“No te empeñes, Walter —le dije— no hay nada que hacer ahora. Volveremos el año que viene y de alguna forma vas a subir…”
Estábamos todos decepcionados antes esa pared infernal de la montaña, una pared vertical y hasta sobrependiente de puro hielo, alta, de 600 metros. Bonatti, asombrado, continuaba recorriendo con la mirada la masa blanca de hielo que se perdía en el cielo. Eggmann y yo, sentados sobre un montón de clavos que nos hacían de asiento sobre la nieve del Col, nos mirábamos de cuando en cuando como para subrayar lo que acababa de decir. Mauri, muy tranquilo por lo general, trataba de explicarnos a todos y a sí mismo que era una locura seguir en ese momento. Estaba excitado; la amargura de la derrota le apretaba el corazón y la barba rubia, abundante, no lograba disimular la tristeza de su semblante.
Casi cegados por el reflejo de la nieve, cerrábamos los ojos y tratábamos de secar el sudor que hacía empañar los lentes ahumados. Estábamos a 2,550 metros de altura, sobre una delgada cuchilla de hielo, entre dos abismos, dominados por la imponente pared sur del Cerro Torre, mientras el sol nos castigaba con violencia.
Mauri y yo nos habíamos puesto un pañuelo lleno de nieve sobre la cabeza, mientras Eggemann trataba de defenderse con su rompevientos. Bonatti jugaba con un clavo de hielo sobre la nieve. Quería decir algo pero no podía, y volvía a mirar hacia arriba.. Los cuatro, puntos infinitamente pequeños ante la inmensidad de este mundo de hielo que nos circundaba, resumíamos el esfuerzo continuado de veinte días de lucha con la Naturaleza para dar el asalto al cerro más difícil del mundo, a la “montaña imposible”.
La historia arrancaba desde unos seis años atrás, cuando los franceses habían venido para escalar otro coloso patagónico, el vecino Fitz Roy. Ellos habían visto el Torre. Desde su último campamento, ubicado a 2,785 metros de altura, podían admirar la imponente pared este de más de 2,000 metros de desarrollo vertical que culminaba con un fantástico trono de hielo. "La montaña surge de un hervor de nubes negruzcas, las que salpican en todas direcciones al impulso de una fuerza que parece salir de la montaña misma.
La cima, helado diente vertical, destella, de tiempo en tiempo, con reflejos verdosos. El Torre reina como una divinidad pagana en medio de los vapores que salen de una gigantesca olla de brujas..." Comparadas con formas dantescas que en lo alto se pierden en el cielo y abajo, en el vacío, las paredes del Fitz Roy parecen casi tranquilizadoras." Eso dijeron los alpinistas franceses y, sobre una posibilidad de escalamiento, concluyeron "n'ést papossible".