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Montañismo y Exploración
El mar de nuevo
12 mayo 2006

Después de haber navegado por toda la Laguna de Tamiahua, salir al mar no es cosa fácil. Se ha acostumbrado uno a la calma del agua, a la ausencia de olas. Pero es por mar como se tiene que llegar al Puerto de Veracruz, lugar donde terminará la travesía de Mares de México por el Atlántico.







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Barra de Cazones


Así que al otro día, sólo llegué a Barra de Cazones. Una ola, la última, me volteó cuando estaba por salir del kayak. Cuando regresé a la superficie, estaban cerca de mí un hombre y dos de sus hijos. Había echado la carrera para ayudarme por si lo necesitaba. “Es hombre de mar”, pensé. Sólo ellos saben lo útil que es una ayuda en el momento oportuno. A un lado estaban unos bañistas sentados dentro del agua, mirando cómo salía empapado del mar.


Barra de Cazones es sólo un caserío a la orilla del mar, después de una punta. El pueblo de Cazones está 14 km tierra adentro. Me hice a la orilla aquí, pasando la desembocadura del río, porque estaba muy cansado. Comí y me quedé dormido en la silla apenas terminé. Cuando desperté era aun tiempo de salir pero preferí quedarme a descansar.


El hombre que acudió en mi ayuda me dijo que de Cazones a Tuxpan hay 33 km y de aquí a Tecolutla hay 34. Así que mi próxima parada será Tecolutla. La tarde en compañía de su familia ha sido única hasta el momento. Hasta juegos y una visita al “centro” de la barra hicimos.


Sí, quizá era una barra pequeña, una playa diminuta, pero ahí encontré gente dispuesta a no cobrarme nada por una sonrisa y a convivir parte de su día conmigo. Sentirse parte de ellos. Hacer una familia más, aunque sea provisional, da un toque diferente a cada viaje.




Tecolutla


Ya pasadas las olas rompientes traté de mirar hacia atrás para despedirme de los niños y el hombre, pero no los vi. Sólo levanté la mano para despedirme. Espero que me hayan visto. Querían verme cruzar las olas y lo hicieron de pie en la playa.


Tecolutla, cómo me fue difícil recordar el nombre. Lugar de tecolotes (búhos). Pero se me hizo difícil pensando en la familia de Cazones. Estaba más concentrado en no pensar nada para olvidar el paleo continuo. Como caminar, remar tenía que convertirse en algo automático y poder hacer algo con la mente mientras tanto.


Algunas veces veía una mancha, como una aleta de tiburón. Pero resultaba ser una ola pequeña. Sin embargo, seguía pendiente de esas sombras. De repente vi una más nítida. Una sola aleta. ¿Delfín o tiburón? Pronto vi otra más y supe que eran delfines. Estábamos a cinco kilómetros de la playa y lejos de los poblados.


Era una manada de siete delfines. Bajé el ritmo para permitirles estar cerca, pero recordé que son capaces de adelantar a una embarcación con buen motor, así que seguí a mi ritmo. Aparecían y se perdían. Uno de ellos tenía la aleta dorsal lastimada, quizá por haber conocido de cerca una red de pesca. Eso duró mucho tiempo. De pronto, un par de ellos se desprendió de la manda y se acercó hasta un metro de mi proa y pasó delante de mí. Luego, dieron media vuelta y pasaron justo por debajo de mí. Esa fue la última vez que los vi.


Es curioso cómo cada vez que me encuentro con delfines me pasan muchas ideas por la cabeza. Cuando se acercaban, yo ardía en deseos de tocarlos pero si se acostumbraban al contacto humano podrían ser cazados con facilidad. “Hay palabras que no deberían existir”, pensé. Las palabras describen actos o hechos. Si no existieran, los actos tampoco. Los delfines se fueron y pronto vi Tecolutla a lo lejos.


En Tecolutla, dos muchachos me ayudaron a cargar el kayak y todo su cargamento hasta la posada donde pasé la noche. Este fue el día más tranquilo desde que había salido al mar. El kayak dentro de una casa, no me tenía que preocupar por él y pude pasear por el pueblo. En la noche, en el nuevo quiosco, adornado con un tecolote enorme hecho de conchas de diferentes tipos, se reúnen varios muchachos con una grabadora a hacer baile acrobático. Muchos no saben y sólo están ahí, pero aprenden poco a poco.




Nautla


Después de Tecolutla está la Costa Esmeralda, llamada así para promover el turismo. Durante cerca de 30 kilómetros hay casas por la costa y luego de las casas, la carretera. Recordaba la larguísima costa de Campeche, donde veíamos pasar a los autobuses y nosotros como tortugas. Pero esta vez no fue así: iba lejos de la costa porque el mar estaba agitado y, concentrado en mirar las olas, casi no me percaté de la Costa Esmeralda.


Pero me di cuenta de que las casas terminaban y Salí a tierra. Estaba en Casitas, mi objetivo para ese día, pero había remado poco. El ligero viento del norte me había ayudado porque inclusive las olas iban hacia el sur. En sólo cuatro horas había recorrido el tramo. Así que decidí seguir un rato más, pues el mar estaba de la mejor forma.


Así que llegué a Nautla, donde la arena de la playa está llena de petróleo y los restaurantes han puesto una especie de malecón que está prácticamente encima de la rompiente. Claro: uno sube y puede ver el mar muy a gusto. A diferencia mía, que voy sentado un poco por debajo del nivel del agua, desde ahí se puede ver una gran extensión de mar.


La costa es muy diferente de un lado al otro. La playa de Tamiahua para Tuxpan es arena pura. Desde Tuxpan hasta Tecolutla, es más como tierra mojada, sin tanta arena. De Tecolutla a Casitas el mar es verde. De ahí el nombre de Costa Esmeralda. Pero de Casitas para acá, el agua se ha hecho café, pero no porque el agua sea así sino porque el fondo del mar está muy bajo y se nota su color. Pero aquí, en Nautla, la arena es casi negra y el agua se torna más oscura aún. La gente dice que es petróleo, pero no se queda pegada si se enjuaga con el mar.


Aquí decidí descansar de nuevo. A partir de ahora, casi no habrá casas y las poblaciones estarán tierra adentro, por lo que mis encuentros con la gente serán más esporádicos. He decidido navegar hasta Veracruz. Dicen que faltan 150 kilómetros. Prácticamente nada. Pero es el último tramo para completar el Atlántico mexicano en kayak.







 














 

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