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Montañismo y Exploración
Grandes engaños de la exploración

El hombre admira a los grandes descubridores geográficos pues le han traído un pedazo de mundo desconocido a su mesa. Pero, ¿qué pasa cuando esa historia es falsa? El héroe ha mentido y toda la historia cae a pedazos. David Roberts analiza casos de este tipo en este libro que deja mucho que pensar.







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David Roberts. Grandes engaños de la exploración. Ediciones Desnivel, Madrid. 2005. 240 páginas. ISBN: 84-96192-82-2

 

El aspecto moral más fuerte del alpinismo —tal vez el único— es la confianza. Pocos actos hay en la vida que reflejan una mayor entrega a otra persona que atarse a la misma cuerda que ella. Y la antítesis de la confianza es la traición.

Quizá los retos humanos más apasionantes sean los geográficos. Además de vencerse a uno mismo y a todas las adversidades que se presentan, uno proporciona un pedazo de mundo que antes no se conocía. Enormes listas de exploradores de todos los tiempos llenan el mundo con retazos de escritos, pinturas, fotografías, hasta hacerlo lo que conocemos hoy en día.

Pero ha habido otros que han pretendido hacer un descubrimiento cuando en verdad no lo han hecho. Cientos de casos hay de ellos, entre ellos el descubrimiento de las “Ciudades de Cíbola y Quivira” en el norte de México en 1540. Pero no fue realidad. De hecho, nadie pudo encontrar después esas maravillosas ciudades cubiertas de metales preciosos.

El montañismo, considerado esencialmente como un deporte de honor, también ha tenido casos de este tipo, bastante escandalosos. El Cerro Torre, en Patagonia, quizá encabece la lista, por su misma historia, pero se han ido olvidando algunos otros casos que son más escandalosos, como la conquista del Polo Norte o el “primer ascenso” al McKinley, por Frederick Cook.

El enlistado de casos es importante y se pueden extender más allá del montañismo y llegar ciertamente a la exploración en general: el descenso de un río, el descubrimiento de una zona que no se conocía o una navegación a vela.

David Roberts muestra diez casos en Grandes engaños de la exploración, de los cuales nueva son muestras de una “aventura falaz” y uno en que el mundo consideró a un descubridor como un mentiroso hasta que años después se descubrió que no mentía. Los dos contrastes.

Pero, ¿por qué mentir? Para el autor más importante enfocarlo desde otros puntos de vista:

“Dos interrogantes parecían fundamentales. Una de ellas sería: ¿qué movería a un hombre a cometer un fraude? ¿Se trataría de un acto impulsivo o cuidadosamente premeditado? ¿Qué clase de hombre lo haría? ¿Se trató tal vez de un autoengaño? La otra gran interrogante podría formularse con preguntas del siguiente tipo: ¿cómo sería vivir con el engaño una vez que los escépticos comenzaran a señalar con el dedo? O, ¿qué efecto tendría sobre el resto de la vida de esa persona?” (p. 10)

El hecho es que mentimos cotidianamente y generalmente nos aferramos a su mentira cuando es descubierta. Pero ciertamente nos importa que se desenmascare a los impostores aunque es más difícil de hacer que probar la existencia de dinosaurios.

“Así, cuando se desenmascara una aventura falaz, la evidencia contra quien la ha perpetrado tiende a ser circunstancial: inconsistencias con lo que contó el explorador, falta de datos o datos contradictorios, falta de corroboración por personas que llegaron allí posteriormente, testimonios contradictorios de los propios compañeros de quien reclama la primicia o la inherente improbabilidad de que el logro se haya conseguido de la manera en que se sostiene. Como mucho, años o siglos después de una falsedad de ésas, sus estudiosos sólo pueden decir que la abrumadora evidencia pesa más que la afirmación del explorador. Queda un germen de duda, la lejana posibilidad de que a fin de cuentas esa persona sí que hiciera en realidad lo que contó que hizo.” (p. 115)

Roberts va un poco más allá del mero relato de las aventuras puestas en duda. Trata de saber qué tipo de persona lo hace, por qué lo hace. Y aunque en su epílogo no llega a nada concreto, por lo menos ha dibujado un patrón, aunque me imagino a cada uno de ellos acudiendo con su abogado para decir que las teorías psicológicas no son ciertas de facto.

Un libro intensamente vívido y de varias facetas, integra a exploradores de distintas épocas y uno se siente más atraído por los contemporáneos y asombrado de que sociedades como la Nacional Geographic continúe respaldando las mentiras de algunos casos:

“A lo largo de toda su historia, la National Geographic Society ha permanecido peleonamente fiel a ciertos héroes exploradores que alcanzaron la fama en expediciones patrocinadas por la Sociedad, incluso después de que (como en el caso de Roy Chapmann Andrews, Thor Heyerdahl, Richard E. Byrd o Peary) los críticos comenzaran a aludir a tratos oscuros y hasta fraudes descarados por parte de esos héroes.” (p. 163)

Algo que a mí me asombró fue saber que el Polo Norte no fue descubierto por Cook ni por Peary, algo que está ampliamente relatado en muchísimos libros de exploración o de geografía. Fue Roald Amundsen quien sobrevoló el Polo Norte por primera vez y así se convirtió en el primer ser humano que pasaba por los polos y en ambas ocasiones, como descubridor.

Pero si es bueno saber quiénes trataron de engañar al mundo con una mentira, la pregunta final de Roberts es quizá más importante aún:

“¿Quién en la historia (y debe haber habido alguno) se ha salido con la suya tras cometer un fraude de aventura? ¿Qué embustes han funcionado a la perfección y engañado a todo el mundo?” (p. 229)

Lee un capítulo del libro (PDF)



 



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