de desmérito.
Majahua, la gran laguna. Hacia el poniente, la huasteca. ¿Comerían los huastecos pescado, ostión y camarón? Seguro. Pero entonces, todas las “charangas”, esa multitud de palitos clavados en el fondo cenagoso de la laguna para atrapar camarón, deben ser de uso muy antiguo. Charangas, redes, lanchas… ¿qué tanto estaría siendo explotada la laguna entonces?
A las dos de la tarde me detuve en Los Jobos. Una mujer, de pie en el pequeño muelle, dijo sorprendida que el kayak era de plástico. Entonces me sorprendí yo. Era la primera persona que reconocía el material en cuanto lo veía. También notó el ángulo que hay entre una pala y la otra. Muy observadora.
Esa tarde me la pasé dormido todo el tiempo. Comí y dormí y cuando desperté volví a comer y a beber agua mineral. A las 5 de la mañana ya estaba levantándome para partir. Claro: el ruido de los hombres partiendo al campo o a las faenas de la laguna, añadían mucho ruido.
Mi objetivo: llegar a Majahua o un poco más allá. El viento estuvo muy “calmito” y pude avanzar bien. De hecho, me di cuenta que por primera vez en el viaje navego a cinco metros por palada. Antes estaba remando a tres, quizá a cuatro. Eso significa muchas paladas por kilómetro…
El día había sido un poco raro. Entre el poco viento y las nubes bajas… el calor había aumentado y cuando, a la una de la tarde, se despejó, rehice a la orilla en el primer campamento de pescadores que vi.
Ese encuentro fue genial: chistes de uno al otro, bromas entre ellos, invitación a comer camarones recién pescados, agua con hielo (¡hielo!), dormir un rato en una hamaca y luego, irse, la triste realidad. Ni modo. Habría de alcanzar La Isla El Ídolo. Podía más, pero ya no llegaría con luz a Tamiahua.
Día 5
Sólo sé que llegué a Tamiahua. Las llegadas a puntos específicos se han convertido ya en una especie de obsesión, algo así como llegar a la cumbre. Pero en este caso, la cumbre es provisional. Legar a Tamiahua significaba un día completo de descanso y un baño completo con agua dulce. Pero por la mañana no podía remar. Me detenía cada 200 o 300 metros a tomar aire. Incluso me quité el chaleco salvavidas. Hacía mucho calor y el agua estaba tan calma que parecía que avanzaba en chapopote. Apenas se movía. Agua espejo donde se deslizaban las lanchas a motor.
Muchas veces tuve que negarme a ser llevado en lancha para poder descansar pronto ahí. Alguien me lo dijo: “Pero si nadie lo va a saber”. Mi respuesta le hizo desistir: “No, quizá nadie. Pero lo sabría yo”.
Sí, llegué casi arrastrándome a Tamiahua, sintiéndome una especie de caracol entre tantas embarcaciones veloces y muy raro rodeado de peces muertos flotando en el agua.
Tamiahua. Quería seguir a Tuxpan, pero sinceramente ya no tenía fuerzas y el calor… me había terminado tres litros de agua en medio día y en tierra sudé otros tres. Pero es tiempo de descanso.