Al asalto del Cerro Torre
15 noviembre 2006
En enero del presente año presentamos un artículo sobre el primer intento al Cerro Torre hecho por Bonatti y Mauri, desde la perspectiva de los argentinos que participaron. El mismo artículo ha sido rescatado de una revista de la época en donde está el relato más ampliamente comentado. Lo colocamos por ser una joya histórica.
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El 2 de febrero —exactamente seis años después que los franceses salían para encarar la pared sudeste del Fitz Roy— Bonatti, Mauri, Eggmann y yo salimos de nuestra carpa “Upsala”. Eran las 2. La luna llena iluminaba claramente el escenario. Tuve la impresión de que las montañas del Hielo Continental que estaban a la vista, retuviesen la respiración y en el silencio más absoluto nos observaban. La cumbre del Torre, 1,400 metros más arriba, resplandecía bajo los rayos de la luna.
Estábamos cansados, pues habíamos dormido apenas una hora, pero la excitación del momento nos hizo acelerar los preparativos. Las cargas estaban listas y nos pusimos en marcha.
Lentamente, con nuestras mochilas que pesaban unos 25 kilogramos, atacamos la empinada ladera de nieve dura, en silencio. El Torre, orgulloso, terriblemente alto, nos miraba. Parecía interesado. Superadas las grietas, alcanzamos las sogas fijas y ganamos altura, alternando entre rocas verticales y empinadas laderas de nieve. Hacia las 5:30 alcanzamos el punto tope de las sogas fijas. Sobre la pared de granito a nuestra derecha unos clavos sostenían otras cargas de equipo y víveres dejadas anteriormente. Pusimos todo en nuestras mochilas y su peso subió a unos 35 kilogramos. Empezamos a subir nuevamente. ¡Ahora las cargas resultaban realmente pesadas!
Superamos la pared de nieve sumamente empinada hasta alcanzar un filo nevado, que nos separaba de dos abismos. Nos dividimos en dos cordadas: Bonatti y yo, adelante; Mauri y Eggmann, atrás. Sobre nuestras cabezas apareció finalmente el Col del Adela. Parecía cercano, pero, para alcanzarlo, debíamos superar una empinada ladera de nieve hasta alcanzar una verticalísima pared de roca incrustada de hielo sobre la cual descollaban unos inmensos hongos helados, el más grande de los cuales sobresalía unos 30 metros. Desde allí debíamos subir por otra pared de hielo, hacer una travesía, superar unos saltos de hielo verdoso hasta alcanzar el perfil del collado. Mientras tanto, las primeras luces hacían su ingreso sobre el Hielo Continental.
En medio de ese extraordinario paisaje seguimos nuestra ascensión. Oía el ruido del martillo de Bonatti sobre el clavo que penetraba en el hielo, unos 40 metros más arriba. Por lo demás, reinaba el silencio absoluto. Doblados bajo el peso de las mochilas y haciendo equilibrio sobre las puntas de los grampones, mirábamos ansiosamente sobre nuestras cabezas esos "coliflores" de hielo que nos amenazaban constantemente.
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