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Montañismo y Exploración
Imágenes de un montañista por el Tíbet

Son imágenes que un montañista tiene a lo largo de su vida y con las cuales se queda. Imágenes de la montaña o de su vida pasada en ella. "…me resulta muy difícil describirme la sensación y las emociones que siento. Entre tantas cosas se me vienen tres imágenes a la mente. Las dejo para quien tenga tiempo de leer y pensar."







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La tercera imagen que me viene a la mente, es algo muy personal. Y mágico. Destaca entre muchas cosas que he decido guardar para mí. Es el rostro de un hombre bueno.


Hace unos meses visité la Gran China, por asuntos de trabajo. Dada mi pasión por las montañas, hice todo lo que estuvo a mi alcance para hacer un penoso viaje hacia la meseta de Qingham-Tibet. Fue penosa, porque con diez días libres, lo único que podría hacer era dormir en el tren y en los transportes y, a pesar del cansancio, caminar, caminar y caminar.


Monte Kailas, Tibet


Acercarme de Lhasa hacia la entrada del gran cañon Tzeng-Po que atraviesa los Himalayas no fue un reto montañista. Fue una prueba de resistencia donde viajé en transporte siete días seguidos y caminé cuatro días seguidos solamente. Tan sólo para acercarme a la gran cordillera, amanecer con la vista de los grandes ochomiles al frente. Y la magia de la zona.


Antes de regresar por donde vine, en una caminadita de unas ocho horas dirigiéndome hacia la zona del sagrado Monte Kailash, llegué a una pequeña construcción que era un pequeño santuario tibetano. Estaba un religioso haciendo té y un muchacho que parecía su familiar. El muchacho se veía apurado leyendo un libro. Me senté algo cansado y desvelado. Los miré con una sonrisa, tratando de recuperar el aliento, con bastante frío y algo triste porque ya tenía que regresar.


Me habían regalado unos dulces deliciosos hechos con rebanadas de flor de loto en algo que parecía almíbar. Los saqué y empecé a comerlos. El religioso me miró con una sonrisa. No puede evitar ofrecerle con una seña. Con gusto me aceptó uno, y también con señas me llevó al interior de la construcción donde estaba el adoratorio budista.


El muchacho me siguió. El monje me sirvió té caliente y empezó a quitarme los zapatos. Lavó mis pies. Mientras tanto, me platicaba cosas que yo no entendía por no conocer su idioma. El muchacho me traducía un poco al inglés.


“Los caminantes extranjeros vienen a esta región por morbo o por espiritualidad, no se pueden saber si son hombres buenos o malos. Tú eres inocente, y eres bueno. Se ve que has caminado mucho. Mereces la bendición de alguien que haga algo bueno por ti. Gracias por venir.”


Cuando emprendí salí de regreso, el religioso me tomó de las dos manos y dijo algo que supongo fue una bendición y un deseo de buena suerte. Llevaba unas gafas de sol de plástico, muy viejas de esas que uno encuentra en los mercados por un par de dólares, rayadas y llenas de dedos. Se las quitó y su cara totalmente curtida por el sol y sus ojos hundidos brillaron.


No me había visto que jamás había visto la cara de un hombre bueno. Hasta ese día.


Amigos... Yo no soy asesino. No subo a las montañas a matar gente. No soy criminal. No vivo pensando en hacerle daño a las personas.


No deseo morir haciendo lo que me gusta. Deseo hacer lo que me gusta toda la vida. Y contarlo.


Amo la vida. Y no deseo morir.


Soy montañista.





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